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Deja la procrastinación para después

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Daniel Esparza - publicado el 07/03/17
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Dejar las cosas para más tarde y un exceso de confianza en los propios talentos van de la mano

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Procrastinar, es decir, dejar las cosas para más tarde, tiene, según parece, mucho que ver con los sobresalientes que sacabas sin esfuerzo de joven. Mientras todos los demás tenían problemas por terminar las tareas, para ti los deberes eran coser y cantar. Mientras que tus compañeros todavía no controlaban los tiros libres, tú ya estabas listo para el concurso de mates. Mientras tus amigos se esforzaban por conseguir agilidad en la lectura y escritura, tú ya sentías que escribías tu primer bestseller.

 Y así aprendiste que el trabajo duro no es necesariamente la clave del éxito. Después de todo, conseguías todos esos sobresalientes sin siquiera romper a sudar. Y eso, según escribe Megan McArdle en su artículo para The Atlantic, te enseñó una terrible lección: “el éxito en el trabajo depende sobre todo del talento natural”.

Aunque el artículo de McArdle se centra en los escritores —“los escritores son los peores procrastinadores”, asegura (y si resulta que esta es tu profesión, tal vez ya sepas que la autora ha dado en el clavo)—, la lección se aplica a todos y todas los que destacan en su ámbito.

Los atletas pueden terminar por renunciar a su entrenamiento basándose en que ya están preparados para el trabajo, y cualquiera puede experimentar una cierta sensación de autosuficiencia una vez que “le coge el punto” al negocio o la tarea que sea, lo cual puede terminar conduciendo a un estancamiento. O tal vez a la procrastinación, sobre la asunción de que “ya sabe qué hacer” y que “sólo le llevará un ratito”. ¿Te suena de algo?

El remedio, obviamente, es sencillamente “aceptar el trabajo duro”, según dice McArdle. Pero también está relacionado, según declara la autora, con echar un vistazo a algo que no aprendemos en la escuela. Normalmente, cuando nos presentan, digamos, una gran obra de la literatura, únicamente vemos el producto final. Pocas veces oímos hablar de cuántas veces tuvo que escribir Melville este o aquel pasaje de Moby Dick. “Nunca ves los errores ni el esfuerzo”, explica McArdle. Pero sí vemos los nuestros. Constantemente. Y esa comparación constante —por si ya te lo estabas oliendo— podría ser, en efecto, el origen de la procrastinación (y también de un buen surtido de inseguridades).

Si quieres leer el artículo de McArdle (algo que recomendamos encarecidamente), haz clic aquí.

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