Un buen día un periodista se acercó al arzobispado de Buenos Aires: “Queríamos confirmar la muerte de Bergoglio”
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Diciembre de 1999. Días de calor en Buenos Aires. Intensos. Jornadas de cierre de año, de últimas reuniones. Días de mucho estrés. El teléfono de la curia porteña suena por primera vez. “Queríamos confirmar la muerte de Bergoglio”, decía un periodista de uno de los periódicos argentinos más importantes. “¿Cómo?”, responden del otro lado. Inmediatamente, antes de que desde la Oficina de Prensa del Arzobispado se pueda siquiera verificar el origen de la información, otro llamado, de una agencia de noticias. Inmediatamente, otro…
En la Curia nadie sabía nada. Se sabía que Jorge Bergoglio, ya Arzobispo pero aún no Cardenal, había salido para la Conferencia Episcopal. El camino es de no más de 15 cuadras, las que separan la Plaza de Mayo de la Sede de los Obispos argentinos en Suipacha y Santa Fe. ¿Habría sido en ese trayecto el accidente de tránsito que referían los periodistas?
Desde otro importante diario ya se tenía preparada la necrológica. Todos pendientes de la inminente confirmación. Encima, a los primeros llamados, en la Conferencia Episcopal el personal no había visto ingresar a Bergoglio al edificio. Había una reunión de prelados, pero a él no se lo había visto ingresar.
Ante la insistencia del personal de la curia de Buenos Aires, el personal de la Conferencia Episcopal interrumpió la reunión. Y allí estaba. Había ingresado al edificio de la calle Suipacha sigilosamente, como siempre.
Por teléfono, y aliviados, le avisaron a Bergoglio del rumor. Jocoso, el Arzobispo manifestó unas palabras que al día siguiente repitió a periodistas que lo visitaron para un saludo de fin de año: “Lamentablemente para muchos, sigo vivo”. Ese día, un periodista manifestó que era la primera vez que veía un resucitado.
Los medios que tenían preparada la necrológica del entonces Arzobispo de Buenos Aires debieron reservar esa nota. Esa reseña biográfica todavía habría de crecer. Y lo seguirá haciendo. Jorge Bergoglio sigue vivo. Como se dice en la Argentina, “vivito y coleando”.