Hanno llegó a Roma desde la India, como regalo de la monarquía portuguesa al Papa
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Annone – que es Hanno, en su forma inglesa – llegó a Roma en el invierno de 1514. Fue el primer elefante – y además, ¡era un elefante blanco, un color muy papal! – en poner un pie en la Ciudad Eterna desde la caída del imperio romano. Ese hecho, por supuesto, le hizo bastante popular. Después de todo, todos y cada uno de los italianos recordaba la historia de Aníbal cruzando los Alpes con su ejército de elefantes para asediar Roma.
Eso, y el hecho de que Hanno fuera enviado como un regalo para León X, que había sido elegido Papa apenas el año anterior, en 1513. Todo el mundo quería poder ver a la nueva “mascota del papa”.
Hanno llegó a Roma desde la India, a través de Portugal. De hecho, fue una ocurrencia del monarca portugués, que pensaban que regalar un elefante al era una buena idea. Después de todo, ya habían enviado loros, monos y leopardos a los papas anteriores.
Aquella era la época en que los comerciantes portugueses estaban activos en la India y las Indias Occidentales, y gozaban de casi total control sobre las rutas de comercio de especias por mar. Era natural que, cuando Lorenzo de Medici fue elegido papa León X, el rey portugués, Manuel I, tratara de aprovechar la oportunidad de ganar un poco de influencia política, incluyendo la bendición del Papa a la expansión colonial portuguesa. Egipto controlaba algunas de las rutas, pero también dominaba Jerusalén, y amenazaba con destruir los lugares sagrados si el Papa se atrevía a ponerse en su contra.
Sabiendo esto, Manuel I envió al Papa como regalo todo lo que se le pasó por la cabeza. La lista, publicada por Atlas Obscura, incluía “textiles, un cáliz de oro, cubre altares de brocado, tesoros forjados de oro y piedras preciosas, un guepardo, un leopardo, loros, perros de razas únicas y un caballo persa. Y, por supuesto, Hanno”.
Al llegar a Roma, el soberbio elefante “cayó de rodillas y se inclinó frente al Papa, tras barritar tres veces con su trompa. Después tomó agua y la asperjó sobre la multitud, incluyendo a Papa”, escribe Sarah Laskow.
Pero Hanno, que hacía las delicias del pueblo romano en las procesiones, no vivió mucho tiempo: apenas tres años después moría por una insuficiencia respiratoria mal diagnosticada. El Papa quedó muy triste por ello, hasta el punto de que ordenó que se le enterrara en los jardines del Belvedere, y que un renombrado artista como Rafael Sanzio pintara un mural conmemorativo. El propio pontífice compuso este poema en honor de Hanno:
Bajo esta gran colina yazco enterrado
Poderoso elefante que el Rey Manuel
Habiendo conquistado el Oriente
Envió cautivo al Papa León X
Donde al pueblo romano maravilló,
Una bestia no vista en largo tiempo.
En mi vasto pecho percibieron sentimientos humanos.
El Destino me envió a mi residencia en la bendita Latium
Y no tuvo la pacienia de dejarme servir a mi señor tres años completos.
Pero deseo, oh dioses, que el tiempo que la Naturaleza me asignó,
y el Destino me arrebató
Lo añadáis a la vida del gran León.
He vivido siete años
He muerto de angina
He medido doce palmos de altura
Giovanni Battista Branconio dell’Aquila
Chamberlán privado del Papa
Y preboste de la custodia del elefante,
Ha erigido esto en 1516, el 8 de junio,
En el cuarto año del pontificado de León X.
Lo que la Naturaleza ha arrebatado
Rafael de Urbino con su arte ha restaurado.