Todo comienza por la ambición de encontrar un camino fácil y rápidoEstá creciendo aceleradamente en nuestra sociedad la adicción a los juegos de azar. Es cierto que desde la más remota antigüedad tenemos noticias del juego como un fenómeno presente en todas las culturas. Más aún, una de las dimensiones bellas de la vida es el aspecto lúdico. Por eso, el deporte y la diversión hacen parte de la expresión y la realización del ser humano.
Sin embargo, es fatal la afición a los juegos de azar que crea en la persona una verdadera dependencia sicológica, con un comportamiento compulsivo como el que producen el alcoholismo y las toxicomanías.
La ludopatía es un desorden emocional, progresivo y destructivo que lleva a la persona a la incapacidad de controlar su deseo de jugar y apostar. Todo comienza por la ambición de encontrar un camino fácil y rápido para hacer fortuna, sobre todo en ciertas situaciones de penuria económica.
En un primer momento, se percibe el juego como una oportunidad para resolver, sin trabajo y sin esfuerzo, situaciones difíciles y, después, se practica como un refugio o evasión para escapar de las frustraciones de la vida. Así se entra en un mal con graves consecuencias en la vida personal, familiar, laboral y social.
La inversión de tiempo, energía y dinero en el juego va llevando a la persona a ser cada vez más dependiente, pues empieza a vivir de fantasías creyendo que se va a enriquecer rápidamente o de presiones sociales y económicas pensando que tiene que jugar más para recuperar lo que ha perdido y para saldar las deudas que con el mismo juego ha acumulado. En el fondo, se trata de una ilusión, de un espejismo, de una esclavitud sin fondo porque esta “magia” casi nunca da el resultado esperado.
El juego compulsivo va llevando al descontrol progresivo y, por consiguiente, a caer en circuitos de usura, en endeudamientos desmesurados, en problemas económicos y financieros, en severos desajustes familiares y en graves trastornos psicológicos. Es así como se va entrando en la intolerancia a la frustración, la incapacidad para manejar las emociones, los sentimientos de baja autoestima y la mitomanía fruto de la doble vida que desarrolla el adicto. Todo abre la puerta a la depresión y a la desesperación, que muchas veces conducen incluso al suicidio.
La persona que se entrega a esta dependencia entra en un circuito obsesivo del que es difícil salir: juega para ganar más si está ganando y juega para recuperarse si está perdiendo.
Las manifestaciones de la ludopatía son siempre coincidentes y muestran que no podemos admitir que el juego sea una actividad creciente en la vida humana y que sea el azote de las familias y de las personas más pobres y desfavorecidas. Debemos hacernos conscientes de cómo la industria del juego está introduciendo enfermedades mentales, crimen organizado y altos niveles de corrupción en la sociedad.
Es necesario promover en las familias, en los centros educativos, en las parroquias, en diversos ámbitos de la sociedad diferentes iniciativas para proteger a las nuevas generaciones de esta ilusión seductora que arruina la vida personal, la sana relación con los demás, la debida administración de los bienes y el bienestar de la comunidad. Habría que exigir igualmente el debido control de los centros de juegos de azar y ofrecer terapias adecuadas a quienes ya padecen esta enfermedad silenciosa. Como en todas las pasiones desordenadas se sabe dónde se empieza pero no hasta dónde va a llevar, a nivel personal y social, el peso de una esclavitud que se hace cada vez más aplastante.
Por Ricardo Tobón Restrepo, arzobispo de Medellín