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Hace unos años, cuando era estudiante, una de mis profesoras favoritas nos hizo un hermoso regalo, una visita a la Fabrica de San Pedro.
Para quien no sabe de que se trata... es el lugar dentro de la basílica donde los grandes artistas proyectaron y dieron vida a las magnifica obra que es ahora es San Pedro.
Es un ente creado expresamente para la gestión del conjunto de las obras necesarias para la realización arquitectónica y artística de la basílica. La Fábrica de San Pedro se ocupa de todo cuanto sea necesario para la restauración y atesora un archivo con un gran numero de preciosos documentos catalogados: hay miles de notas, proyectos, contratos, recibos, correspondencia.
Así que no se imaginan mi emoción cuando llegué allí. ¿Cómo expresar todos los sentimientos juntos vividos en ese momento?... Lo único que les puedo decir, es que tenía la piel de gallina al ver todos esos pergaminos de piel de cabra u oveja, muy reguardados en vitrinas especiales.
De repente me imaginaba trabajando allí todos esos grandes como Sangallo, Della Porta Raffaello, Borromini, Bernini, Miguel Ángel entre tantos otros. Pude ver y admirar dos grandes tesoros, un bosquejo con la firma de Miguel Ángel y la lista de precios del Bernini de cada ornamento contenidos en el maravilloso altar. ¡Imagínense!, cada pequeño detalle como una pequeña abeja, tenía su precio.
Dicen que pasaron por allí más de 70 artistas, datos ciertos todavía no se tienen, porque poco a poco se van abriendo y estudiando los miles de documentos que contiene el archivo vaticano.
De esta manera se ha respondido una de tantas preguntas que me puse a lo largo de mis estudios y paseos por las obras del Vaticano: ¿Hubo mujeres trabajando en una época donde cientos trabajos eran exclusivamente para hombres?
Pensaba: ¡Seguro que no! y estaba bien equivocada. La apertura de unos documentos demuestran todo lo contrario. Había mujeres trabajando el vidrio, con el hierro, cristales, lustrando el metal, horneando ladrillos y cortando el lapislázuli para el tabernáculo del Bernini y también trasportaban el material en los carros.
Eran trabajadoras desconocidas y silenciosas, como dijo Angelo Comastri presidente de la Fabrica de San Pedro: “ con su trabajo anónimo han contribuido a la realización del máximo templo de la cristiandad”.
Eran hijas y viudas de los empleados encargados de construir la basílica, muchos de ellos fallecieron a causa de accidentes en el trabajo, y les daban esta oportunidad para que pueden seguir sustentando la familia con salarios justos que distinguían a la cantera pietrina.
Lo confirma la archivista Assunta Di Sante en su libro "Quando la Fabbrica costruì San Pietro. Un cantiere di lavoro, di pietà cristiana e di umanità XVI-XIX secolo": “ desde el siglo XVI la fabrica se ha anticipado a la modernidad en el campo de la edilicia, como también de la política social y laboral, sus trabajadores eran los mejores pagados en toda Europa. La institución puso en acto políticas de trabajo extremadamente modernas, para estabilizar y garantizar la seguridad económica de sus dependientes”.
La magnifica Basílica de San Pedro también fue erigida por manos de numerosas mujeres, que además siendo poco normal en la época eran muy bien pagadas dándoles la completa dignidad que se merece.