Tarot, santa muerte, horóscopos, plantas para el mal de ojo, amuletos, cuarzos de protección,… engañan
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En nuestra ansiada necesidad de sanar ipso facto, de tener paz interior, de resolver las cosas de manera casi inmediata, de obtener abundancia y felicidad a costa de lo que sea, son cada vez más las personas que caen en la tentación de creer -a ojos cerrados- en cosas como el tarot, la santa muerte, horóscopos, adivinación, plantas para el mal de ojo, amuletos para la buena suerte, angeloterapia, cuarzos de protección o para atraer el amor, etc. dándoles un poder sobrenatural sobre sus vidas.
Es decir, atribuyen su eficacia a la materialidad y/o a la persona sanadora, creyendo ciegamente que tienen sobre ellas el dominio de protegerlas, poder que no proviene precisamente de Dios. Estas prácticas y/o creencias contienen en sí mismas la habilidad de engañar haciendo sentir a quien acude a ellas un bienestar que solo será temporal.
La persona no se da cuenta de que lejos de acercarla a Dios, la aleja cada vez más de Él. Además pone su vida – física y espiritual- en enormes peligros. ¡Cuidado! Por superstición podemos caer en la superchería. Es decir, en el engaño total porque estamos viviendo una ceguera espiritual profunda.
Para entender mejor esto comencemos por definir lo que es la superstición: es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte, legítimas o necesarias. (CEC 2111)
La superstición es la negación de la potestad suprema de Dios. Independientemente de la fe que practiques, a todos nos rige un código moral.
Cumplir los Mandamientos conlleva creer firmemente que Dios es el Amo y Señor de mi vida y de todo y, por lo tanto, siempre cuida de mí y de lo mío, que es la autoridad suprema y el único dueño del destino de las personas. La práctica de algún tipo de superstición o de cualquier tipo de filosofía inmanente va contra esto.
Ni los cuarzos, ni las plantas, ni el feng shui, ni ninguna de las tendencias ni filosofías que el mundo nos ofrece y que están tan de moda ofreciendo bienestar fuera de dolor alguno van a tener más poder que Dios.
Si recurrimos a esas prácticas es justamente porque no confiamos en ese poder supremo. Aún más peligroso: estamos confiando en otro ser -aunque lo hagamos de manera inconsciente-, que a la corta o a la larga nos cobrará una factura muy alta.
Supe la historia de una señora con una familia por demás hermosa y unida. Iban todos juntos a misa cada domingo y tenían una fe que parecía muy sólida. Pasaron los años y a ella le dio el síndrome de “cursitis”, es decir, curso de superación personal o espiritual que encontraba, curso que tomaba.
Al principio todo iba bien. Con el paso del tiempo se llegó a creer que estaba tan bien, que poco a poco dejó de ir a misa, de rezar el Rosario y todas esas prácticas que tanto le gustaban antes. Si en algún momento elegía volver a rezar el Rosario solo lo usaba como mantra. De los demás sacramentos ni hablar. Ella decía que no los necesitaba.
Luego en su vida aparecen prácticas orientales como el yoga, de las cuales era una asidua practicante. Visitas a chamanes, amiga cercana y fiel creyente de seres que se dicen iluminados como René Mey, entre otros.
En su casa no podía faltar el cuadro de la Virgen de Guadalupe y una cruz, solo una porque tanta cruz traía “mala suerte”, decía. Eso sí, junto a la Virgen su elefante con la trompa parada y las plantas para ahuyentar las malas vibras y energías.
Hubo pocas prácticas esotéricas a las que ella no fuera o llevara a cabo. Por supuesto, en ese camino se llevó al marido y a sus 6 hijos. Fueron muchos años los que ella vivió así.
Esto es lo triste, que nadie nos advierte de lo malo que puede resultar abrir estas puertas que creemos inofensivas.
Esta señora tuvo una enfermedad de lo más dolorosa y triste. Dejó muchísimo dolor con su muerte. Después de que ella partió, su familia se desintegró. El esposo siguió el mismo estilo de vida que ella les trazó al final de su vida y también tuvo una muerte trágica.
¿Y los 6 hijos? Ninguno quiere saber de Dios. ¿Acaso Dios provocó que ellos murieran así o les castigó por desobedecer el Primer Mandamiento? No, no fue Dios…
Con estas cosas no se juega. ¿Quieres de verdad que tu vida cambie y esté llena de la verdadera abundancia? Acércate a Dios. Desátale las manos para que obre en ti, pero no le condiciones.
No ofendas a tu Creador con tu desconfianza creyendo en algo o en alguien más que en Él. No pongas tu confianza en cosas que no son precisamente de Dios.
¿Deseas para ti, algún favor, milagro o necesitas de algún bien material? Simplemente pídeselo con la certeza y confianza de que te dará aquello que tu alma -y tu vida- más necesite. Si solicitas con fe, Él te dará mucho más de lo que tu limitada capacidad pueda pedirle.
Decía san Juan de la Cruz: “Dios se nos da en la medida que esperamos de Él”. ¿Esperas mucho? Se te dará mucho, muchísimo. También san Francisco de Sales dijo: “La medida de la Providencia Divina para nosotros es la confianza que tenemos en ella”.
Si tú eres una persona de fe, no hace lógica decirle a Dios, “Sí, confío en Ti, pero no está demás ponerme este amuleto. Digo, por aquello de protegerme de las malas vibras”.
Uno solo es el camino. Él lo dijo de sí mismo, “Yo soy el Camino, la Verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Dios mismo dejó instituido cómo y cuál es la senda para llegar a Él.
Si eres una persona que haces todo por vivir en obediencia a Dios y cumplir sus mandatos, tendrás la Gracia y el Espíritu de discernimiento para darte cuenta de que no necesitas de protección externa alguna que no venga de Él porque de antemano estás bajo el cobijo y protección de su amor.
¿Quieres de verdad ser feliz, vivir una armonía y paz que jamás hayas experimentado, experimentar realmente la abundancia? Ya sabes el único Camino: conoce tu fe, practícala y te darás cuenta de que no necesitarás de nada ni de nadie más, solo de Él.