La complementariedad enriquece a la pareja, ¡no la borres!¡El peatón! ¡El poste! ¡La bicicleta! ¡El semáforo!… Parecería la voz cantante de alguien que anuncia en un juego de lotería, pero… es mi esposa, que sin solicitárselo, me asiste como copiloto en el coche poniendo mis nervios de punta. Casualmente ella es la que lo abolla con frecuencia, pues le hacen falta cincuenta metros para estacionarse. Pero ese tema ni tocarlo, porque además de no gustarle, contraviene muchos de los maravillosos atributos naturales de su condición de mujer, y tiene razón.
Dijo Dios: “no es bueno que el hombre este solo” y no le dio cualquier compañía, sino que puso una segunda corona en la obra de la creación: ¡una mujer!
Antes de eso, puedo imaginar a nuestro padre Adán dándose tremendas enfadadas y hablando solo, hasta que de su costilla fue hecha otra persona: un ser inteligente, capaz de dialogar, de comunicar la intimidad de su ser. Un ser tan persona como él pero en una versión distinta en lo espiritual, psicológico y biológico, capaz de sacarlo de su originaria soledad y ayudarlo a mejorar en toda su humanidad, no solo a ayudarlo en lo práctico y a reproducirse.
Y nació la complementariedad, toda una razón de bondad en el matrimonio. Uno de sus nobilísimos fines, además del de engendrar y educar a los hijos.
Es así, porque en el matrimonio uno más uno no es igual a dos, sino que se abre a un resultado sin límites de posibilidades. Un resultado que manifiesta la dignidad de la naturaleza del varón y de la mujer, si se tiene en cuenta que la plenitud de lo humano, la entera naturaleza humana, no la realizan ni la mujer ni el varón por separado, sino la unión de esos dos tipos de configurar lo humano.
Dicho de otra manera, no se trata solo de que en el matrimonio varón y mujer seamos complementarios, y de que por serlo nos prestemos mutua ayuda, sino más que nada de que en nuestra naturaleza de varón y mujer está el mejorar constantemente, admitiendo modulaciones distintas que se convierten en dones que abarcan toda la humanidad del otro, ayudándolo a crecer íntegramente.
Es como si mi esposa y yo tocáramos instrumentos distintos con tal afinidad, que produjéramos bellas sinfonías, y que en la novedad de cada una, ambos nos esforzáramos en innovar la técnica y creáramos con mayor inspiración un arte nacido de la esencia de nuestra feminidad y masculinidad para hacer feliz al otro. Un arte por el que el mundo no sería el mismo si no lo creáramos. Esto gracias a dos inteligencias y dos corazones que aman lo mismo, y con la misma intensidad.
Es por ello que existen muchos rasgos de complementariedad que encajan con la perfección de un rompecabezas.
Rasgos en uno y otro, como: la constitución y fortaleza física, la estatura, la voz, la resistencia o delicadeza, la psicología, el manejo de la emociones, la forma de imaginar, de percibir, la escrupulosidad de los detalles, el modo de caminar, de mover las manos, la forma de belleza etc. etc.
Aquí unos ejemplos de armonía en esas diferencias:
Yo soy físicamente más fuerte y resistente, por lo que se me facilita hacer ciertas cosas, como cambiar una llanta ponchada o soportar el estrés de una fuerte carga laboral, pero apelo al carácter de mi esposa cuando las fuerzas del espíritu me fallan.
Ella es físicamente más débil, pero cuando de la voluntad se trata es mucho más capaz de adquirir fortaleza, paciencia, etc. Por eso no necesita levantar pesas, ya que con su delicadeza para todo lo sensible es la única capaz de darle el inestimable calor a nuestro hogar a través de su virtud.
En ocasiones me es más fácil atenderla que comprenderla, y aun así, le puedo responder con sentidas y sinceras frases como: “sí, mi amor”, “claro, mi vida”, no para nadar de muertito, sino por corresponder; ya que ella por ser muy intuitiva, sí es capaz de comprenderme, y por lo tanto, de atenderme devolviendo mis atenciones más y mejor, en ese dar y recibir mutuos que nos van entrelazando.
Yo suelo ser más objetivo y me concentro en una sola cosa a la vez, mientras que ella puede estar en varios asuntos al mismo tiempo, como contestar alegremente el teléfono mientras revisa calificaciones, viste a un niño y elabora la comida.
A mí me cuesta trabajo el darme a conocer y dejar traslucir el ser que soy, mientras que en mi esposa sucede lo contrario, pues manifiesta más quién es ella en su pensar, en su querer, en sus gestos y es más capaz de tener en cuenta a las personas, por lo me saca del aislamiento y me impulsa a participar en la vida social, tan necesaria.
Diferentes, pero no opuestos… ¡Bendita complementariedad!
No se debe tratar de igualar lo que por naturaleza es diferente, pretenderlo en una errada visión del matrimonio sin respetar la dotación natural y esencial de cada uno, es deshumanizarlo. Varón y mujer son distintos y en el matrimonio eso constituye la complementariedad.
Además, tras la creación de cada quien, Dios rompió el molde.
Por Orfa Astorga de Lira.
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