Su propia discapacidad visual la animó a ayudar a otras personas con su misma condición
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Ser educadora va más allá de impartir conocimientos. Es una vocación. Los maestros son el complemento de los padres en la formación de los niños como seres humanos y, por eso, los mejores siempre son recordados.
Helen Keller no solo tuvo siempre presente a su maestra Anne Sullivan, sino que fue su amiga por más de 40 años e incluso la acompañó hasta su muerte. ¿La razón? Fue quien le enseñó a leer y a escribir siendo sordociega.
Lo curioso es que la misma Sullivan, aunque no era del todo ciega, tenía problemas de visión. Nació en 1866 en un hogar humilde de Massachusetts (Estados Unidos) y, de joven, contrajo una enfermedad llamada tracoma, que comprometió su vista. Hizo todo lo posible para entrar en el Instituto Perkins para Ciegos en Boston, donde le hicieron varias operaciones y, aunque no logró curarse del todo, su visión mejoró bastante, se graduó con honores y hasta ingresó a la nómina como una de sus maestras.
Ella aprendió el alfabeto manual para ayudar a niños ciegos a educarse para que no fueran tan marginados por la sociedad (sobre todo la de aquella época). Un día, llegó al instituto la familia Keller, procedentes de Alabama, quienes tenían problemas con su pequeña hija Helen (de unos 7 años), que había quedado sordociega a los dos años producto de una extraña fiebre y, al verse incapacitada para comunicarse, hacía grandes berrinches.
El director de Perkins le asignó el caso a la joven Anne (de unos 20 años), quien se fue a Alabama con los Keller. Sullivan se dedicó a enseñar a la rebelde Helen a hablar, leer y escribir. Le hacía tocar cosas con una mano y, en la otra, le escribía con su propio dedo lo que era. Por ejemplo, le hacía colocar una de sus manos bajo agua corriendo y en la otra le deletreaba la palabra “a g u a”. Así, poco a poco, aprendió a asociar elementos y leer. Para escribir, le consiguió un tablero acanalado especial para que, con un lápiz, pudiera formar letras. Y para enseñarle a hablar, le ponía la mano a Helen en su garganta para que sintiera las vibraciones y la incentivaba a tratar de repetirlas. Esto último fue lo más difícil y, como no veía grandes avances, la maestra Anne buscó la ayuda de un profesor de voz para que Helen pudiera hablar claramente… y lo lograron.
La estudiante, ya capacitada, continuó su formación en varios institutos e, incluso, logró ser aceptada en la Universidad de Radcliffe, donde se graduó con honores, convirtiéndose en la primera persona sordociega en obtener un título universitario.
Anne y Helen nunca se separaron y se convirtieron en grandes amigas. De hecho, hicieron charlas de superación juntas y hasta publicaron un libro sobre su experiencia.
Sullivan murió en 1936 en la compañía de su alumna, quien se convirtió en una renombrada escritora, oradora y activista política por los derechos de los menos favorecidos. En 1962, Hollywood hizo una película sobre ambas titulada “El Milagro de Ana Sullivan”, la cual obtuvo dos premios Oscar.
Helen falleció en 1968 y las cenizas de ambas se encuentran en la Catedral Nacional de Washington D.C. ¿La lección? Detrás de una persona exitosa e inspiradora, seguramente se esconde el esfuerzo y dedicación de un gran maestro.