Tú no querías divorciarte, eres creyente, pero allí estás… ¿y ahora qué?
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Nadie se casa para divorciarse. Sin embargo, este cáncer social sigue en ascenso. Cada vez hay más parejas donde uno de los cónyuges abandona el hogar en busca de lo que ellos llaman felicidad. Yo le llamo ceguera espiritual cuya raíz es el egoísmo.
Cuando uno de los cónyuges se baja del barco el otro queda con el corazón apaleado. Vive sin vivir. No piensa, solo siente y este sentir taladra el alma. Es un dolor tan profundo que solo quien lo haya vívido sabe de lo que hablo. Y duele, entre otras cosas, porque el día que nos casamos nos hicimos “uno solo”.
Perdido, incompleto, vacío son solo algunas de las sensaciones experimentadas. Duele tantísimo que, es más, aunque el cónyuge fuera un drogadicto con el vicio del juego y a cada rato pone el patrimonio familiar en peligro y en consciencia sabes que lo mejor es que haya una separación de cuerpos y hasta un divorcio legal, aun así, se siente que el alma se rompe a pedazos.
(Cabe mencionar que, en casos como este, el divorcio legal muchas veces es necesario. Pero no porque con esto se solucionemos la crisis matrimonial o porque la Iglesia acepte el divorcio como tal, sino porque hay que proteger en todos sentidos a una familia. El vínculo sacramental sigue vigente porque lo que Dios ha unido no lo separa el hombre).
Para que haya una crisis se necesita de 2. Sin embargo, generalmente la dinámica es esta. Está el cónyuge activo que es el que se va o rompe la relación y el pasivo quien es el que procura arreglar las cosas para que la relación no se rompa y se salve. Es muy raro -no imposible- que ambos se quieran quedar en un matrimonio mediocre -pasivo- o que a ambos les interese romper el matrimonio y que la familia se venga abajo.
Para comenzar, si tú eres el cónyuge pasivo y tienes fe, necesitas sabes que la Iglesia, que es Madre sabia, te da todo su apoyo moral. Recuerda que tu matrimonio está en manos de Dios, no en las tuyas ni en las de nadie más. Fuera culpas, nada de flagelarte. Todo tiene un para qué, incluso este “absurdo” dolor por el que estás pasando.
En esa crisis, con esa situación y justo en ese momento lo que te toca a ti es aprender de esa experiencia. Pero esa será tu elección la cual no es nada fácil porque a nadie nos gusta aprender a base de lágrimas y sufrimientos. Sin embargo, es una oportunidad que la vida te ofrece, aunque tú no la hayas buscado, para ser mejor persona. El dolor está, pero la elección de salir adelante o de quedarte estancado es solo tuya.
“Somos una misma carne” y nada nos separará, solo la muerte. Carlo Cafrarra, Cardenal italiano, hizo trabajos preciosos sobre el matrimonio y sus rupturas. Habló sobre el cónyuge en el estado pasivo y dice que cuando este acepta que todo su matrimonio está en las manos de Dios, también reconoce que el alma, la santidad y la salvación del que se fue y de toda su familia está en sus manos.
Te puede interesar:
La vida matrimonial es una lucha por la fidelidad en la que puede haber derrotas
Es decir, el que se queda sigue teniendo la enorme responsabilidad moral de la santificación del “cobarde” que se fue. Sé que esto suena injusto, pero no lo es. Si lo piensas detenidamente, si Dios da la carga, también dará la fuerza. Al cónyuge pasivo le vendrán una lluvia de gracias sobrenaturales para que, desde su trinchera resguarde, cuide y proteja el alma tanto del cónyuge como la de los hijos. La santidad de todos ellos se queda sus manos, en su capacidad de amar y perdonar, en su prudencia, en su vida de piedad y oración y en su talento para ahogar el mal en abundancia de bien.
Me parece una realidad espiritual muy esperanzadora la cual sabemos el mundo no estará de acuerdo porque se nos ha olvidado que por mucho que haya un papel de divorcio firmado, el vínculo sacramental y nuestro compromiso de hacernos mutuamente santos solo termina con la muerte. Entonces, si ya el cónyuge se fue, ya tienes una misión aún más grande, seguir trabajando por la salvación de una persona con una ceguera espiritual profunda.
Recordemos que el dolor y el sufrimiento transforman corazones, purifican, hacen milagros, por eso la importancia de que el cónyuge pasivo refuerce su vida de piedad y oración para que, si es la voluntad de Dios -que generalmente sí lo es- se salve su matrimonio y por la salvación del que nos abandonó. Este acto de amor es llevar la caridad a su máxima expresión y solos no podríamos lograrlo. Por eso la ayuda sobrenatural del Dios es muy importante.
Todos necesitamos ese amor físico y obviamente si nuestra realidad es que ya no está el cónyuge a nuestro lado, no tendremos ese apapacho, esa caricia y demás. Ante todo, sigue existiendo el “débito conyugal”. Es decir, aunque haya ruptura nuestros cuerpos siguen siendo exclusivos uno del otro.
