Una de las solemnidades litúrgicas más importantes del año es la de "Corpus Christi", y fue una mujer la que con gran fervor ha contribuido a la institución de esta importante fiesta dentro de la Iglesia católica.
Con tan sólo dieciséis años, Juliana recibió por primera vez una visión en la que se le pedía que trabajase de modo eficaz para la institución de esta fiesta. La visión presentaba la luna en su pleno esplendor con una franja oscura que la atravesaba diametralmente.
La luna simbolizaba la vida de la Iglesia en la tierra y la línea opaca representaba la ausencia de una fiesta litúrgica; es decir, una fiesta en la que los creyentes adoren la Eucaristía para aumentar su fe, avanzar en la práctica de las virtudes y reparar las ofensas al Santísimo Sacramento.
Esta visión se repetiría muchas veces en sus adoraciones eucarísticas y durante unos veinte años Juliana, que mientras tanto se había convertido en la priora del convento, conservaría en secreto esta revelación que había llenado de alegría su corazón.
Un día se confió con otras dos fervientes adoradoras de la Eucaristía, la beata Eva, que llevaba una vida eremítica, e Isabel, que la había seguido al monasterio de Mont-Cornillon.
Las tres mujeres establecieron una especie de "alianza espiritual" con el propósito de glorificar al Santísimo Sacramento.
Rápida difusión de la fiesta
Pronto implicaron a Juan de Lausana, un sacerdote canónigo de la iglesia de San Martín de Lieja, pidiéndole que interpelara a teólogos y eclesiásticos sobre lo que ellas llevaban en el corazón y ¡las respuestas fueron positivas!
El Obispo de Lieja, Roberto de Thourotte, acogió la propuesta de Juliana y de sus compañeras e instituyó, por primera vez, la solemnidad del Corpus Christi en su diócesis.
Más tarde, otros obispos le imitaron, estableciendo la misma fiesta en los territorios confiados a sus cuidados pastorales.
A la causa también se sumó Giacomo Pantaléon de Troyes, quien había conocido a la Santa durante su ministerio de archidiácono en Lieja.
Fue precisamente él quien, llegado a ser Papa con el nombre de Urbano IV, en 1264, quiso instituir la solemnidad del Corpus Christi como fiesta de precepto para la Iglesia universal, el jueves sucesivo a Pentecostés.
Aunque tras la muerte de Urbano IV la celebración de la fiesta se limitó a algunas regiones de Francia, de Alemania, de Hungría y de Italia septentrional, fue después un Pontífice, Juan XXII, quien en 1317 la restauró para toda la Iglesia.
Desde entonces en adelante, la fiesta conoció un desarrollo maravilloso, y hoy en día es celebrada por el pueblo cristiano en todo el mundo.