Hay personas a las que simplemente hay que amar, no tratar de entenderlas ni mucho menos juzgarlas. Quizá hay algo que no son capaces de expresar
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Recuerdo estarme quejando amargamente con mi esposo de la actitud no tan agradable de uno de mis hijos hacia mí. Él, pacientemente me escuchó mientras yo descargaba mi “verborrea quejona” con él. Cuando terminé de hablar su respuesta me dejó sin una palabra más y me invitó por demás a la reflexión: “Te entiendo, mi amor. Por eso, simplemente ámalo”. ¿Qué más podía yo agregar ante esta respuesta? “Simplemente ámalo”. Me quedé muda y con mucha reflexión en mí.
Tú y yo hemos conocido personas que son dificilísimas de querer, ya no digo de amar. Personas que simplemente “chocan” o repelen por su tipo de temperamento o personalidad. Ya sea porque viven en constante queja y se sienten víctimas del mundo entero o porque tienen un temperamento colérico y se la pasan soltando sapos y culebras de su boca. O bien porque a cada solución le encuentran 5 problemas.
Están estas otras que no toleran que se les lleve la contraria o las que se ofenden por todo. No las puedes tocar ni con pétalo de una rosa porque montan en pantera y se sienten atacadas. Y como se sienten así, contraatacan de una manera impresionantemente agresiva. ¡Ah! Pero eso sí, ellas sí pueden decir todo lo que piensan porque se dicen muy sinceras y hasta ofenden a diestra y siniestra. Y que no se nos ocurra rebatirles porque arde Troya.
Están las que sienten que el mundo gira alrededor de ellas y todo envidian. No pueden ver una mujer con cuerpo bonito porque ya dicen que está toda operada. Una que se vea más joven que ellas porque seguro ya está llena de inyecciones en la cara. No resisten que haya alguien mejor.
Hay otras personas que manipulan la verdad a su antojo y si luego las cosas no salieron como ellas planearon, pobres, se convierten en mártires de la vida. O esas otras que viven del chisme y tergiversan la verdad, embarran a quien sea con tal de ellas salir bien libradas.
Cuando llegue una persona con chismes, tú sencillamente dile: “Elige a quien creer pensando en lo siguiente: quién presenta más estabilidad emocional, la otra persona o yo. Quién tiene más peso moral, la otra persona o yo. Y, por último, quién presenta una vida más estable, la otra o yo”. Y con eso que saque sus conclusiones. Sencillito… Porque, de verdad, qué flojera estar aclarando chismes.
Guerra a la envidia
Bueno, sigamos con las personalidades difíciles de amar. También están las personas que por medio de sus comentarios sueltan la amargura y el dolor que traen arrastrando y la envidian que sienten por ti y por el mundo. Otras tantas que se manejan como veletas y apuntan dónde y cómo les conviene creyendo que uno no se da cuenta de su falta de rectitud e hipocresía.
En fin, hay todo tipo de personalidades y comportamientos en la viña del Señor.
Qué difícil es aceptar a esa persona
Es verdad, qué dificilísimo es aceptar y amar a esas personas. Sin embargo, es aquí cuando debemos demostrar de qué estamos hechos y revestirnos de caridad, empatía y comprensión hacia ellas. Fuimos creados por amor y hacia el amor y la felicidad.
Cuando veamos a una persona que difícilmente sonríe, o bien, coincidamos con alguna persona -familiar, pariente, amigo, conocido, desconocido- con una actitud o personalidad como las que antes mencioné, tengamos la certeza de que esa persona trae heridas muy profundas en su alma y es por eso que esa persona actúa así.
Esa actitud le ha servido para defenderse y sobrevivir. De verdad debemos ser muy conscientes de esto y actuar conforme. ¿Por qué esperar de una persona más de lo que nos puede dar? Todos damos lo que tenemos para dar, aquello de lo que está lleno nuestro corazón y memorias. Algunos hemos elegido sanar nuestra historia. A otros les ha costado más trabajo el camino de la sanación. A esto me refiero cuando digo que todos actuaremos conforme a nuestro interior.
Ahora bien, qué tal cuando tú y yo hemos sido las personas difíciles de ser amadas. ¡Claro! También nosotros somos perfectamente imperfectos y seguramente varias veces hemos provocado que más de uno nos quiera aventar huevos en la cabeza. Sobre todo, cuando pasamos por momentos de crisis o, en las mujercitas, cambios hormonales. ¡Ah! Pero qué difícil es que nos amen.
De verdad, necesitamos crecer en paciencia y caridad hacia nuestros semejantes y también hacia nosotros mismos. Qué chiste tiene amar a las personas únicamente cuando llenen nuestras expectativas y no nos den lata. Eso no es amor puro, sino conveniencia. Hay que amarlas aún más cuando están pasando por momentos difíciles y comprender que si en algún momento andan con el temperamento colérico a flor de piel es porque seguramente traen arrastrando algún dolor que no les está permitiendo vivir la alegría.
Esas personas que están pasando por un valle de lágrimas lo que menos necesitan es nuestro juicio temerario ni apuntarlas con el dedo ni mucho menos criticarlas. Lo que necesitan es nuestra caridad en toda la extensión de la palabra.
Y hablando de nosotros mismos, si nos percatamos de que estamos pasando por un momento gris, hay que verbalizarlo. Las demás personas no tienen por qué pagar los platos rotos con nuestra actitud no tan positiva. Se vale decir que no nos sentimos bien y pedirles un poco de paciencia y comprensión.