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¿Sabías que entre las momias más antiguas del mundo hay embriones y fetos?

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Centro de Estudios Católicos - publicado el 06/02/17
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Los chinchorro consideraban los nonatos como miembros de la comunidad

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Cerca de la ciudad de Arica, al norte de Chile, en el Museo Arqueológico San Miguel de Azapa, se encuentran las momias de la cultura Chinchorro, pertenecientes a un pueblo nómada que habitó en la costa sur del Perú y en el norte de Chile, entre los territorios de Tacna, Arica y Tarapacá.

Estas momias son 2 mil años más antiguas que las egipcias y poseen alrededor de 9 mil años de antigüedad. Dicho pueblo vivió de la pesca, la caza y la recolección de frutos.

A diferencia de los egipcios, la cultura Chinchorro realizaba un elaborado ritual fúnebre no sólo a las clases más altas de la sociedad sino a todo tipo de personas. Se encuentran momias de hombres, mujeres y niños.

Se estimaba que los cuerpos después de momificados seguían participando de la comunidad como verdaderos monumentos ancestrales, marcando territorio e identidad cultural. Es frecuente encontrar grupos de momias que reflejan una unidad familiar, incluyendo hombres, mujeres y niños.

Es especialmente interesante observar el tratamiento en niños cuyos frágiles huesos eran robustecidos por ramas y embarrilados de fibra vegetal. El trabajo de la cabeza implicó cortes de cráneo, realizados con utensilios rústicos, limpieza de órganos, y confección de máscaras de barro.

Pero lo más impresionante es la momificación realizada a seres que aún no habían nacido, a fetos que parecen pequeñas estatuillas.

Lo más conmovedor es el delicado tratamiento de minúsculos embriones humanos que aún no tenían formadas sus extremidades. Para ellos los nonatos eran considerados como miembros de su comunidad y reflejan una cultura respetuosa del valor de la vida humana desde el vientre materno.

Los Chinchorro poseían diversos tipos de momificación; algunos se basaban en la desecación natural por las condiciones climáticas del desierto, pero otros implicaban una gran sofisticación, incluyendo incisiones, relleno de cavidades, pintura con óxido, vendajes, etc.

Esto nos habla de la complejidad y el trabajo que la cultura Chinchorro se tomaba para momificar a sus muertos, y el valor que les daban a los miembros fallecidos de la comunidad, incluyendo a ancianos, niños e incluso no nacidos.

Los cuerpos de los Chinchorro son como efigies. Desprovistos de todo órgano que pudiera descomponerse, conservaron huesos, piel y cabello, en un intento por mantener la esencia del individuo y su ancestralidad en la colectividad.

Pero si el proceso de momificación era tan complejo, ¿por qué incluían a los fetos? ¿Qué significado tenía la vida para la cultura Chinchorro? ¿Reconocieron a un ser humano en un niño no nacido?

Quizás con el paso del tiempo nos hemos olvidado del valor de la vida y del respeto profundo que debemos tener por aquellos seres humanos que comienzan su desarrollo desde el momento mismo de su concepción. Vale la pena aprender estas lecciones de humanidad que nos han regalado quienes nos precedieron.

Por ello, esta exposición no es una muestra de seres muertos, sino la valoración de una antiquísima forma de vida y de visión respecto de la muerte.

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