Aceptar nuestra verdad emocional nos devuelve la paz, la libertad y la alegría
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Vivir sanamente implica necesariamente un acceso a la propia verdad de sí mismo, a la autoaceptación, que va acompañada de la aceptación de nuestra verdad emocional. Reconciliarnos con nuestra propia trama de relaciones afectivas que forjaron nuestra personalidad es el camino para la curación interior que nos devuelve la paz, la libertad interior y la alegría. Cada uno de nuestros sentimientos expresa algo real acerca de nosotros mismos y de los que nos rodean. Es preciso aprender a “escucharlos”.
Es también cierto que en ciertas formas de educación, donde a las personas no les está permitido “sentir”, no les quedará otra salida que pasar por alto sus sentimientos, rechazarlos y racionalizarlos excesivamente. Pero indefectiblemente todo lo que no aceptamos de nosotros mismos, tampoco lo podremos aceptar en los demás. Muchas dificultades para aceptar a otros, tienen por raíz la incapacidad para aceptarse a uno mismo.
La pregunta que muchos se hacen es: ¿qué sucede con los sentimientos no aceptados? ¿qué sucede con lo que ignoramos o nos censuramos? Lo que los expertos señalan es que cuando una persona no canaliza bien sus emociones, éstas se manifiestan de modo inapropiado a través de síntomas físicos o malestar psicológico, desde trastornos digestivos hasta depresiones y ansiedades. Si bien no se puede afirmar mágicamente que todas las enfermedades tengan causas emocionales como pretenden algunas pseudoterapias, es cierto que muchas de las heridas emocionales o sentimientos no aceptados se manifiestan en diversos desórdenes físicos y psicológicos, como también el estado emocional repercute directamente en el impacto de cualquier enfermedad sobre la vida de una persona, porque antropológicamente hablando, somos una unidad personal y no compartimentos aislados.
Lo cierto es que cuanto más desconectados estamos de nuestro interior, más dificultades tendremos para encontrar la verdad sobre lo que nos sucede; no sólo las heridas, sino que tampoco conoceremos profundamente todas las posibilidades que podemos desplegar positivamente como un don para los demás.
No son pocos los que para evitar posibles heridas emocionales deciden no expresar lo que sienten y con ello se acostumbran a una especie de inercia emocional que también les priva de vivir auténticamente y en plenitud quienes son en realidad.
El secreto para vivir mejor y crecer en mi vida afectiva consiste en aprender a relacionarnos con nuestros sentimientos, a reconocerlos como propios y expresarlos de modo adecuado y natural. Esto no significa hacer lo que se siente, porque podemos sentir una cosa y decidir hacer otra.
La sanidad no está en vivir al capricho de las emociones, sino en poder expresar con aceptación lo que se siente, aunque luego se decida ir en otra dirección. Lo sano es vivir en la verdad, no ser una veleta que va para donde la lleva el viento.
Vivir sanamente es permitir que nuestras emociones fluyan correctamente con honestidad y franqueza. Se trata de una condición básica para poder experimentar el poder amar, para vivir libremente.
Los sentimientos no se eligen
Culturalmente hay sentimientos mejor aceptados que otros. Hay algunos que llaman sentimientos “positivos” a los que todos quieren tener: alegría, paz, entusiasmo, etc. Pero no se quiere saber nada de los “negativos” como la tristeza, la ira, celos, angustia, etc. Pero estas etiquetas sólo nos complican más la vida porque todos tenemos aspectos inmaduros en nuestra vida.
Todos tenemos miedos y heridas que necesitan tiempo para sanar. Hasta hay aspectos de nuestra personalidad que rechazamos sin quererlo. Cuando vemos personas que tienen miedo de mostrar su afecto y manifestarse tal como son, es porque necesitan una coraza de protección, de falsa seguridad y rigidez, que sólo revelan la propia vulnerabilidad e inseguridad.
Las personas más seguras de sí mismas no tienen miedo de manifestar lo que sienten y de mostrar su vulnerabilidad, de llorar o reír, porque son fuertes interiormente.
Los pasos para crecer
El primer paso para crecer en nuestro mundo emocional es reconocer y aceptar lo que sentimos, y el segundo paso es expresarlo. Pero ya sea por ignorarlos o por cierta “educación”, lo que solemos hacer es exactamente lo contrario: combatirlos. Sin embargo, nunca desaparecen, sólo se transforman.
Los prejuicios del entorno familiar y social, donde se valoran ciertas actitudes y se desprecian otras, sofocan el mundo interior hasta paralizarlo. ¡Cuántas veces se nos sanciona por sentir de determinada manera! ¡No llores! ¡No hay que enojarse! ¡Da vuelta la página! ¡No te podés sentir así! y tantos mandatos sociales. ¡Cómo si pudiéramos elegir lo que sentimos!
La madurez que todos buscamos hunde sus raíces en una clara y sana conciencia de uno mismo, en la aceptación de sí. ¿Somos capaces de reírnos de nosotros mismos?
Un corazón maduro no es el que no siente, sino el que atraviesa sus sentimientos, se los apropia y aprende de ellos en lugar de rechazarlos.
Muchas dificultades para amar que se encuentran hoy en las personas tienen que ver con esta inmadurez afectiva, con esta discapacidad emocional, que con falta de amor.
Muchas veces confundimos sentimientos con pensamientos y opiniones. Decimos sueltamente: “Yo siento que esto es así”, y en realidad estoy diciendo que lo pienso. Es más claro cuando afirmo: “Me siento…” y esto va acompañado de un estado de ánimo. Y puedo decirle al otro:”No me siento amado”, que no es lo mismo que decir: “No me amas”, que implica un juicio del cual no tengo evidencia más que un sentimiento de desamor.
Para vivir una vida en serio, relacionarnos mejor con los demás, es importante crecer en la aceptación de uno mismo y en el conocimiento de los propios sentimientos y emociones. Vivir humanamente es no recortar lo que somos, sino abrazar lo que somos con nuestras fortalezas y debilidades, y desde allí ser más auténticos, más veraces y libres para amar de verdad.