En Francia, alrededor de un 20% de los jóvenes entre 20 y 26 años viven solos. ¿Cómo organizar las comidas y veladas cuando se tiene un presupuesto pequeño o una habitación de estudiante con pocos recursos? ¿Algunos consejos para evitar la comida preparada o a domicilio? Buscar el silencio o ir a desayunar con desconocidos, apostar por las fiambreras o el congelador, son formas de contribuir a la felicidad.
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La mitad de la población francesa la componen solteros. Aunque una parte comparte piso o sigue en casa de sus padres, contabilizamos casi 10 millones de personas que viven solas. Para muchos, independientemente de su edad, la soledad se vive como una carga.
Hace poco escuché a una viuda muy implicada en la parroquia que contaba a su vecina que la muerte de su marido ha trastocado sus hábitos: “Antes desayunaba en la cocina mirando a la pared. Luego, intenté llevarme la bandeja a la cama, pero era bastante incómodo. He terminado por aprovechar esos momentos para ir al salón y mirar a los viandantes desde mi ventana. Así me siento menos sola”.
Justo después del bachillerato, Antoine encontró una habitación en París, con una familia. Desayuna muy temprano en la casa antes de ir al internado para su curso preuniversitario. Así, disfruta del almuerzo con sus colegas. En cambio, la tranquilidad de la mañana le ayuda a prepararse para su jornada.
En su último libro, Le jeune homme parfait, la jeune fille parfaite [El joven perfecto, la joven perfecta], el padre Zanotti describe la vida simple pero profunda de un estudiante que vive solo: “Si el joven perfecto vive solo, acepta el silencio de la mañana y desayuna sin encender la radio que vomita dramas; la mantequilla estará más suave y la miel más fluida”.
No hay nada peor que comenzar la jornada con malas noticias del mundo que nos devuelven a nuestra incapacidad de cambiarlas más allá del alcance de nuestra buena voluntad. Tengamos hambre o no, disfrutar la paz de la mañana aterrizando en el mundo que se despierta es un recurso vital precioso.
Los almuerzos en solitario pueden ser todo un desafío para los estudiantes, habituados a entornos ruidosos y bares atestados el resto del tiempo.
Cuando sabemos que un francés de cada diez cifra en tres el número de conversaciones “auténticas” que tiene al año, mientras que pasa más de una hora al día en las redes sociales, podemos dudar de la utilidad de esta agitación permanente.
Comer solo en el restaurante universitario es a menudo la angustia última del estudiante que quiere ser “popular” y estar siempre rodeado de amigos. Sin embargo, es también la ocasión de poner su bandeja al lado de un/a estudiante que conozca de vista pero con quien nunca haya hablado.
Para Amaury, de 22 años, cenar sola en su habitación de estudiante era sinónimo de redes sociales. “Antes, entraba en Facebook mientras cenaba, pero lo hacía con envidia de mis amigos con vidas supuestamente más satisfactorias que la mía. Ahora, rezo por mis amigos en lugar de envidiarles”.
Recetas simples y adaptables
Frigorífico pequeño, cantidades pequeñas y presupuesto pequeño: la ecuación es a menudo difícil para un estudiante o un profesional joven que quiere preparar comida buena sin perder las tardes en ello.
Por fortuna, existen múltiples maneras de comer en soledad pero con mucho gusto. El truco de Manon es prepararse una vez a la semana una deliciosa salsa italiana que conserva en un bote grande de mostaza. Cada vez que llega la tentación de la pasta al pesto, la sustituye por su receta. “Y además conozco los ingredientes que lleva, es garantía de que no hay colorantes ni conservantes”.
Para los incondicionales del pan fresco, es difícil terminarse una barra de pan entera al día. Así que Nissim ha propuesto a su vecina comprar por turnos una baguette al día que comparten entre los dos.
El plato favorito de Philippine son las quiches; las prepara con antelación, bien gruesas, y las congela por cuartos. Además, luego puede llevárselas y comer al sol entre dos sesiones de estudio en la biblioteca.
Las estanterías culinarias de las librerías siempre están llenas; están repletas de consejos para comidas simples y rápidas de hacer, incluso sin horno ni vitro y con solo unos pocos ingredientes.
Otro truco: los menús del campamento scout, que tienen la ventaja de salir a menos de 5€ al día. Para los que tienen la oportunidad de ir a casa regularmente, como Maximilien, los padres pueden ayudar. “Siempre me preparan una porción de más que me llevo a mi estudio para la semana siguiente”.
Redescubrir la alegría de compartir la comida
Enora, de 20 años, lo ha constatado después de dos años desde que llegó a Burdeos: la felicidad de volver a casa está en las grandes mesas familiares donde todo el mundo comparte una comida, sobre todo cuando es en casa de sus abuelos.
Por eso, esta estudiante bretona ha creado Paupiette, una start-up que pone en contacto a ancianos que cocinan y estudiantes que degustan. En tres palabras, según la describe ella: “intergeneracional, generosidad, transmisión”. ¿Por qué no adaptar el concepto a una escala local? Identificar a las personas más mayores del barrio, proponerles compartir esas comidas y, de paso, crear un verdadero vínculo entre las generaciones.
Quizás el cambio de vida puede dar miedo: abandonar la comodidad de los padres o la efervescencia de la residencia de estudiantes para encontrarse en una soledad que a veces es dura. Sin embargo, es una oportunidad para crecer, para conocerse uno mismo y para descubrir hasta dónde podemos progresar.