La actitud ante la crisis es lo que la hace diferente y lo que permite gestionarla como una nueva oportunidad.
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Todo tipo de crisis cambia algo en nosotros y nos cuestiona, incluso hay quienes afirman que toda crisis es en el fondo una crisis de identidad. Los antiguos filósofos y maestros espirituales entendieron las crisis como aprendizaje a través de un sufrimiento: “Llegar a las estrellas a través de las penas” (per aspera ad astra).
La palabra crisis originalmente refiere tanto a una decisión importante o resolución significativa, como a un momento decisivo. La palabra griega krisis significa “separación, ruptura, distinción, elección y selección”. Existen muchos tipos de crisis y usamos la palabra en filosofía, en historia, en medicina, en sociología, en psicología, muchas veces con acepciones distintas.
Autores que profundizan el tema desde la psicología, entienden que la crisis se caracteriza por el hecho de que el equilibrio emocional es alterado. Cuando se vive la crisis como algo que no debería suceder, cuando se la considera como culpa de uno mismo, o cuando se la reprime, es posible que la persona se derrumbe.
Sin embargo, es nuestra responsabilidad cómo vamos a reaccionar ante una crisis. Uno puede resignarse, evadirse, distraerse, o ver la crisis como un desafío, como una gran oportunidad para crecer, como una gran ocasión para darle un nuevo fundamento a nuestra vida.
No es una novedad que en toda crisis se esconde una lección de vida y aparecen nuevos aprendizajes. Aunque, cuando llega una crisis personal o social, ésta indigna y preocupa porque altera el frágil orden de la vida cotidiana.
Cuando la confianza se quiebra, ya sea en uno mismo, en los demás, en la empresa, en los políticos, en los compañeros de trabajo o en quien sea, la crisis está desatada. Todo lo que estaba claro se oscurece y lo que parecía ordenado (cosmos), se desordena (caos). Cuando fallece un ser querido o irrumpe una enfermedad inesperada, cuando la empresa cierra o se pierde el trabajo, cuando se vive una separación matrimonial… algo se rompe y comienza algo nuevo.
No se puede volver atrás ni restaurar el orden anterior porque la situación es nueva y exige aceptarla y cambiar la mirada para encontrar un nuevo comienzo que, acompañado del proceso de duelo necesario, demanda una voluntad de abrirse a lo nuevo, de descubrir la oportunidad que nace delante de lo que acaba de morir.
Este cambio de mirada no es un consejo superficial, porque no es fácil de hacer. Se requiere una gran conciencia de que la actitud ante la crisis es lo que la hace diferente y lo que permite generar una nueva oportunidad.
La vida como proyecto
Los seres humanos no estamos determinados ni programados, a pesar de estar condicionados por incontables factores culturales, biológicos, sociales, políticos y económicos que parecen quitarnos posibilidades de realización personal.
El futuro no está escrito, lo construimos cada día.
La tradición judeocristiana ha sido siempre una palabra profética frente a los determinismos que sostienen que la vida humana está ya dirigida por fuerzas externas (astros, dioses, etc). Pensadores existencialistas, ateos o creyentes, nos recuerdan que estamos “condicionados, pero no determinados”, que “estamos condenados a ser libres” (Sartre), que aun cuando no decidimos algo, ya estamos decidiendo; que no somos víctimas pasivas de un destino escrito por los astros o por los dioses, sino que somos protagonistas de una historia que vamos construyendo con nuestras decisiones. Obviamente no todo depende de nosotros, pero tampoco somos marionetas de un “destino” inexorable.
Todos nos encontramos al nacer, “arrojados a la existencia”, condicionados por un montón de circunstancias que no hemos elegido. Pero la orientación que se dará a la vida y la actitud con la que se vivirá cada circunstancia, no está programada de antemano, sino que es fruto de decisiones personales.
Ser libre exige la responsabilidad de la propia capacidad de decidir. Implica “hacerse cargo” de la propia vida y de las propias decisiones. Aun cuando preferimos por temor a equivocarnos, que otros decidan por nosotros, nada nos exime que hemos sido nosotros quienes decidimos que otros decidan, siempre seremos responsables de lo que hacemos con nuestra libertad. Podemos echarle la culpa a los demás, al clima, o a los astros, pero lo cierto es que nosotros elegimos vivir como vivimos la vida que nos toca.
Por eso, ante una crisis, cualquiera que sea, la diferencia no la hacen tanto las circunstancias más o menos favorables, sino la actitud con la que nos hacemos cargo de la crisis y hacer de ella nuestra gran oportunidad.
La libertad que no te pueden robar
El psiquiatra y neurólogo austríaco Víctor Frankl (1905-1997), que sobrevivió a dos campos de concentración (Auschwitz – Dachau) durante la Segunda Guerra Mundial, autor del best seller “El hombre en busca de sentido”, escribe a en este mismo libro a propósito de esa libertad interior que nadie puede arrebatarnos, aun en las situaciones más desesperadas y contrarias a la libertad:
“…Las experiencias de la vida en un campo [de concentración] demuestran que el hombre mantiene su capacidad de elección… El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual, de independencia mental, incluso de aquellos crueles estados de tensión psíquica y de indigencia física. Los supervivientes de los campos de concentración aún recordamos a algunos hombres que visitaban los barracones consolando a los demás y ofreciéndoles su único pedazo de pan. Quizá no fuesen muchos, pero esos pocos representaban una muestra irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino- para decidir su propio camino“.
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