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“La misión” cumple 30 años

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José Ángel Barrueco - publicado el 30/12/16
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Robert De Niro y Jeremy Irons protagonizaron un filme memorable

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En estos días hemos visto las primeras imágenes de Silencio, la nueva película de Martin Scorsese que, inspirada en la novela de Shusaku Endo, cuenta la historia de dos jesuitas portugueses en tierras japonesas en el siglo XVII. El tráiler, repleto de planos majestuosos y de paisajes bellísimos, pero también de cierta crueldad épica, nos ha traído a la memoria a los cinéfilos con canas otro largometraje de las mismas características: La misión (1986), de Roland Joffé, tal vez la obra más estimulante de su director (junto a la celebrada Los gritos del silencio).

Y, si repasamos las efemérides, comprobaremos que la película acaba de cumplir 30 años desde su estreno. Ambas circunstancias (el tráiler de Silencio y las tres décadas de edad de La misión) nos sirven de excusa para recordar este título a quienes lo vieron en su día y para recomendarlo a quienes aún no lo conocen.

Revisada tantos años después, a mi juicio no ha perdido su impacto. Tal vez sea recordada siempre por tres factores: la extraordinaria música de Ennio Morricone, el castigo que el protagonista se impone antes de tomar el hábito y ese plano que sirvió para el cartel y en el que vemos a un hombre crucificado mientras cae por las cataratas de Iguazú.

El guión de Robert Bolt, que luego él mismo novelizaría, narra la historia de dos jesuitas y su labor espiritual en una misión de Latinoamérica, dos hombres con maneras opuestas de actuar: Rodrigo Mendoza (Robert De Niro) y el Padre Gabriel (Jeremy Irons).

Mientras el segundo elige defender la misión de San Carlos con la fe y la oración, aceptando la suerte que su Dios les imponga cuando las tropas enviadas por la Corona de Portugal vayan a reclamar el territorio, el primero opta por las armas y la lucha para proteger a los nativos guaraníes.

La trama une a estos dos hombres: Gabriel quiere seguir los pasos de sus predecesores y adoctrinar a los indios; Mendoza mata por celos a su propio hermano y acepta castigarse a sí mismo ascendiendo al territorio de los indígenas, con una pesada y simbólica carga hasta que éstos le aceptan, le perdonan la vida y, así, expía su culpa y encuentra su fe.

La misión fue nominada para siete Oscar, pero sólo obtuvo el de Mejor Fotografía porque repartieron los galardones entre Platoon, Hannah y sus hermanas y Una habitación con vistas. En Cannes gozó de mejor suerte, llevándose la Palma de Oro a la Mejor Película y el Gran Premio Técnico, amén de otras recompensas en distintos festivales y asociaciones de cine. En España se mantuvo varios meses en cartel.

Aunque Irons y De Niro fueron ninguneados en los repartos de premios, las suyas son dos interpretaciones sólidas, con personajes que acaban siendo dos caras de la misma moneda, la de quienes defienden sus creencias desde la oración o desde la espada: la sobriedad y la contención de Irons contrastan con el ímpetu y el nervio de De Niro.

Al margen del magnífico episodio de expiación de Rodrigo Mendoza y las consecuencias posteriores, la película de Joffé, quien no ha logrado repetir el éxito con sus obras posteriores, queda en nuestra memoria como una reflexión sobre la importancia de perdonarse a sí mismo y sobre el intrusismo del hombre civilizado en las selvas porque sus intenciones, aunque en principio sean nobles, acaban derivando en lo que nos muestra el final del filme: una tribu manejada como una marioneta entre los intereses de los colonialistas y la independencia de los indígenas.

 

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