En el siglo XI, un monje consiguió lo que nadie había podido siquiera soñar
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Año 1010, en una pequeña abadía, la Abadía de Malmesbury en Wilshire (Inglaterra). De repente y desde la torre más alta un hombre consigue volar. Nadia lo había hecho nunca. ¡¡¡Un milagro!!! pensarían algunos…¡¡¡Una aparición!!! diría otros, ¡¡¡Es el diablo!!! podría gritar los que lo vieran.
No fue ninguna de estas cosas sino la ilusión de un hombre, que en el siglo XI ideó lo que nadie había podido pensar. Quería tener alas y ascender hacia los cielos como si fuera un pájaro, quería imitar a la naturaleza y pensó que el hombre podría volar, sólo hacía falta un mecanismo con el que hacerlo. Tenía razón.
Este hombre era un monje y su nombre Eilmer (aunque en algunos documentos figura como Elmer o incluso Oliver), un personaje peculiar. Su hazaña no fue una golpe de suerte, ni una inspiración divina sino fruto de mucho trabajo. Durante años estuvo ideando un prototipo de alas sujetas a brazos y pies que le permitieran asemejarse a un pájaro. Estudió el viento, la presión atmosférica, la resistencia de los materiales. Hizo un ímprobo trabajo de ingeniería.
Por fin llegó el día y no dudó. Se subió con su artificio a la torre de la Abadía. Calculó el viento, miró sus apuntes y en el momento perfecto para su hazaña…saltó al vacío. Lo consiguió y todo iba muy bien durante 200 metros….pero…el viento cambió, el monje se asustó y como no tenía ninguna experiencia (nadie en la historia había hecho eso antes) se precipitó hacia el suelo.
Eilmer se rompió las dos piernas y estuvo mucho tiempo en reposo. Siguió durante este tiempo ideando su ingenio, buscando hacer unas alas más sofisticadas y pensó que tenía que añadir una cola para controlar esos golpes de viento. Necesitaba un timón, pensó.
Por desgracia Eilmer no volvió a volar nunca. No por miedo, no porque no tuviera bien pensada la idea y el modelo. Fue el Abad de Malmesbury quien le requisó todos sus apuntes y le prohibió volver a intentar aquella hazaña, una locura para la gente de esa época.
Fue en el año 1010 cuando el hombre voló por primera vez. Un monje inventó el origen de la aeronáutica y consiguió hacer lo que muchos ni siquiera habían soñado. Tuvieron que pasar otros nueve siglos para que su sueño se hiciera realidad. Un libro, “Anglorum Gesta Regum” que escribió, a finales del siglo XI, William de Malmesbury, rescata y recuerda su vida y hazaña.