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Ningún hombre es una isla. Qué hacer si te sientes solo

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Jim Schroeder - publicado el 30/03/17
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El mayor riesgo para el hombre de mediana edad no es el tabaco ni la obesidad. Es la soledad.

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“Ningún hombre es una isla” — John Donne

Sentado frente a él, podía ver el rechazo en su rostro. Los años le habían traído varios divorcios y un creciente distanciamiento de su hija, que parecía haber recuperado el hábito de rechazar a su padre. Superficialmente, él enmascara este rechazo con mensajes duros y confrontaciones acaloradas y controladoras. Pero en lo hondo de su ser, estaba claro que se sentía muy solo porque aquellos a quienes más había querido le habían abandonado.

Hay estudios que indican que a medida que envejecen los hombres, tienen un riesgo elevado de sufrir soledad y aislamiento. Hay muchos motivos potenciales para el aislamiento que sienten los hombres, como factores de personalidad, circunstancias traumáticas, elecciones erróneas y/o factores de salud. Pero independientemente de las causas, el aislamiento no es simplemente un fenómeno de proximidad; muchos hombres se sienten solos rodeados de gente.

Cada vez hay más estudios que señalan que la soledad genera mucho más riesgos además del sentimiento de desconexión. Entre los que se ven aislados, se perciben mayores índices de mortalidad asociada con un incremento de la probabilidad de sufrir una enfermedad cardiovascular e infarto. Según parece el alzhéimer progresa más rápido en las personas que carecen de un buen apoyo social. De hecho, un estudio demostró que el aislamiento conlleva riesgos para la salud similares a los del tabaquismo.

Tampoco es sorpresa que los problemas psicológicos sean más habituales y perjudiciales para los que están solos. Se registra un mayor índice de depresión entre los hombres en soledad. Y los riesgos no solo parecen incrementar proporcionalmente al tiempo que están solos, sino que también aumenta la probabilidad de suicidio. Está bien documentado que los hombres cometen suicidio en un porcentaje mucho mayor que las mujeres, unas 3,5 veces más. Pero las pruebas sugieren que esta discrepancia solo incrementa a medida que los hombres envejecen. Mientras que las tasas de suicidio muestran un descenso en las mujeres de más de 60 años, los hombres ancianos blancos son unas 2,5 veces más propensos que el público general a cometer suicidio; los que superan los 85 años son el cuádruple de propensos. La soledad, probablemente, tiene mucho que ver con esto.

A pesar de estas noticias tan ominosas, creo que hay unas cuantas formas para que los hombres podamos minimizar el riesgo de aislamiento en nuestras vidas, si apartamos el miedo y dejamos a un lado el orgullo viril:

1. Dejar de actuar “como un hombre” y reprimirlo todo

Tenemos que ser sinceros con lo que sentimos y dejar de pensar que podemos lidiar con todo nosotros solos. No digo que vayamos por todos lados con el corazón en la mano y contando a todo el mundo nuestros problemas vitales. Lo que sugiero es que dejemos de actuar como se supone que tienen que ser los hombres, reprimiendo los problemas personales o afrontándolos individualmente y sin admitir ningún conflicto ante nadie, cuando todos sabemos que los conflictos están ahí para todos.

Con el paso de los años, me sorprende pensar en el número de veces que he escuchado a otros tíos (yo incluido) actuar como si estuvieran controlando una situación a la perfección y luego descubrir que sus vidas y su estado psicológico están muy lejos de ir perfectamente. Por desgracia, muchos hombres se han criado socialmente desde jóvenes en el hábito de mentir (sí, mentir) sobre qué sienten en su interior, ya sea para mantener la paz a su alrededor o para evitar el conflicto. Pero es un proceso que no solo conduce a los hombres a buscar formas malsanas de lidiar con sus problemas (por ejemplo, alcoholismo, pornografía), sino que también los desconecta de las mismas personas que podrían ser su mejor ayuda. El resultado natural es una creciente soledad y aislamiento y un empeoramiento de los problemas. Lo cierto es que requiere más valentía ser sincero sobre cómo nos sentimos, por difícil que sea, y reconocer que el apoyo social será siempre una de las mejores intervenciones a nuestro alcance. Así que la próxima vez que sientas la tentación de esquivar una pregunta preocupada, plantéate ser sincero (e incluso vulnerable) sobre lo que te sucede y sé abierto sobre adónde pueda ir la conversación.

