No esperes perder para entender lo que podrías haber hecho para que la relación funcionara
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Me dije: ¿por qué dejar partir para sólo entonces entender que esa sonrisa era encantadora? Creo que, antes de dejar partir ese abrazo acogedor, deberíamos valorar quién está a nuestro lado, buscando siempre, de alguna forma, demostrar cuánto nos importa. Es fácil querer quedarse cuando todo va bien, pues muchos ven sólo lo que los ojos permiten ver.
Ah, pero cómo es raro que alguien mire nuestra mejor parte y logre ver nuestra hermosa alma. Cómo es difícil encontrar a alguien que nos incentive a ser mejores y que nos motive a ir detrás de nuestros sueños, que sepa florecer en medio de las dificultades.
A veces, prestamos más atención a la hierba del vecino y nos olvidamos de regar la nuestra. Estamos distraídos, mirando lo que tienen los demás, y olvidamos prestar atención a ese alguien que siempre está ahí, en los peores momentos de nuestras vidas. Ese alguien que sonríe con el alma y no sólo con los labios. Aquella persona que nos provoca una sonrisa fácil y que ve la gracia en nuestro modo torpe de ser.
Nos olvidamos, por un descuido, dar valor al buen día en forma de “te amo”. Dejamos perder el abrazo con aroma nostálgico y, en consecuencia, no valoramos a quien, realmente, importa. No valoramos a quien no escatima en esfuerzos por ayudar, dejando las disculpas a un lado y cancelando ese compromiso, sólo para poder encontrarse con nosotros nuevamente. Olvidamos a quien asegura nuestra mano en las dificultades, a quien reza por nuestra vida y a quien, realmente, le importa. No valoramos el “buenas noches” cansado, al final del día, y los esfuerzos diarios.
Por eso, reafirmo: no hay que perder para dar valor, no es necesario dejar ir lo que nos hace bien sólo para darnos cuenta del error de no valorar lo que es bello y sincero. No hay que perder una sonrisa para entender cuánta paz traía a tu corazón, dejando ir a quien nos extiende su mano, para notar cuánto nos apoyaba en las dificultades.
Observa a quien procura estar cerca, a quien no usa disculpas o el cliché “falta de tiempo”. Siempre hay alguien dispuesto a hacer compañía y ser casa. Siempre hay alguien que nos quiere llevar a viajar a su mundo, como quien desea mostrar que lo nuevo es bonito y no asusta como parece.
No esperes a perder para darte cuenta que habría podido funcionar, que ese “buenos días” hacía la diferencia en tu día y ese “buenas noches” te arrancaba una sonrisa tímida, como quien hace cosquillas en tu corazón antes de irte a dormir. La hierba del vecino siempre parece más verde, si sigues sin regar la tuya.
No alimentes la certeza de que el otro siempre estará ahí, soportando nuestros errores y tolerando nuestras duras palabras. No tengas la convicción de que el otro aguantará nuestra indiferencia y el desprecio por pequeñas cosas por mucho tiempo.
Un corazón cansado no vuelve atrás; puede aún latir pero por amor a sí mismo decidir no caer en los mismos errores, pues no quiere revivir las mismas heridas, aunque todo parezca, en teoría, diferente. Entonces, no esperes a perder para entender cómo coloreaba tus días y aseguraba tus manos en los vendavales de esta vida.