Empecemos con poco de historia... Hace muchos siglos, cuando el cristianismo estaba en sus comienzos y no existía el calendario litúrgico, se comenzó a celebrar la Eucaristía sobre la sepultura de los mártires y a venerar su memoria.
Al principio, estos mártires eran considerados santos de un modo público. Por ello, para venerar su memoria, se escogía -con bastante lógica- el aniversario de su martirio. Lo llamaban dies natalis, que -literalmente- significa "el día del nacimiento" o "el cumpleaños". Pero, en estos casos, el "nacimiento" era en realidad el nacimiento a la vida eterna, a la gloria.
El dies natalis –el aniversario del fallecimiento- siguió siendo, a lo largo de los siglos, el criterio principal para asignar un día concreto a cada santo.
Alternativas al "dies natalis"
Sin embargo, no siempre es posible utilizarlo. En algunos casos no se conoce con exactitud esa fecha; en otros, coincide con fechas de especial solemnidad que conviene despejar de otras celebraciones.
Cuando esto sucede, se busca una fecha apropiada, atendiendo a varias circunstancias. La principal son los calendarios locales.
Muchos santos han sido venerados en ámbitos reducidos –una diócesis, un país- antes de ser considerados santos por la Iglesia universal. En esos casos, se traslada al calendario universal la fecha que se utilizaba localmente.
Otros criterios se pueden referir a efemérides o a sucesos de particular importancia en la vida del santo en cuestión. Por ejemplo, si se trata de un Papa, puede ser el aniversario del día de su elección.
Este es el caso de san Juan Pablo II, ya que el 2 de abril, fecha en que falleció, es una fecha que podría coincidir con Semana santa o Pascua y eso provocaría que su celebración se posponga por varios días.
¿Y el cumpleaños?
Lo que no se suele hacer es elegir el día del cumpleaños, pues se considera que lo celebrado no es la llegada a este mundo, sino su triunfo final al acabar esta vida.