En la base del bienestar, la confianza en uno mismo es un pilar para el niño desde los primeros meses de vida. Aunque la confianza arraiga ante todo en la experiencia, los padres (o cualquier otra persona cercana al niño) tienen todas las herramientas necesarias para cultivar su confianza y desarrollar su autoestima. ¡Unas pocas palabras pueden cambiarlo todo!
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Más que una simple frase, es nuestra actitud general lo que ayudará al niño a adquirir confianza en sí mismo. Animarlo en sus experimentos, hacer que intente cosas que están a su alcance, ni demasiado difíciles ni demasiado fáciles, es un primer paso.
Al confiar en él, el niño desarrolla y cultiva el espíritu de valentía, amor y entusiasmo. Gracias a la confianza, los más jóvenes comprenden que son capaces de hacer las cosas, solos o con la ayuda de otros. Toman consciencia de la fuerza del grupo.
En este proceso, los padres desempeñan un papel decisivo. Ellos velan por su aprendizaje experiencial en un mundo donde el riesgo sea medido. Evitando la evaluación o la comparación, son como un espejo para el niño. Le animan a actuar, teniendo en cuenta su personalidad y sus capacidades.
“Desde la confianza, el niño no se siente en peligro”, enfatiza Isabelle Pailleau, psicoterapeuta y autora de Zatypiques (ed. Leduc. s). Descubrid a continuación las palabras clave de esta experta en pedagogía positiva, para promover la confianza del niño en sí mismo.
Frases que multiplicar para la confianza del niño en sí mismo.
“¡Vamos, inténtalo!”
Son unas palabras sencillas que forman la base de una relación entre padres-hijos, ya que es importante desdramatizar las situaciones y repasar con el niño los riesgos eventuales de forma realista. Muchas veces, lo peor no es tan grave.
Por ejemplo: “Intenta poner la mesa, si rompes un plato, ¡tenemos muchos más!”. Poco a poco, explorando, el niño gana confianza en sí mismo. Se da cuenta de que ha tenido éxito, a su nivel. A pesar de su miedo, ha actuado igualmente.
“¿Estás contento con lo que has hecho?”
Preguntarle al niño lo que siente es una manera de entenderlo mejor, de comprender qué percepción tiene de sí mismo y de abrir una reflexión. Los padres no somos sus evaluadores. Lo importante es hacerles saber nuestros sentimientos, nuestras impresiones, pero sin juzgarles.
Decir “Tu dibujo me parece muy bonito” es una manera de expresarle nuestros sentimientos, nuestra opinión personal, mientras si decimos “¡Qué bonito es!”, es una afirmación y, por lo tanto, somos jueces.
“De verdad parece que te has organizado muy bien”
Nuestro punto de vista valora lo que el niño ha hecho. Es el efecto espejo. La observación debe ser honesta para ser percibida como creíble por el niño, no hay necesidad de añadir superlativos exagerados. Los niños perciben mejor la realidad si es sincera.
“Es mi preocupación”
Es preferible explicar el peligro antes que frustrar el impulso de los niños. Los padres a menudo se angustian por sus hijos, pensando que los están protegiendo. ¿Qué madre no ha dicho: “¡No te subas ahí arriba, que te vas a caer!”? Por un lado, el niño no entiende la negación y, por otro lado, es la mejor manera de hacer que se caiga.
La alternativa sería decir: “Mantente un poco lejos de esa pared, que es muy alta y ten cuidado con el precipicio”. Sin negación y de manera realista, el niño entiende mejor las cosas.
“Ven conmigo, lo haremos juntos”
Cuando se siente en confianza, el niño no siente miedo. Eso es lo que le permite actuar y experimentar. También podemos decirle “Intenta hacerlo, yo confío en ti”, para desarrollar su autonomía. Una consideración fundamental para que el niño tenga confianza en sí mismo.
Y las frases que desterrar:
“¡Eres el más fuerte!”
Cuando el niño se lo cree, lo pone en una relación de poder con los demás. Cuando no lo cree, es porque sabe que no está basado en hechos reales y así pierde autoestima.
“¡Supera tus límites!”
Los padres a menudo esperan mucho de sus hijos. Hacen esto o aquello sin preocuparse por respetar el ritmo fisiológico y físico del niño. No se puede imponer al niño que se esfuerce hasta al extremo. Teniendo en cuenta el carácter del niño, podemos ponerle los pies en el suelo si tiene demasiada confianza o animarle si no tiene la suficiente seguridad.