Los australianos llaman a James Harrison “el hombre del brazo de oro”.
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A primera vista, James Harrison, de 80 años de edad, es un simple señor mayor que charla con sus nietos, sale a pasear y colecciona sellos postales. Pero hay algo con que destaca. ¡En su cuerpo lleva un gran tesoro que ha salvado a más de 2 millones de niños australianos!
Todo comenzó en 1951, cuando James, de 14 años de edad, fue sometido a cirugía de extracción de un pulmón. “Recibí 13 unidades de sangre y salvé mi vida gracias a donaciones de desconocidos. Me dije que cuando fuera lo suficientemente grande, me convertiría en un donante de sangre”, recordó.
Cumplió su promesa dos días después del 18 cumpleaños. Poco después, se enteró de que su sangre contiene raros anticuerpos que podrían ayudar a las mujeres embarazadas en riesgo de seroconversión grave relacionada con el Rh de la sangre. Aparece cuando la sangre de la madre es Rh – y la del bebé Rh +.
En los peores casos – y antes de 1967 en Australia había miles de casos cada año – este conflicto causaba abortos espontáneos o graves daños cerebrales en el niño.
Con la ayuda de James Harrison (cuyo cuerpo fue asegurado por la suma de 1 millón de dólares), los doctores encontraron una solución. Con el fin de prevenir la enfermedad hemolítica del recién nacido, se les suministraba a las madres un anticuerpo anti-D extraído de la sangre del donante australiano.
De esta manera, el “hombre del brazo de oro” salvó a más de 2 millones de niños. Uno de ellos fue su nieto Scott.
“Conocí a algunas madres y ellas me lo agradecieron. Una de ellas perdió a tres hijos, y después de las inyecciones dio a luz siete bebés sanos. Tal vez soy yo el responsable de la superpoblación en nuestro país. ¡Es genial ver a las madres felices y a sus hijos!”- dijo Harrison en una entrevista para Today.com.
En 2011, el “hombre del brazo de oro” donó sangre por milésima vez. Así, su apellido fue incluido en el Libro Guinness de los Récords (Guinness Book of Records).
James Harrison espera que su historia inspire a otros a ayudar. Le asustan el dolor y las agujas, y gira la cabeza cuando las enfermeras le pinchan. Pero, si él logra vencer el miedo, ¡otros seguramente podrán hacerlo también! – enfatiza.
Fuentes: nydailynewc.com, today.com, cnn.com