… y fue ella la que le sorprendió a él
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Voy últimamente de sorpresa en sorpresa. Ocurrió esta semana. Al salir del “metro” (ferrocarril metropolitano) me encontré a una pareja conocida. Son un matrimonio que tiene seis hijos y los vi contentísimos. Era la hora de cenar.
¡Caramba, qué alegría veros tan contentos!, les dije. Juan me comentó (“¡no te lo vas a creer!”) que se había ido a confesar por la tarde y el sacerdote le puso como penitencia “tener un detalle que sorprendiera a mi mujer”. No había oído nunca una “penitencia” de este tipo, pero me pareció muy acertada, porque los hombres solemos ser más bien sositos.
“Pero espera”, me dijo Juan mirando a su esposa Mireia. Después de “pensar mucho”, se me ocurrió llevarla a cenar, ¿sabes? Una cena romántica. ¡Qué bien!, le dije. “Pero espera, repitió. Al llegar a casa me encontré con Mireia muy contenta luciendo este vestido rojo, el que lleva. ¡Quería sorprenderme ella a mí! ¡Vaya! Cuando la vi tan guapa se me olvidó la cena y todo lo demás”.
“Tan sorprendido quedé que pensé: ¿le habrán dado la misma penitencia que a mí en la confesión?”. Pero Mireia no se había confesado, sino que ha decidido por su cuenta darme la sorpresa del vestido rojo con volandas.
Sí, comenté, es un vestido muy juvenil y que te va de maravilla (y se dio una vuelta y después otra para ver que le sentaba bien). Y ella dijo: “Pues lo vamos a celebrar. Nos hemos sorprendido el uno al otro”. Dicho esto cogió de la mano a Juan y se lo llevó calle abajo al restaurante elegido. Parecían dos recién casados.
Me los quedé mirando. Y pensé: “¡mira cómo a los 40 años y con seis hijos se puede ser muy feliz… cumpliendo la penitencia puesta en la confesión!”. ¡Qué bonito!