Algo tan simple como dos horas de silencio cada jornada podría tener profundos efectos sanadores
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Desde que me convertí en madre, parece que he perdido mi capacidad para recordar las cosas. Solía tener una memoria excelente; podía recordar los detalles de conversaciones y conferencias enteras con precisión, incluso hasta el punto de recordar dónde estaba sentado cada uno y qué ropa llevaba. Ahora, apenas recuerdo las preguntas de mis hijos durante el tiempo suficiente como para responderlas.
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De vez en cuando reflexiono sobre esto, durante unos 5 segundos cada vez —antes de distraerme porque alguien ha tirado un Lego al retrete, otra vez—, y he extraído una serie de teorías explicativas, que van desde la privación del sueño hasta que mi cerebro trata de protegerse de demasiada información que lo cortocircuite. Pero el hecho es que quizás haya una explicación científica a este síndrome de mamá Memento: demasiado ruido.
Menos sonido, más silencio
La revista Science of Us informa de que numerosos estudios que se propusieron examinar la neurociencia del sonido descubrieron por accidente que el silencio, no el sonido, es esencial para nuestra salud neurológica.
Un estudio en ratones dirigido por Imke Kirste, bióloga de la Duke University, descubrió que “aunque todos los sonidos tengan efectos neurológicos a corto plazo, ninguno tiene un impacto duradero”, escribe Gross. “Sin embargo, para su sorpresa, Kirste descubrió que dos horas de silencio al día provocaban el desarrollo celular en el hipocampo, la región cerebral relacionada con la formación de memoria con la participación de los sentidos”.
Actúa como reconstituyente
Son unas noticas estupendas para los pacientes con demencia y depresión, ambas enfermedades asociadas con un crecimiento celular reducido en el hipocampo. Es increíble que algo tan simple como dos horas de silencio al día pueda tener profundos beneficios curativos y reconstituyentes. También es fácil llegar a la conclusión de que, dados los 12 años de maternidad que llevo a mis espaldas, lo más seguro es que mi hipocampo ya haya abdicado.
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Por desgracia para mí, me quedan muchos años por delante antes de poder confiar en disfrutar de una exposición diaria a ese silencio dulce y bendito, así que este descubrimiento es un poco decepcionante para las mamás de niños pequeños… pero oye, por lo menos ahora sabemos que nuestra pérdida de memoria es legítima. Y la próxima vez que alguien quiera saber dónde están sus zapatos, podemos decir: “No podré recordar dónde están tus zapatos a no ser que estés en absoluto silencio durante dos horas”.
Podría funcionar, ¿no?