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“Dios permite la separación matrimonial para un bien mayor”

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Patricia Navas - publicado el 24/01/17
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Entrevista a María Luisa Erhardt, experta en el acompañamiento y sanación de personas separadas

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Su separación matrimonial la ha convertido en una experta en cerrar heridas afectivas. María Luisa Erhardt lleva más de diez años escuchando y acompañando a personas separadas a través de un servicio católico que dirige en España y que lleva el nombre del lugar donde Jesús descansaba: Betania. En la siguiente entrevista a Aleteia, comparte su proceso de sanación y asegura que “cuando Dios permite la separación, es siempre para un bien mayor”.

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Captura de pantalla Youtube rtvdtoledo

¿Qué sufrimientos comunes experimentan las personas separadas?

Las separaciones no son todas iguales, dependen de factores distintos. No es lo mismo separarse por abandono, por traición, porque la convivencia es imposible, porque hay incompatibilidad, porque no ha habido verdadero amor y compromiso sino ilusión y se ha confundido con enamoramiento, o deseo que se ha confundido con amor,…

Entonces la ayuda que necesita cada uno es distinta…

Sí, cada persona requiere respuestas distintas. Betania ofrece una respuesta personalizada; Dios regala el don del discernimiento cuando gratuitamente nos ponemos a Su servicio.

Cuando vamos sanando, podemos descubrir que tenemos cargas anteriores donde puede ser que no hayamos sido libres para elegir.

En matrimonios bien constituidos o que después se han ido transformando por la gracia de Dios también existen cargas, pero en estos casos, Dios ha permitido la separación siempre para un bien mayor, tanto para la persona, como para el cónyuge, los hijos, la familia,…

Esto es muy difícil de entender porque muchas personas llegan a una separación cuando ellas mismas han criticado a los separados, los han juzgado,… Y ahora se ven en la misma circunstancia que ellos han criticado. Y esto también es una sanación de la sociedad a través de las personas que tienen heridas.

¡Cuantas veces hacemos juicios y tenemos prejuicios de las personas que no cumplen con nuestras expectativas! Y nosotros no somos Dios para juzgar ni prejuzgar a nadie.

Yo no he visto tanto a Dios en mis éxitos sino en mis heridas porque es ahí, en la fragilidad, donde una persona tiene la oportunidad de abrirse.

Es muy raro que Dios sane a través de los éxitos, es más habitual que lo haga a través de las heridas, ahí donde el hombre no puede: el hombre frágil es el que atrae el amor y la misericordia de Cristo. Nosotros aprendemos a leer el amor de Cristo en esas personas, en cada corazón herido que se abre.

¿Cómo pueden aliviarse esos sufrimientos?

Lo primero que hacemos o intentamos hacer es escuchar para conquistar el corazón, porque en la medida en que uno conquista el corazón del otro, entregando el suyo propio, esa persona se abre.

Lo difícil en esta sociedad es abrir el corazón. Nos han enseñado a defendernos, a cerrar el corazón, a desconfiar, a tener juicios y prejuicios.

Lo que intentamos en Betania es conquistarlo, pero no se puede hacer si no se entrega el propio. Porque la autoridad la recibimos cuando hemos conquistado el corazón, pues la autoridad no es sometimiento, nos la regala el tú.

Y lo hacemos respetando los tiempos de cada uno. Los que están preparados para ver con objetividad su historia de vida y reconocer sus errores, pueden entrar en Betania para hacer ese proceso de sanación.

Si yo estoy cerrada porque me siento frustrada y fracasada porque mi matrimonio no respondía a mi proyecto, y busco culpables, quiere decir que el centro sigo siendo yo, y en estos casos no podemos hacer mucho por acompañar a la persona.

En toda relación hay una responsabilidad mutua. Ya no hablo de culpabilidad porque la culpabilidad no existe si no hay voluntad, y además las culpas bloquean, pero sí tenemos que tener un conocimiento y una responsabilidad de nuestras decisiones.

Cuando tenemos un conocimiento mayor de nosotros mismos podemos modificar, reparar, y esto nos libera de las cargas que tenemos. Perdonarse a sí mismo lo aprendemos en estos procesos, con la gracia de Dios. Solo Dios sana y salva.

¿Cómo superó usted su fracaso matrimonial?

Yo no lo considero fracaso. Nunca lo he considerado así. No todos los separados consideran que su situación es un fracaso. Ni yo cuando me separé. Eso es lo primero de todo.

Quien me ha guiado, quien va sanando mi corazón y mi ego ha sido siempre el Señor. Hoy veo mi separación como la oportunidad en la que me he encontrado con Cristo de verdad.

Antes de separarme busqué ayuda en libros de autoayuda, psicólogos y  psiquiatras pero en un momento dado me di cuenta de que ni ellos ni los coachers ayudaban a mi alma, a mi corazón. Me daban unas pautas pero yo buscaba más: la sanación  de mi persona, la restauración de mi ser.

Entonces conocí el Santuario de Schoenstatt, hice la alianza de Amor con la Virgen María y le dije: “si tú eres madre de verdad y Dios quiere sanarme a través de ti pues aquí estoy”.

