Éramos los típicos jóvenes universitarios pero también estábamos muy unidos por nuestro deseo de entender quiénes éramos
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Un gran número de jóvenes católicos “pierden su fe” cuando van a la universidad. Para mí fue todo lo contrario: durante mis años de universidad descubrí y me enamoré de la Iglesia como Madre.
Dios guió mi crecimiento espiritual obrando a través de algo muy sencillo: la amistad.
Mis amigos y yo éramos universitarios normales —saliendo de fiesta durante las semanas finales y disfrutando de la vida social de las residencias— pero también estábamos unidos por nuestro deseo de entender quiénes éramos en este gran universo, para qué habíamos sido creados y el sentido de la vida.
Aquellos años incluyeron algunas decisiones erróneas y actitudes obstinadas propias de la juventud, pero también nos proporcionaron la base sobre la que construimos nuestras vidas y vocaciones.
Y la mayoría seguimos en contacto. Algunos se han consagrado al Señor, uno es sacerdote, otro ya ha marchado antes que los demás a la vida eterna; la mayoría estamos sumergidos en las alegrías y desafíos de la vida familiar.
Pero tenemos un grupo de WhatsApp donde compartimos nuestros desafíos vitales: una nueva casa, problemas de salud de los padres, el nacimiento de un hijo, los nuevos retos de la adolescencia…
Nuestro amigo consagrado a Dios, que trabaja en Roma, despierta nuestras envidias mandándonos fotos de misas papales y santuarios sagrados.
Y todavía rezamos los unos por los otros, como en los viejos tiempos.
Hace unas semanas, a causa de los problemas relacionados con una gran decisión vital de un amigo, nos dimos cuenta de que una oración —una versión de la novena “Pedid y recibiréis” del Padre Pío— había sido un engranaje básico durante los contratiempos y vicisitudes de nuestras décadas de amistad.
“Todavía la conservo escrita en un papel que me dio Marie”, uno ya muy gastado. “Se ha doblado y redoblado tantas veces ya que he tenido que cubrirlo casi por completo con plástico adhesivo. La he recitado más veces de las que puedo recordar para muchísimas intenciones y personas. ¡Funciona siempre!”.
“¡A mí me ayudó con los exámenes!”, recordaba un amigo estudioso.
Otra amiga compartió una fotografía de su versión de la oración, con la que despertó nuestras sonrisas al reconocer la escritura de alguien del grupo (a quien ya no vemos, ahora que nos comunicamos solo por chat). “Ha estado en mi mesita de noche desde la universidad”, dijo cuando la publicó.
Y el escriba original respondió: “¡De saber que se iba a conservar tanto tiempo la habría escrito con mejor letra! ;)”.
Así que aquí está esta eficaz novena, con la confianza de la experiencia, el recurso de un puñado de alocados universitarios que intentaban resolver el puzzle de esta vida y que todavía intentan enamorarse más de Dios y de la Iglesia, siempre en las oraciones de los demás:
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Novena de 9 horas
Oh, Jesús, que dijiste: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”, por la intercesión de María, llamo y busco y pido que con mi oración se conceda [mencionar petición].
Oh, Jesús, que dijiste: “Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo daré”, por la intercesión de María Madre Santísima, pido con humildad y urgencia al Padre en Tu nombre que con mi oración se conceda [mencionar petición].
Oh, Jesús, que dijiste: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”, por la intercesión de María Madre Santísima, confío en que con mi oración se conceda [mencionar petición].
(Repetir una vez cada hora durante 9 horas seguidas).
PARA SABER MÁS
Una novena es una oración o conjunto de oraciones recitadas en series de nueve (de ahí su nombre), normalmente durante nueve días, pero en este caso, durante nueve horas.
Según la Enciclopedia católica, la historia de las novenas está ligada a varios conceptos y devociones. Están los nueve meses de Cristo en el útero, por ejemplo, pero también y en especial, la “novena” a la que Él mismo exhortó a los Apóstoles como preparación para Pentecostés. María y los Apóstoles estuvieron en el Cenáculo nueve días esperando el don del Espíritu Santo.
También hay un vínculo con las tres personas de la Trinidad, alabadas en la Escritura y la liturgia con la designación de santo repetida tres veces (cf Apocalipsis 4:8). “Santo, santo, santo es el Señor Dios todopoderoso”.
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