2. Priorizar las amistades igual que se priorizan las familias y el trabajo

Como padre de, dentro de poco, 7 hijos y como psicólogo infantil, sé lo difícil que es encontrar tiempo para ver a los amigos. Lo más fácil es dejarlos en un segundo plano y dejar las reuniones para más adelante o hacer planes para los que sabemos que terminaremos cancelando nuestra asistencia. Cuando hacemos esto, las conversaciones que tenemos cada vez son más superficiales y fugaces, y carecen del tiempo y la sustancia que facilitan el apoyo cuando más se necesite. Es una muestra de por qué, como esposos y seres queridos de alguien, tenemos que apoyarnos mutuamente manteniendo un contacto regular con nuestras amistades. La próxima vez que tengas ganas de disfrutar de un poco de holgazanería delante de la tele, mejor llama por teléfono a algún amigo o algún familiar. Posiblemente no sea la elección más sencilla, pero es la que más necesitas.

3. Buscar apoyo mutuo creando “válvulas de entrada”

Buscamos “válvulas de salida” en ocasiones o actividades que nos permiten desfogarnos y dedicar nuestra energía a cosas que nos alejen la mente de situaciones estresantes. Las “válvulas de entrada” serían actividades y hábitos cuyos efectos positivos perduran en nosotros mucho después de terminar la acción, como correr, la carpintería, observar la naturaleza o los animales, la meditación, la cocina, la escritura… Las válvulas de salida se convierten también en válvulas de entrada cuando no solo canalizan nuestra energía de forma positiva, sino que también generan mejoras en nosotros como maridos, padres, trabajadores y seres humanos. No tienen nada de malo quedar con un grupo de amigos para tomar unas cervezas y ver un partido de fútbol. Pero si lo que queremos de verdad es forjar una amistad para toda la vida, nuestros encuentros propiciarán también relaciones más profundas y significativas. Quizás ir de senderismo o correr u organizar una aventura anual. Hace unos cuantos años, inicié una aventura de 24 horas para hombres de excursión en plan mochilero, en un entorno natural cercano, y me sorprendió descubrir cuántos colegas (muchos con los que nunca había salido de excursión antes) se apuntaron a la aventura y a la profundización de las relaciones que se derivó.

4. Empezar por uno mismo

Es fácil culpar a los demás por sentirse solo. A veces es legítimo, porque unas circunstancias injustas nos dejen sin compañía de familia o amistades. Sin embargo, es frecuente que la soledad sea el producto de nuestra falta de disposición a considerar que podríamos actuar de forma diferente para atraer a los demás hacia nosotros. No insinúo que debamos ser hipócritas o falsos. Pero a veces las personas que llegan a una situación de aislamiento es porque se negaron a cambiar aspectos de sí mismas que solo favorecen la alienación. Es duro admitir que nuestra compañía pueda resultar difícil de llevar o incluso desagradable, porque me he convertido en un viejo gruñón obstinado, por ejemplo. Pero como en el caso de muchos otros escenarios desafortunados, el orgullo asoma su fea cabeza en los casos de aislamiento; por eso, el progreso personal puede ser la defensa definitiva contra la soledad. ¿La mejor forma de empezar un proceso así? Pregunta a los que te conocen mejor y que te respondan con sinceridad sobre qué hay en tu carácter que sea difícil o desagradable al trato. Quizás te sorprenda que a menudo los demás también están abiertos a este tipo de críticas constructivas y que es un proceso que de inmediato estimula una mejor conexión entre las personas.

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