Sólo puse mi sí a estar ahí, a ir al menos una vez a la semana, no mucho más, y así fue modificando mi corazón y mi pensamiento. Uno tiene que dar un sí; si no, Dios no puede hacer nada.

A mí quien me ha sanado es Dios. Y cuando yo íba sanando repercutía en mis hijos. Dios está conmigo y es fiel a mí aunque yo sea infiel.

El origen de mi sanación fue la alianza de Amor. María se lo tomó en serio. Yo no creía, era muy escéptica, pero ella me ha llevado de la mano y me sigue llevando cada día.

Nunca he sido tan feliz como cuando me he dejado hacer. El problema es cuando no nos dejamos hacer; cuando el centro soy yo y mis razonamientos humanos me construyo un muro en el que no puedo escuchar y no confío nada más que en mí, pero el amor de Dios es tan grande y su paciencia tan infinita……

¿Cómo se puede evitar sentir odio tras una separación matrimonial?

Se logra cuando uno se mira a sí mismo y reconoce que también tiene errores, cuando uno deja de culpabilizar sólo a la otra persona, cuando uno deja de esperar y de exigir que los demás me hagan felices. Cuando uno descubre que mi felicidad no está y no depende de los demás, sino que está dentro de mí.

Ahí empezamos a darnos cuenta de que el otro sabe tanto como yo y cuando uno descubre que el otro también ha caído en trampas (por ejemplo para conseguir que me amen más, he dependido más, he sido más esclava, me he dejado maltratar, humillar,…).

Otro paso importante es aprender a perdonarse a sí mismo,… lo más difícil no es que Dios me perdone sino que yo me perdone y que yo perdone. Esto es difícil porque estamos muy centrados en nosotros mismos.

A mí me ayudó muchísimo primero identificar esto y después pensar: si ahora se apareciera Jesucristo y yo le pidiera que me perdonara porque he sido orgullosa, soberbia, porque he herido o porque me he puesto por encima y he pisado a otros, lo primero que me preguntaría es: ¿perdonas a quienes te han herido a ti?

Si no perdonamos a los que nos han herido ¿que derecho tenemos a pedir a Dios que nos perdone?  Si no perdono no crezco porque estoy atada al rencor y al resentimiento y esto me reduce como persona, perdonar nos libera, es lo más sano del mundo.. En el rencor y el resentimiento no puede estar Dios. El rencor, el resentimiento,… son las ataduras al mal, entonces le pertenezco al mal, elijo el mal.

El amor de Dios es tan grande que me deja elegir entre el bien y el mal. Después tengo la gran suerte de que el Señor me perdona siempre, pero si no perdono no voy a ser capaz de recibir la verdadera liberación del perdón de Dios.

La sanación del perdón es lo más precioso, cada vez que perdonamos de corazón nuestro amor se asemeja al amor de Dios. Cuando salimos de nosotros mismos para perdonar estamos asemejándonos a Dios. El verdadero poder está en el amor.

Cuando se empieza a entender esto, uno empieza a percibir a Dios a pesar de todos los errores, heridas, pecados: de haber abortado, de haber recibido abusos sexuales, de una separación,… sin embargo vence el amor de Dios y el perdón es el poder de Dios, que nos ofrece también a los hombres. El perdón es un don que hay que pedir a Dios.

Para Cristo era una oportunidad todo aquel que estaba fuera de la ley, fuera de la norma, y Betania quiere seguir sus pasos igual, sin juicios ni prejuicios, sino como oportunidad para que Cristo se muestre en esa persona con su amor. Respetándola y amándola como es, no como queremos que sea.

El tiempo es un don para la conversión y el perdón. Llegar a esto es el tesoro de la felicidad en este mundo, sin importar que las circunstancias sean difíciles. 

¿Cómo se hace para que los niños puedan crecer en armonía estando separados sus papás?

Los niños son las víctimas inocentes y necesitan las dos referencias, la paterna y la materna. El mayor error y daño que les podemos hacer a nuestros hijos es quitarle la fama a su padre o a su madre, hablar mal del otro, quitarle la autoridad,… Hay que preservar a los hijos de nuestros odios y rencores. Ellos tienen derecho a tener padre y madre.

Los hijos son las víctimas de la separación, no la causa. Haya habido una infidelidad, incluso un asesinato,… la causa se encuentra en los dos padres.

Todos somos responsables: un maltratador no existe si yo no me dejo maltratar. Aquí hay una serie de responsabilidades por carencias en la educación, por miedos. Y todo eso, si no lo hemos sabido hacer bien en el matrimonio, son cargas para nuestros hijos.

En la separación, los hijos se sienten inseguros, y necesitan experimentar el amor incondicional. Es cruel utilizar a los hijos hablando mal del otro, o usándoles como armas arrojadizas. Los más inocentes e indefensos en una familia son los hijos, hay que protegerlos más incluso que a los padres porque son los más frágiles, aunque los padres deben pasar por una sanación personal.

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