¿Qué hubiera pasado si su madre hubiera elegido creer más en la ciencia médica que en Dios y hubiera abortado a su bebé?
“Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios.” (Juan. 9, 1-3)
María tuvo que nacer para que las obras de Dios se manifestaran en ella. Así como en Paulina Gálvez -mamá de Ximena Guadalupe-, el milagro de por el cual el niño mártir y cristero mexicano, San José Sánchez del Río, subió a los altares en octubre del 2016 y quien por esas maravillosas “dioicidencias” de la vida también nació el 8 de septiembre, igual que nuestra Santísima Madre.
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Esto me ha invitado a reflexionar sobre el valor del Don de la vida, como cada uno de nosotros traemos una misión de santificación desde que Dios nos pensó y sobre cómo los milagros suceden a personas ordinarias y sencillas por el simple hecho de tener Fe, de ser humildes y obedientes a la voluntad de Dios. Él llama, elige a los “pequeños” para hacer obras grandes.
Paulina esperaba la llegada de su bebé con muchísimo amor e ilusión. Casi desde el comienzo de su embarazo y por cuestiones médicas los doctores le sugirieron que abortara. Sin embargo, ella se aferró a la vida de su hija Ximena. Días después de su nacimiento -el 8 de septiembre del 2008- comenzó su viacrucis el cual terminó en un gran milagro de Dios gracias a su Fe y a que se tomó de la mano de la Virgen María y pidió la intercesión del niño Joselito.
He sido testigo de cómo este inexplicable suceso médico -al que la ciencia y otros tantos no se atreven a llamarle milagro porque no creen en ellos- ha cambiado la vida de muchas personas. Muchos se han vuelto a acercar a Dios, han vuelto a creer gracias a que las obras de Dios se manifestaron en Paulina y Ximena. Cuando las conocen sucede lo que a Santo Tomás: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20, 25).
Los milagros existen y nos pueden suceder a cualquiera, basta con tener fe. En este caso solo se necesitó de la valentía de una mujercita que dijo “NO AL ABORTO” y “SI A LA VIDA” para que estos comenzaran a suceder. Ese sí de Paulina, sin miedo y por amor, bastó para que el tsunami de bendiciones que Dios tenía preparado por medio de ella comenzara a llegar a los corazones necesitados de fe, esperanza y amor.
Es aquí donde me pregunto, ¿qué hubiera pasado si Paulina hubiera elegido creer más en la ciencia médica que en Dios -Médico de médicos- y hubiera abortado a su bebé? ¿Qué hubiera pasado si ella hubiera escuchado a los doctores y no a la voz de su consciencia y corazón, a la de Dios? En la vida y en la muerte Él tiene la última palabra y a veces nos olvidamos de ese pequeño detalle.
Los milagros suceden a diario y -repito- Dios elige para regalárselos a gente ordinaria, normal, sencilla, como tú y como yo. En esto radica lo extraordinario de lo ordinario, que no necesitamos aventarnos de un puente ni pararnos de cabeza 5 horas para llamar su atención y recibirlos, lo único que requerimos es tener un corazón dispuesto para amar, para ser perdonados y perdonar; un corazón profundamente enamorado de Él, ser humildes y sabernos necesitados y, sobre todo, tener el Don de la Fe y creer que los milagros existen y suceden a diario.
¿Qué nos falta -o nos sobra- para volver a creer?
No es un secreto que hoy vivimos una época donde nuestro mundo está desesperanzado, cansado, triste y agobiado por tanta falta de amor y por centrarnos en nosotros mismos. No hay empatía y sí muchas traiciones; juego de egos y poder. Falta la fe y la esperanza en los corazones.
El egoísmo ruge como león hambriento que quiere devorar a nuestras familias. Vivimos en una angustia constante por llenar vacíos sin darnos cuenta de que estos solo los lograremos saciar con la presencia del verdadero Dios. Queremos soluciones rápidas para todo y sustituimos el poder de Dios con prácticas que lo único que hacen es distanciarnos de Él.
Muchos, a pesar de estar necesitados, están como Santo Tomás que hasta que no ven, no palpan de primera mano creen. Como si probaran a Dios… Aún así, obrará milagros en ellos si Él encuentra un poquito de Fe en su corazón, aunque sea del tamaño de una semilla de mostaza.
Estamos viviendo tan de prisa que pocas veces nos detenemos a pensar en todos los pequeños -o grandes- milagros que Dios nos hace a diario, que nos regala con cada nuevo día. ¡El despertar ya es uno!
Les invito a que hagamos un recuento de lo que ha sido nuestra vida y redescubramos todos los milagros que Dios ha hecho en nosotros. Que nuestra vida se convierta en un testimonio de fe y de amor y con ella devolvamos la esperanza a ese que ya no quiere vivir o a ese otro que ya no le encuentra sentido a nada.
Dejemos que Dios haga lo extraordinario en nuestra vida ordinaria y que cada vez seamos más los que creamos en los milagros del amor y podamos gritar con júbilo: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!