De un lugar lleno de corrupción surgió una congregación religiosa: las Hijas de la Sabiduría
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Es realmente impresionante saber que una comunidad religiosa femenina nació en un pestilente y medio abandonado hospital de caridad de la ciudad de Poitiers, y que sus primeras postulantes fueron un pequeño grupo de pobrísimas enfermas, algunas ya bien mayores y lisiadas.
¿Qué será de ese hospital hoy día? Sus paredes deben estar todavía salpicadas de sangre del alma, sangre de virtud y de caridad como solamente la dan nuestros santos.
San Luis María de Montfort fue enviado allá como capellán porque era el lugar menos apetecido por los sacerdotes y no había quién más se le midiera a ese apostolado en un lugar donde aparte de la miseria y el mal olor, pululaban las intrigas, las faltas de delicadeza con el dinero de los benefactores y la presunción de las damas de la sociedad que hacían turnos como gobernantas voluntarias para ganar puntos con el obispo.
Cuando el santo sacerdote propuso ponerles horarios, hábito y reglamento de devociones protestaron ante el director para que este lo acusara con el obispo.
La capilla estaba abandonada, no había comedor colectivo, la ración de alimentos era miserable, ninguna preocupación por medicamentos ni higiene.
Las encopetadas señoras no pasaban de un mundanal adorno para escalar socialmente y relacionarse cada vez más y mejor con los benefactores de la obra y sus distinguidas esposas. Definitivamente cuando la caridad se pervierte es peor que cuando no se practica.
Nuestro santo contó con la colaboración de dos jóvenes mujeres de la mediana burguesía, que frecuentaban el hospital a manera de postulantes para vincularse con las mundanas gobernantas y tranquilizar un poco la conciencia, haciendo alguna obra de caridad como era la costumbre entre algunas niñas de la sociedad.
Impresionadas con el celo y la elocuencia en la predicación de este hombre de Dios, Catalina Brunet y María Luisa Trichet tomaron en serio su labor y terminaron formando parte de la singular y paupérrima congregación que san Luis quería fundar.
Sin embargo no fueron pocas las amarguras que tuvieron que sobrellevar con el bando de las gobernantas y la persecución soterrada que iniciaron para destruir la obra.
Con decir que lograron hacer expulsar al propio san Luis del hospital, pero ellas dos se mantuvieron firmes y resistieron con santa obstinación, especialmente María Luisa que hoy es beata y a la cual se debe la co-fundación de las Hijas de la Sabiduría, presente en varios países.
Nunca ha sido fácil sacar adelante una congregación religiosa. Podríamos afirmar con certeza que cuando se hace una obra de esas con mucha facilidad y sin sacrificio, sin persecuciones ni incomprensiones, fácil será también que no dure mucho y bien pronto se acabe.
El odio del enemigo de nuestra salvación a veces encuentra secuaces poderosos para intentar destruirlas, pero la experiencia demuestra que cuanto más lo sean, más gloria y crecimiento espiritual habrá en la obra.
Está demorada la canonización de la beata María Luisa Trichet que sería un modelo de lucha y confianza a toda prueba en medio de la conspiración jansenista que había logrado enquistarse en la Iglesia con el apoyo del establishment político, económico y religioso de algunos miembros del alto clero, la nobleza y la riquísima burguesía comercial que ya se desarrollaba, preparándose para la toma del poder con la sangrienta Revolución Francesa.
Que costó dolor, lágrimas y sacrificios sin nombre, no hay duda. Pero la espiritualidad montfortiana, las Hijas de la Sabiduría, los Padres Montfortianos y los Hermanos de San Gabriel, junto con las incomparables obras del propio san Luis María Grignión de Montfort y la piedad mariana que han inspirado en todo el mundo, está todavía con nosotros y probablemente lo estarán hasta el fin del mundo, especialmente el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María, vencedora de todas la herejías.
Y una significativa imagen en mármol de aquel gran fundador está de pie en uno de los monumentales nichos de las columnas de la Basílica de San Pedro pisando el lomo del demonio y levantando en alto el santo crucifijo de nuestra redención.
Por Antonio Borda
Artículo publicado originalmente por Gaudium Press