Después de que los racistas incendiaran su orfanato para niños afroamericanos, Quinn lo reconstruyó con ladrillos y cemento
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En la América difícil de principios del siglo XX, hubo un sacerdote católico que, contra los sentimientos de su época, hizo todo lo que estaba en su mano para luchar por la igualdad racial.
Ordenado en 1912, el padre Bernard J. Quinn se dirigió al obispo Charles Edward McDonnell de la diócesis de Brooklyn y le pidió poder poner en marcha un “apostolado para los negros”. Quinn veía que, mientras que la Iglesia estaba muy comprometida en hacer frente a las necesidades de los inmigrantes europeos, la población afroamericana estaba desatendida.
El obispo McDonnell, más preocupado por el inicio de la I Guerra Mundial, rechazó su petición. El prelado necesitaba un mayor número de sacerdotes que actuasen como capellanes en ultramar, así que un nuevo apostolado en su diócesis no cabía en su programa.
Quinn respondió a la necesidad del obispo ofreciéndose como capellán, dejando de lado de momento su proyecto. Fue enviado a asistir a un regimiento de infantería, y antes de volver a casa, mientras se encontraba en Francia, descubrió a una nueva inspiración: santa Teresa de Lisieux.
Como parte de su labor, Quinn fue destinado cerca de Alençon, lugar de nacimiento de santa Teresa, y se enamoró de la santa tras leer su autobiografía, Historia de un Alma.
Según Our Sunday Visitor, “mientras llevaba a cabo su ministerio con los soldados después de la guerra, recibió permiso de su superior para visitar la casa de Teresa, donde celebró la misa el 2 de enero de 1919, aniversario de su nacimiento. Dijo que esa experiencia fue para él ‘un gran privilegio, pues fui el primer sacerdote en celebrar allí la misa’”.
De retorno a su diócesis, Quinn renovó su petición, y al final se le concedió el permiso de poner en marcha una nueva parroquia para los católicos afroamericanos en Brooklyn. Quinn compró una vieja iglesia protestante e hizo que fuera “bendecida y dedicada a san Pedro Claver el 26 de febrero de 1922”.
Confió su congregación a santa Teresa, y en seguida fundó la Casa de la Providencia Pequeña Flor para asistir a los niños afroamericanos huérfanos. Cada semana, además, su parroquia acogía “servicios de novena a Santa Teresa. Todos los lunes, unos 10.000 devotos se unían a esta novena, en la que se dice que se produjeron curaciones milagrosas, tanto físicas como espirituales”.
Sus esfuerzos por la comunidad afroamericana no pasaron inobservados para el Ku Klux Klan, que incendió el orfanato dos veces en el mismo año. Esto no detuvo a monseñor Quinn, que lo reconstruyó con ladrillos y cemento.
Cuando recibió varias amenazas de muerte, dijo a sus parroquianos: “Derramaría de buen grado hasta la última gota de sangre por el último de vosotros”.
Quinn fue ayudado en sus esfuerzos por santa Catalina Drexel, también ella comprometida en asistir a la comunidad afroamericana estadounidense. Dado el éxito de su primera parroquia, Quinn fundó una segunda misión, St. Benedict the Moor, en Queens.
Monseñor Quinn murió el 7 de abril de 1940 tras luchar contra un cáncer. En su funeral participaron miles de personas, y su herencia sigue viva aún hoy.
Según el New York Times, su orfanato sigue siendo “la base operativa del programa diocesano neoyorquino Pequeña Flor para Niños y Familias, que ofrece una serie de servicios en Queens, en Brooklyn y en Long Island”.
El obispo de Brooklyn Nicholas DiMarzio abrió la causa para su canonización el 24 de junio de 2010 y puso en marcha una investigación sobre la vida de monseñor Quinn para determinar si se puede avanzar en el camino de declararlo santo.
En un momento en que en EE.UU. las divisiones raciales han despertado tan fuertes sentimientos, hay que dirigir la mirada a monseñor Quinn y pedir su intercesión para que sanen las heridas de esta nación.