“Sabrán mis enemigos que soy reina, que esposa soy de un Dios”“Revestíos de las armas de Dios, para poder resistir los estratagemas
del enemigo” (San Pablo).
“La esposa del rey es terrible, como un ejército en orden de batalla.
Se parece a un coro de música en medio de un campamento” (Cant. de los Cant.).
Vestí las armas del Omnipotente,
y su mano divina me adornó.
Nada me hará temer en adelante,
¿quién podrá separarme de su amor?
A su lado, lanzándome al combate,
ya ni al fuego ni al hierro temeré.
Sabrán mis enemigos que soy reina,
que esposa soy de un Dios.
Guardaré la armadura que me ciño,
Jesús, ante tus ojos adorados,
y hasta la última tarde del destierro
serán mis votos mi mejor adorno.
Eres tú, ¡oh Pobreza!,
mi primer sacrificio,
te llevará conmigo hasta la muerte.
Sé que el atleta, puesto en el estadio,
para correr de todo se despoja.
Gustad, mundanos, vuestra angustia y pena,
de vuestra vanidad amargos frutos;
yo, jubilosa, alcanzaré en la arena
de la pobreza las triunfales palmas.
Jesús dijo que “por la violencia
el reino de los cielos se conquista”.
Me servirá de lanza la pobreza,
y de glorioso casco.
Hermana de los ángeles
victoriosos y puros
la Castidad me hace.
Formar espero un día en sus falanges;
mas debo en el destierro
como lucharon ellos luchar yo.
Luchar continuamente,
sin descanso ni tregua,
por mi Esposo adorado,
el Señor de los señores.
Porque es la castidad celeste espada
que puede conquistarle corazones.
La castidad será mi arma invencible,
con ella venceré a mis enemigos.
Por ella llego a ser,
¡oh inefable ventura!,
la esposa de Jesús.
En medio de la luz gritó, orgulloso,
el ángel:
“¡Nunca obedeceré…!”
En medio de la noche de la tierra
yo grito:
“¡Siempre obedeceré!”
Siento nacer en mí
una divina audacia,
al furor del infierno desafío.
Y es mi fuerte coraza
y de mi corazón escudo fuerte,
la Obediencia.
¡Oh mi Dios vencedor!,
no ambiciono otra gloria
que la de someter
mi voluntad en todo,
pues será el obediente
quien cantará victoria
en el descanso de la eternidad.
Si tengo del guerrero
las poderosas armas
y le imito luchando bravamente,
quiero también como graciosa virgen
cantar mientras combato.
Tú haces vibrar las cuerdas de tu lira,
¡y es tu lira, Jesús, mi corazón!
Por eso, cantar puedo
la fuerza y la dulzura
de tus misericordias.
Sonriendo, yo afronto la metralla,
y en tus brazos, cantando,
¡oh –divino Esposo–, mi divino Esposo!,
moriré sobre el campo de batalla,
¡las armas en la mano!
Por Mienmiuaif