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Love – Temporada 2: Nuestra cálida trinchera

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Tonio L. Alarcón - publicado el 24/03/17
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Auspiciada por Judd Apatow, Love quiere explorar, siempre en clave de humor, la realidad de las relaciones románticas en la sociedad actual

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En el segundo episodio de la anterior temporada de Love, el gesto de Gus (Paul Rust) de lanzar por la ventana de su coche sus Blu-rays románticos no era sólo una forma de definir al personaje –y a sus expectativas personajes y románticas–, sino también una declaración de intenciones por parte de sus creadores, que querían evitar, precisamente, caer en los tópicos hollywoodienses del género.

De ahí que, en lugar de ello, construyeran algo así como una comedia screwball patológica, con una historia de amor alimentada por los miedos, los celos y las inseguridades de unos protagonistas que, a medida que iban avanzando los capítulos, desvelaban que, bajo su fachada de normalidad –o de excentricidad cool, en el caso de Mickey (Gillian Jacobs)–, escondían graves trastornos personales, y unas heridas interiores mucho más profundas de lo que, inicialmente, se nos daba a entender. Eso es, de hecho, lo que les permitía encontrarse y reconocerse en su necesidad de normalizarse sentimentalmente, de encontrar cierta calma íntima.

Por eso mismo era complicado continuar su historia a partir del beso con el que finalizaba el último capítulo de esa primera temporada, El final del principio, sin caer en la trampa de lo edulcorado que los creadores de Love, Judd Apatow, Paul Rust y Lesley Arfin, habían intentando eludir. Así que tomaron una decisión notablemente inteligente: estructurar la temporada en dos partes que representaran otros tantos estadios de una relación sentimental sostenida en el tiempo.

Una primera que proyectara la etapa de la idealización, adentrándose –al menos, en apariencia– en el cenagal de la comedia romántica convencional, hasta culminar en un episodio, “Un día”, de una calidez, una melancolía, inesperadas dentro de la serie. Y otra segunda que representara una primera crisis emocional grave, que destruye, poco a poco, lo que habíamos visto hasta entonces –no es casual que el noveno capítulo, Cuidando una casa, fundamental para ese volantazo de tono, lo escriban a cuatro manos Apatow y Rust–, adentrándose en una espiral de miserabilidad y de abandono emocional que, paradójicamente, hunde lo suficiente a Gus y Mickey como para vuelvan a descubrir el refugio psicológico en el que se han convertido para el otro.

Claro que, para llegar a ese convencimiento, los creadores de Love arrastran a los personajes de Rust y Jacobs a través de una serie de proyecciones de sí mismos en forma de personajes secundarios que, en cierta manera, les impelen a reconocerse por puro contraste.

Desde la inenarrable relación sentimental entre Bertie (Claudia O’Doherty) y Randy (Mike Mitchell) hasta la convencionalidad de los matrimonios de las viejas amigas de Mickey, pasando por la superficial huida hacia adelante de Steven (David Spade), el padre divorciado de la joven estrella, Arya (Iris Apatow), a la que Gus da clases…

Aunque quizás sea el episodio en el que se asoma el padre de la protagonista, Marty Dobbs –interpretado por Daniel Stern–, uno de los que más apela a la necesidad de Mickey de enfrentarse a sus propios demonios, en lugar de huir de ellos o, lo que es peor, asimilarlos como una parte idiosincrásica de su personalidad. No se trata de madurar sino, simplemente, de no herirse a sí misma a cada paso.

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