Una mujer que es recordada tanto por sus actos de caridad como por su estilo al vestir
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Lady Di tenía muy clara la imagen que quería proyectar y, con los años, fue evolucionando y experimentando con sus atuendos, demostrando siempre tendencia y sentido de moda.
Pero más allá de la ropa y las joyas, ella también descubrió la persona que quería ser en el mundo. Diana fue una bocanada de aire fresco en la realeza británica y le imprimió una cara más humana, amable, dulce y cercana al título de princesa. No en vano la llamaban “la princesa del pueblo”.
Se saltaba el protocolo y abrazaba a la gente “común”, miraba a los ojos con humildad y no temía quitarse la tiara y ponerse un par de jeans para ayudar a los de la Cruz Roja o a cualquiera que lo necesitara. Como ella misma dijo una vez: “La mayor dolencia que el mundo sufre actualmente es el mal de la falta de amor (…) Es preciso que alguien que posea una vida pública pueda dar cariño y afecto a las personas, y hacerlas sentir importantes (…) Nada me hace más feliz que intentar ayudar a los más débiles y vulnerables de la sociedad. Si alguien que precisa de mí, me llama, voy a su encuentro no importa donde esté. Me gusta tocar a las personas, es un gesto que me nace naturalmente, no es premeditado, brota del fondo de mi corazón. Nunca me consideré a mí misma como la reina de mi país. Me gustaría ser la reina del corazón del pueblo”.
Y, sin duda, ese es el título con el que la gente hoy la recuerda. El que no le fue otorgado por nacimiento o matrimonio, sino por la manera en cómo vivió su vida y, sobre todo, impactó en la de los demás.