Quizá se lo habrán preguntado muchos: por qué el sacerdote reza algunas partes de la misa en voz baja, como si la asamblea no debiera oír… ¿Cómo es que en la misa algunas oraciones se dicen en voz baja por el sacerdote y como consecuencia la asamblea no comprende? Responde el sacerdote Lamberto Crociani, profesor de liturgia en la Universidad Teológica de Italia Central.
Querido Daniel:
Es legítima tu curiosidad sobre algo cuyos los orígenes se remontan al siglo IX, cuando en el ordinario de la misa, presidida tanto por obispos como por sacerdotes, se introducen una serie de oraciones estrechamente vinculadas a la persona que preside o, como más o menos desde entonces se decía, por el celebrante.
Estas oraciones se concentran en tres momentos particulares: la entrada, el ofertorio y la comunión. No hay que olvidar también las que preceden y siguen a la proclamación del Evangelio desde el siglo XIII. En algunos libros litúrgicos antiguos se encuentran algunas también durante el canto y el rezo del Santo y antes del recuerdo de los vivos en el Canon.
Por su carácter particular toman el nombre de apologías del sacerdote (apologiae sacerdotis) y son siempre de índole privado, es decir, de origen variable. Sólo desde el siglo X éstas constituyen un acto ritual, así como las hemos conocido en el misal editado por Pío V después de la reforma tridentina.
El hombre siempre se ha sentido pecador delante de Dios y estas oraciones dan testimonio de vez en cuando de la súplica del celebrante para que el Señor acoja su indignidad y perdone su pecado. Significativa la apología inicial al pie del altar con la recíproca confesión entre el celebrante y ministros antes del inicio de la celebración.
Las apologías del ofertorio eran el grupo más numeroso e importante. Nacieron en una época de decadencia litúrgica fuera de Italia: no sólo expresaban el sentido del ritual, sino que debían aumentar la devoción particular del sacerdote celebrante. Habitualmente expresan la indignidad del celebrante, la acusación que hace de sí mismo y el arrepentimiento. Estas iban desde el ofertorio hasta el lavado de las manos, incluida la espléndida oración que acompañaba la incensación.
Dos apologías precedían la comunión del celebrante (que son opcionales hoy en día) y a continuación todas las demás fórmulas hasta la purificación de los vasos sagrados eran una apología, que primero manifestaba la culpa y la petición de perdón, y a continuación la acción de gracias por el don recibido para conservar la mente pura, libre ya del pecado.
Es interesante que tanto la primera fórmula para la purificación como la segunda no tienen nada que ver con el ritual realizado, sino que están en relación con la Comunión recibida.
Hoy, las apologías que quedan son pocas: antes y después del Evangelio, después de la presentación del cáliz en la preparación de los dones, la fórmula del lavatorio de las manos, la fórmula de la fracción del pan, la que precede a la Comunión, las fórmulas de la succión de los dones y la que acompaña la purificación de los vasos sagrados.
Son aún expresión de devoción personal del sacerdote, expresan aún -también las nuevas- los antiguos sentimientos, es decir estas se rezan en voz baja por aquel que preside para una intensa participación en la celebración.
Riferimento bibliografico: M. Righetti, Storia liturgica, III, La Messa, Ancora, Milano 1966³ anastatica