Estigmatizamos los trastornos cerebrales, pero no los de otros órganos del cuerpo. ¿Por qué?
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Una adolescente presenció como una compañera de clase era arrollada por un coche. Voló por encima del capó, se rompió una pierna y se la llevaron en ambulancia. Más tarde, la chica testigo empezó a llorar en estado de shock mientras describía el incidente a su profesor. El profesor acudió a un miembro de la administración y dijo que estaba preocupado por la chica, que parecía consternada. ¿La respuesta? “Ah, es que está loca. Solo busca la atención; está loca”.
Se sabía que la adolescente en cuestión asistía a terapia de forma regular. “Ah, es que está loca” es un ejemplo más del estigma al que se enfrentan los que padecen una enfermedad mental de forma diaria —es decir, cuando los demás son conscientes de sus dificultades—.
Un informe sobre los efectos de esta prejuiciosa actitud señaló que las personas que padecen este estigma son más propensas a sufrir “una recaída de síntomas” y menos propensas a aceptar el tratamiento. A continuación, el estudio explica que las consecuencias del estigma no son siempre medibles externamente. Un 69% de las personas interiorizan el estigma “en forma de baja autoestima”, lo cual no es ninguna broma. La autoestima es necesaria para tener una vida feliz.
El estigma contra las enfermedades mentales es grave. No solo incomoda a las personas que las padecen, sino que las daña y obstaculiza su recuperación.
Una de las formas en que puedes combatir los estigmas es encontrar el valor para contar tu historia. Más de 47 millones de estadounidenses adultos sufren alguna enfermedad mental y más de la mitad no recibe tratamiento. El Instituto Nacional de la Salud Mental de EE.UU. (NIMH), informa de que la gente puede llegar a tardar fácilmente diez años hasta recibir tratamiento.
Son unas cifras inaceptables. Así que, ¿qué hacemos al respecto?
Unos investigadores han descubierto que de todas las estrategias para combatir el estigma, “el contacto, que cuestiona la actitud pública sobre las enfermedades mentales a través de interacciones directas con personas que tengan estos trastornos”, es lo más efectivo, incluso más efectivo que los intentos de educar a las personas sobre la naturaleza de las enfermedades mentales.
Estar junto a alguien con una enfermedad mental te obliga a verla como una persona inteligente, compleja y con matices que desafían el estereotipo. Te obliga a ver a los que tienen una enfermedad mental como cualquier otro ser humano, pero cuya neuroquímica e historia personal les presenta desafíos únicos. No están “locos”, están mentalmente enfermos. Hay una gran diferencia.
Supongo que no es suficiente con dar la charla, así que aquí viene algo que no he estado diciendo a los demás: tengo un trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). Este trastorno es sujeto de una amplia caricaturesca… ya sabes, “es que tengo mucho TOC, ¡odio que la cama tenga arrugas!”. En realidad no tiene gracia. El TOC me da ataques de pánico, actitudes brutales de escrupulosidad, introduce imágenes horribles e intrusivas en mi cabeza una y otra vez y me impone normas irracionales.
El otro día hice un poco de progreso: rompí una de mis normas. Me comí los frutos secos de un surtido en un orden distinto. Me comí dos anacardos seguidos en vez de turnarlos con otro fruto seco. Lo sé, yo también me reiría de la pura estupidez de un problema así, excepto que sé lo que significa para mí y que lo que hice fue un gran paso, un progreso real. Aun así, eso no quiere decir que no me sienta estúpida admitiéndolo.
Tener una enfermedad mental se siente como algo humillante, pero no debería serlo y no lo sería si la sociedad no lo categorizara de forma diferente a otras enfermedades “no humillantes”.
El pastor Rick Warren, cuyo hijo cometió suicidio después de años de depresión, lo expresó bien: “Si tengo diabetes, no hay estigma en eso, pero si mi cerebro no funciona, ¿por qué debería avergonzarme por ello? Es otro órgano más. Las personas están dispuestas a admitir que tienen que tomarse un medicamento para la hipertensión, pero si yo me tomo un medicamento por algún tipo de problema mental, se supone que tengo que esconderlo”.
No hay evolución sin acción. Si estás mentalmente enfermo y puedes reunir el valor, plantéate no guardar tu secreto con tanto cuidado. Es un enorme paso hacia la aceptación de uno mismo y contribuirá a hacer del mundo un lugar más seguro y más justo para otros que padecen lo mismo que tú.