Asumir las consecuencias: una inteligente manera de ejercer la disciplina
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Todos los padres de familia queremos que nuestros hijos internalicen las buenas conductas; que hagan lo que deben hacer sin tenernos detrás todo el día recordándoles, o dirigiéndolos. Esta es la intención última de nuestra educación: poner cuanto antes al niño a valerse por sí mismo, a tomar buenas decisiones y a hacerse mejor sin que tengamos que estar detrás dictándoles el camino.
Una manera muy inteligente de lograr estas cosas es creando una disciplina familiar basada en consecuencias. Es muy simple: hay que dejarlos asumir las consecuencias de sus acciones. No hace falta buscar castigos o formas novedosas de disciplinar, si dejamos que se lleven a cabo las mismas consecuencias de sus acciones sin “salvarlos” de ellas a cada rato, es muy probable que nuestros hijos aprendan a dirigir su vida de una manera más independiente.
Las consecuencias les enseñan que, si no se levantan a la hora, llegan tarde; si no llevan las zapatillas al futbol, no pueden entrenar, y si no se acuestan a la hora, no podrán levantarse en la mañana. Nos podemos preguntar entonces ¿por qué no lo han aprendido ya entonces y tenemos que estar detrás recordándoles que deben hacer todas estas cosas? La respuesta es muy simple: sentimos la necesidad de recordarles numerosas veces lo que tienen que hacer, o lo hacemos por ellos, porque no queremos que pasen el trago amargo de sufrir las consecuencias.
Es imposible que nuestros hijos aprendan a ser verdaderamente libres, si no dejamos que las consecuencias naturales de sus acciones les den lecciones de vida. Ellos deben aprender a realizar el ejercicio mental de prever las consecuencias de sus actos, y actuar en consecuencia. En esto consiste la verdadera libertad: en saber dirigir su vida al bien, conociendo el camino y asumiendo sus responsabilidades.
Es importante saber que existen dos tipos de consecuencias en la educación: las consecuencias naturales, que son las que ocurren sin ningún tipo de intervención de nuestra parte (si olvida los deberes en casa, no podrá entregarlos en la escuela) y las consecuencias lógicas, que son las que están impuestas por los padres, pero que los niños se ven obligados a enfrentar cuando toman malas decisiones (si daña un juguete de su hermano, debe ayudar a repararlo o pagar con su dinero por su restitución). Para que funcionen, las consecuencias lógicas deben ser razonables, conocidas con antelación y relacionadas con la acción.
¿Cómo establecer entonces una disciplina basada en consecuencias?
En primer lugar evitemos “salvarlos”. Si salimos a su rescate cada vez que olvidan algo, o si estamos acostumbrados a enderezar los entuertos por ellos, pues nunca aprenderán la valiosa lección de asumir las consecuencias.
En segundo lugar hay que disminuir los recordatorios. Nuestros hijos nunca aprenderán a hacer las cosas por si mismos si, cada vez que tienen que cumplir con un deber, estamos detrás recordándoles qué tienen que hacer. Somos como una muleta de apoyo con la que se acostumbran a caminar, y luego no pueden hacerlo sin ese soporte.
Finalmente hay que saber que estamos allí para educarlos, no para verlos caer. Así como debemos dejar que las consecuencias enseñen su lección, pues siempre debe estar acompañada de las palabras y los gestos cariñosos de un padre que, aunque cueste, les permite aprender, pero lo acompaña en el camino con su amor y su apoyo.