Entonces, ¿qué hacer? Yo sugiero que tengan a su amante y que no le suelten. Así como lo leen. Háganse amantes de Jesús Sacramentado. Un alma amante de la Eucaristía JAMÁS cambiaría el amor de Dios por un amor humano, nunca. Hay que aferrarse al único amor que nunca abandonará, ese que es compasivo y misericordioso y pedirle que sea Él quien llene esos vacíos humanos que podemos sentir. Cuando llegue la hora de dormir, invitemos a Jesús a que ocupe el espacio vacío de nuestras camas, de ese lecho que alguna vez fue altar sagrado donde con nuestros cuerpos hicimos oración para unirnos al espíritu de Dios.
Te puede interesar:
¿Cómo superar la infidelidad en un matrimonio católico?
No hay recetas como tal para aprender a vivir después de una crisis como esta. Lo que sí hay son hay pautas inteligentes que te pueden ayudar para que aprendas a vivir a hora de una manera distinta.
- Tómate de la mano de Dios y haz un pacto de amor con ÉL. Dile, yo me entrego completamente a ti y dejo esta situación en tus manos. Y a cambio solo te pido tu protección y cuidado. Que la luz de Dios sea tu guía mientras transitas por ese valle de lágrimas.
- Elige confiar totalmente en Dios. Puede ser que los planes de Dios no coincidan con los tuyos. Sin embargo, eso no significa que te esté yendo mal. Lo que quiere decir es que Él tiene una visión completa de las cosas e irá trabajando, poniendo y quitado, conforme a su sabiduría. Tú sabes lo que quieres, pero Él sabe lo que te conviene.
- Incrementa tu vida de oración y piedad. Acude al Sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía lo más que puedas para que Dios te ayude a perdonar de corazón y te dé la sanación espiritual que necesites. Además, con estos auxilios espirituales aprenderás a tenerte compasión y a perdonarte porque todo eso es responsabilidad de ambos. Dije responsabilidad, no culpabilidad.
- Busca ayuda y encuentra apoyo emocional, espiritual y humano para que este proceso sea lo más eficiente posible. Elige estar bien, no solo hacer el bien. A veces es necesario acudir a un profesional de la salud, y a menos que sea necesario y realmente lo necesites, no tomes nada para suprimir tu dolor. Al contrario, siéntelo, vívelo tan intensamente como puedas. Ese es un paso muy importante para el proceso de tu sanación. Si vives aletargado o suprimiendo tu dolor por medio de anestesia en forma de fármacos lo único que estás haciendo es retrasar tu proceso. Toda esa atención que antes tenías en tu cónyuge trasládala a cuidar de tu persona y a tus hijos.
- Vive tu duelo. Valida tu dolor. Acepta tu pérdida. Esta experiencia por la que pasas es una pérdida y de las más dolorosas. Por eso, vivir tu duelo abrazando cada sensación hasta llegar a la aceptación es por demás importante. Cierra oídos a comentarios como “no le llores si te dejó por otra”. Solo tú sabes lo que pasas. Solo tú sabes tú dolor. También necesitas estar bien para transmitir paz a tu hogar y a los corazones de tus hijos quienes a su vez viven su duelo.
- No busques un sustituto (a). Tampoco busques pagarle con la misma moneda ni salir corriendo a rogarle. El rencor y el resentimiento suelen ser malos consejeros en estos casos así que no prestes atención a nada que te aleje de tu dignidad como persona. Para salir adelante de tu situación no necesitas una nueva pareja, lo que necesitas es tomarte de la mano del tiempo y vivir un día a la vez.
- Actúa con sensatez, pensando tu actuar con la cabeza y no con las vísceras. Recuerda que ese “patán” que se fue o esa “otra” que te engañó son el padre/madre de tus hijos. Nunca hables mal de él/ella con nadie porque siendo ustedes una sola carne, también esa maledicencia afecta a tu propio espíritu.
- Protege la integridad y el corazón de tus hijos. Realza las virtudes del que se fue y ayúdales a que se enfoquen menos en sus debilidades y faltas. Conviene que las almas de tus hijos no guarden odios ni rencores, por lo menos no porque tú lo siembres. Los hijos todo ven y todo sienten, todo observan. El matrimonio en el plan de Dios no es tanto que nos hagamos mutuamente felices, sino ser fecundos en todos sentidos, principalmente en traer hijos al mundo. El bien de los esposos, es decir, el bien unitivo tiene como objetivo reproducir el amor del Padre hacia nosotros, sus hijos. Es decir, representar, duplicar el amor de Dios Padre en cada uno de nuestros hijos. Esto es primordial que lo entendamos porque, sin dejar de honrar el dolor que sentimos, hay que enfocarnos en los amores que se quedaron -los hijos- y no ponerle tanto enfoque al amor que se fue. Y muy importante, no eres papá y mamá a la vez. Serás una madre que mantienes o un padre que hace hogar. Pero el papá es el papá y la mamá siempre será la mamá. Cuidado de no mandar mensajes equivocados.
- Reaprende a estar contigo. Vuelve a descubrir todo lo bueno que hay en ti y que quizá hayas dejado de ver. Goza de ti. Mírate al espejo y comienza a decirte frases de amor, de esperanza, palabras que te tranquilicen. Redescubre el sentido de tu vida.
Recuerda que no se mueve la hoja del árbol sin la voluntad de Dios. Si Él te está permitiendo pasar por ese cáliz es porque grandes milagros desea hacer en ti, en ustedes. Solo desátale las manos y permítele actuar con libertad. Mientras tanto, tú sigue viviendo con la dignidad de un hijo de Dios.