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El encanto de la abuela: dos veces mamá

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María Verónica Degwitz - publicado el 11/05/17
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Las abuelas tienen esa mezcla de ternura y disciplina que como padres muchas veces nos cuesta alcanzar

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Sentarse a escuchar con pausa los cuentos e historias de tiempos pasados, aprender a través de esas manos de piel arrugada a cocinar un pastel, o a bordar un botón, oír música de otra época o ver fotos viejas de antepasados que nunca conocimos; son actividades que nunca olvidamos pues nos acercaron a la figura más dulce que tiene nuestra historia: la abuela.

La abuela se va abriendo paso en nuestro camino y poco a poco se convierte en el ancla de nuestra vida: nos da un sentido de pertenencia (que tanta falta nos hace), nos enseña de dónde venimos y cómo somos, nos ayuda a encontrar nuestra identidad en esa fuente inagotable de experiencia y de vida.  Siempre con el cariño y amor de quien nos quiere doble: nos quiere como abuela, y como dos veces mamá.

Las abuelas tienen esa mezcla de ternura y disciplina que como padres muchas veces nos cuesta alcanzar. Ellas ya criaron, se equivocaron, se levantaron y la experiencia y el tiempo les ha enseñado a escoger las batallas y a no ceder en lo que es verdaderamente importante; pero también les ha enseñado que la paciencia es una virtud importante en la educación y que con amor todo se hace más fácil.

El tiempo de nuestros hijos con sus abuelas se debe defender a capa y espada. Son tiempos de aprender muchas cosas, pero también de darse a los demás, de tener paciencia con alguien que camina más lento, o que no va al ritmo vertiginoso en el que se mueven nuestros hijos. Son tiempos también de mimos y arrumacos, y de dejarlas consentir porque como dicen “ellas ya educaron”, y ahora hay que dejarlas disfrutar de sus nietos.

A las abuelas hay que aprovecharlas, su fuente de conocimientos, su experiencia y su sabiduría son un tesoro en la familia. Se dice que para educar bien se necesita una tribu, y la abuela es el centro de esa tribu. Aprovechemos sus consejos, oigamos sus historias, aprendamos sus recetas y apreciemos las pausas que nos obligan a hacer.

Y ojalá nuestros hijos tengan la fortuna de convivir con sus abuelas mucho tiempo, para que sientan en carne propia el amor desinteresado de quien ama doble: porque es abuela y porque es dos veces mamá.

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