Yo mismo soy culpable de decirla
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Es una frase (o una variante) que probablemente ya habrás escuchado cientos, si no miles, de veces. Si te pareces en algo a mí, es posible que se haya deslizado por tus labios sin pensarlo dos veces. De hecho, los hombres nos hemos acostumbrado tanto a usarla que quizás incluso creamos que es cierta, cuando hay tantas pruebas que indican que, de hecho, no lo es.
En el peor de los casos, con frecuencia la vemos como un ligero adorno de la realidad, pero desde luego no como una falsedad que puede causar daños graves. Y, sin embargo, el problema es que a menudo eso es lo que es: una enorme mentira innegable, total y absoluta.
Entonces, ¿qué frase es esta con la que estoy causando tanto alboroto? Bueno, pues es una que suena a algo parecido a esto:
“No pasa nada”… “No me preocupa”… “No me quita el sueño”… “A mí no me afecta”… “No es para tanto”…
Hay más versiones, pero creo que ya pilláis la idea. Se trata de la afirmación de que, sea lo que sea lo que haya acontecido, a mí no me provoca ningún dolor ni preocupación y, desde luego, no va afectarme en los próximos días, semanas o incluso años.
Para empezar, voy a ser claro. No hablo de cuando te manchas la camiseta de mostaza o cuando tu equipo pierde por la mínima en el último minuto. Sin duda, hay muchos sucesos menores que todos debemos, como de hecho hacemos, dejar correr en varios momentos de nuestras vidas. De lo contrario, todos seríamos un manojo exhausto de nervios y neuronas tensas a cada hora del día.
No, de lo que hablo aquí y de lo que yo mismo soy culpable es de hacer declaraciones sobre cuestiones del corazón, de la mente y del alma como si se tratara de una bandeja de patatas fritas de las que preparaba la abuela que acaba de terminarse en una reunión familiar (aunque soy consciente de que, para algunos, esta trágica pérdida podría ser comprensiblemente traumática).
Todo el mundo es culpable de pronunciar esta frase, pero los hombres son especialmente fraudulentos en este aspecto. Con el paso de los años, me sorprende recordar el número de veces que he escuchado a hombres amigos, familiares, pacientes, colegas y muchos otros hablar sobre rupturas de relaciones, pérdidas de trabajo, distanciamientos, desastres varios, desafíos próximos e incluso muertes, como si de verdad no fueran para tanto.
En la superficie, suena a capacidad de resistencia, pero cuando empiezan a surgir ganancia de peso, insomnio, aumento en el consumo de alcohol, pelo canoso, tensión constante, aislamiento, separación, problemas cardíacos y cuestiones por el estilo, se comienza a dibujar un cuadro más preciso. Como psicólogo, estoy particularmente informado sobre lo que sucede cuando los hombres tienen dificultades para lidiar con ciertos problemas; no obstante, incluso en mi trabajo, no es extraño ver rechazo y desdén en relación a problemas de esta índole.
Así que, ¿por qué me enredo tanto con estas “mentirijillas piadosas”? Bueno, más allá de por los síntomas que acabo de mencionar y que pueden surgir cuando no se tratan adecuadamente los problemas, mentiras como estas sirven para desconectar a los hombres de las diferentes personas que pueden servir enormemente para ayudarles a enfrentarse y salir adelante con sus desafíos particulares.
Solamente cuando los hombres dan el valiente paso de mostrarse transparentes y vulnerables con las personas adecuadas pueden mejorar sus situaciones difíciles. Pero cuando actuamos como si no nos afectara nada, puede llevarnos a una posición de ensimismamiento que rara vez resulta en buenos hábitos o mejores relaciones.
No obstante, lo interesante es que el origen de esta mentira empieza desde muy joven y probablemente tiene un origen tanto innato como social. Respecto al aspecto innato, hay indicios que sugieren que los muchachos jóvenes tienen una predisposición evolutiva hacia lo físico, la agresividad y la competición, un carácter innato más exacerbado que el de las chicas.
