“Quería suicidarme hoy, gracias a ti ya no. Gracias, bella persona”
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¿Alguna vez te has sentido impelido a hacer algo sin saber muy bien por qué? Eso fue lo que pasó a Casey Fischer, una estudiante universitaria que sintió la necesidad de insistir pesadamente a un mendigo para recibir su atención:
“Hoy fui a la cafetería Dunkin’ Donuts y vi a quien sin duda era un sin techo sentado junto a la carretera y pidiendo monedas. Al poco vi cómo entraba en Dunkin’ Donuts. Mientras contaba su cambio para comprar algo, empecé a ponerme muy pesada y a hablarle sin parar, cuando obviamente en realidad él no quería hablar. Como apenas tenía un dólar más o menos, le compré un café y un bollo y le pedí que se sentara conmigo. Me habló mucho de cómo normalmente la gente es muy desagradable con él porque está en la calle, de cómo las drogas le convirtieron en la persona que odiaba, de que perdió a su madre por un cáncer, que nunca conoció a su padre y que solo querría ser alguien de quien su madre se enorgulleciera…”.
Casey se interesó por el nombre del hombre, un gesto que parece trivial pero que es muy importante, porque preguntar a alguien su nombre es hacerle sentir visto de verdad. Y sentirse visto, que reconozcan la presencia de uno, es el requisito primero y fundamental para sentirse amado, aunque sea solo un poco, y claro está, todo el mundo simplemente quiere ser amado.
Fischer publicó su encuentro con Chris en Facebook, donde compartió el impacto de este extraño impulso que la empujó a actuar, y también incluyó una fotografía importante: “Este encantador hombre se llama Chris, y Chris ha sido una de las personas más honestas y sinceras que he conocido. Después de darme cuenta de que tenía que volver a clase, Chris me pidió que esperara un momento para poder escribir algo para mí. Me pasó un papel de recibo arrugado y se disculpó por su letra temblorosa, me sonrió y se fue. Abrí la nota y esto es lo que había”.
Si no puedes leer bien la nota, dice: “Hoy quería suicidarme, pero debido a ti ahora ya no. Gracias, hermosa persona”.
Es una lección que parece que hemos de aprender una y otra vez, que nuestra amabilidad hacia el prójimo puede suponer una diferencia, incluso entre el deseo de vivir o morir; entre rendirse o intentar continuar.
De veras ni siquiera rascamos la superficie de lo que significa comprender lo importante que es ver completamente a otra persona como un ser humano, con su dignidad innata, pero lo cierto es que es algo absolutamente vital. Si no podemos hacerlo, pasan cosas como esta.
“¿Cuántos (…) se sienten dejados fuera de la fiesta de sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano?” — Papa Francisco, 6 de julio de 2015, homilía en Guayaquil (Ecuador).