Bertha von Suttner se enfrentó a las armas con su letra e hizo cambiar de parecer al descubridor de la dinamita
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En un mundo tan convulsionado donde la palabra paz es una demanda diaria, es importante recordar a esos íconos de la resistencia pacífica que son sus acciones no violentas pero contundentes lograron, en su momento, cambiar el mundo y seguir inspirando a miles de personas hoy en día.
Por supuesto, nombres como Gandhi, Nelson Mandela, Dalái Lama o Martin Luther King son los primeros que vienen -con razón- a la mente, pero hubo una mujer que no sólo fue la primera en ganarse el Nobel de la Paz en 1905 (y la cuarta persona en hacerlo) sino la que además inspiró la creación de dicho reconocimiento: Bertha von Suttner.
Su padre era uno de los militares más prominentes de Viena, aunque nunca lo llegó a conocer porque falleció poco tiempo después de su nacimiento. Siendo muy joven, tuvo que buscar trabajo como institutriz porque el vicio por el juego de su madre acabó con la fortuna familiar. Fue así como llegó a casa del barón Karl von Suttner, donde conoció y se enamoró de Arthur Gundaccar von Suttner, siete años menor que ella, por lo cual fue despedida.
Entonces llegó un nuevo trabajo: ser secretaria del empresario Alfred Nobel en París quien, irónicamente, era fabricante de armas y fue el descubridor de la dinamita. Ella sólo trabajó un par de semanas con él porque luego se casó en secreto con von Suttner, quien fue desheredado y por eso tuvieron que huir al Cáucaso (concretamente a Georgia), donde ella se convirtió en profesora, escritora y activista del pacifismo tras estallar el conflicto ruso-turco. Sin embargo, su amistad con Nobel duraría toda su vida y solían intercambiar correspondencia.
Los von Suttner hicieron las paces con la familia, recuperaron su status y regresaron a Viena. Bertha entonces se pudo dedicar a su pasión por escribir, siendo el pacifismo su tema central; de hecho, su novela “¡Abajo las armas!” (1889), que relata el sufrimiento de una mujer que pierde dos maridos en la guerra, se ha convertido en un ícono literario de este movimiento.
Durante toda su vida defendió la paz a nivel mundial, alegando que era como una fuerte roca que resistía ante las olas de la violencia, haciendo un llamado a los grandes líderes, sobre todo de Europa, de no seguir cultivando el patriotismo bélico y encontrar soluciones sin un conflicto armado.
Por supuesto, también siempre compartió estas ideas e informó de sus acciones a su amigo Nobel, a quien lejos de atacarlo o insultarlo por su condición de fabricante de armas, trató fue de persuadirlo y lograr que se uniera a la lucha pacífica. Incluso, se dice que fue ella quien le propuso la idea de crear una especie de reconocimiento por quienes luchaban por la paz y él le contestó: “Convénceme”.
Evidentemente lo hizo. Quizá no tuvo toda la influencia que ella hubiera deseado en él, pero sí la tuvo. Nobel, también agobiado por la destrucción que habían causado algunas de sus invenciones por como habían sido utilizadas, destinó la mayor parte de su inmensa fortuna a la creación de un premio que reconociera a aquellas personas que han dedicado su vida a la paz, la ciencia y la literatura.
Bertha von Suttner murió a causa de un cáncer en 1914, dos meses antes de que explotara la Primera Guerra Mundial, conflicto del cual ya ella había hecho una advertencia en una Conferencia en La Haya en 1907.
Hoy, quienes leen sus libros y escritos, se contagian de su positivismo pero también de su razonada crítica. Era una fiel creyente del cambio y de cómo, sin importar que tan adversas sean las circunstancias, es posible cambiar el rumbo de los hechos si hay voluntad, convicción y esfuerzo para hacerlo.