Estas características preparan el terreno para la creencia de que “ser duro” es sinónimo de ser masculino. A medida que socializan más, los chicos a menudo llegan al entendimiento de que las lágrimas, las quejas y los reconocimientos de vulnerabilidad no tienen por costumbre ser premiados en los anales de la popularidad y la atención.
Me percaté de esto con mi hijo mayor y las dinámicas que se desarrollaron en la clase durante sus primeros años de educación formal. Sus habilidades comunicativas transparentes (incluyendo admisiones de vulnerabilidad) quizás le ayudaran a evitar problemas o sanciones mayores, pero seguro que no le iban a conseguir el estatus de macho alfa, que, por cierto, todos en la clase sabían exactamente quién era. Y precisamente como muchos otros muchachos (a pesar de sus frustraciones interpersonales), a esto es a lo que aspiraba él.
Por fortuna, con el paso de los años, hemos tenido muchas conversaciones sobre qué es lo importante para su salud y su bienestar y para las relaciones que tiene y que algún día tendrá. En cambio, para muchos chicos, este tipo de conversaciones (y familiares modelos) ocurren con poca frecuencia, en el mejor de los casos, o nunca, en el peor.
Así, muchos chicos se convierten en hombres que todavía suscriben la noción de que un hombre auténtico “lo supera” él solo y ya está, incluso si en realidad lo que sucede es algo parecido a que “se está superando”, sin ninguna similitud a una superación activa o un crecimiento maduro. Si el incremento del aislamiento, de la ansiedad, ganar 20 kilos, insomnio crónico y/o el consumo constante de alcohol (entre otras consecuencias posibles) significa ‘superarlo’ o ‘afrontar’ un problema uno mismo, necesitamos replantearnos en qué se basa nuestra perspectiva.
De modo que, ¿qué estoy pidiendo realmente? Pues supongo que estoy pidiendo, a nosotros los hombres, que consideremos redefinir el aspecto de la masculinidad, qué es masculino y qué no lo es. Como alguien que ha hecho un Ironman, múltiples ultramaratones y que es padre de siete hijos, no estoy sugiriendo que dejemos de cuestionar los límites de los desafíos y el sacrificio razonable cuando persigamos un propósito mayor. Tampoco estoy recomendando que retransmitamos nuestros problemas y tribulaciones a cualquiera (por Internet o por donde sea).
Lo que estoy pidiendo es que asumamos una vieja norma de la ultramaratón: cuando alguien (un corredor que aún no ha cruzado la sección que acabas de hacer) te pregunte cómo está el camino a continuación, nunca le digamos que es más fácil de lo que es en realidad. Digamos la verdad, hagámosle saber cuándo se acentúan más las pendientes, dónde hay obstáculos y cuánto camino queda por recorrer. Porque si eres el corredor que recibe esa información falsa y de repente llegas a un trecho que resulta más largo y más difícil de lo esperado, es probable que el resultado sea la desmoralización.
Como en la vida misma, las situaciones de desesperanza no mejoran con falsas esperanzas, sino con respuestas sinceras que puedan alumbrar un plan que seguir. Tened en cuenta que cuando somos honestos con nosotros mismos y los demás, nuestros muchachos reciben una mejor perspectiva de cómo es la vida. También tenemos una mejor oportunidad de seguir un camino más efectivo.
Si enseñamos a nuestros chicos a decir la verdad (por ejemplo: “Sí, ha sido difícil porque ABC, pero estoy aprendiendo XYZ”), entonces cuando crezcan no solo conectarán con muchos otros y consigo mismos, sino que aprenderán a redefinir el valor y la resistencia como algo parejo a la razón y la verdad, no como una leyenda cuya historia verdadera se basa en fanfarronerías. Cuando esto sucede, el mundo de repente se vuelve más claro y las opciones que antes pasaban desapercibidas aparecen totalmente iluminadas. Y es entonces cuando nuestros muchachos aprenden a “superar” los problemas de la manera más masculina.