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¿Por qué Jesús no soportaba a los fariseos?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 26/10/17
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Eran los primeros invitados a la mesa del banquete del reino, y no quisieron ir

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Jesús es siempre tierno y misericordioso con los pecadores. No juzga al que cae, lo acoge, lo abraza, lo sana y lo perdona. Levanta a la adúltera y al ladrón, al recaudador de impuestos. Pero no soporta la hipocresía: “¿Por qué me tentáis, hipócritas?”.

La hipocresía es dura como la piedra. El hipócrita es soberbio y no se deja perdonar.

Los fariseos se confabulan contra Jesús. Se trata de algo premeditado que han hablado antes. Jesús conoce su corazón y los ve por dentro. Le duele en el alma la mentira. En realidad es su fracaso. No pudo llegar a ellos porque tenían un corazón duro. Eran los primeros invitados a la mesa del banquete del reino, y no quisieron ir.

Adulan a Jesús con palabras verdaderas: Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; además, no te importa de nadie, porque Tú no miras lo que la gente sea.

Saben cómo es Jesús. Buscan su mal con mentiras y le llaman maestro de la verdad. Es fácil adular para conseguir otros fines. El corazón humano es tan frágil. El mío se deja llevar por las adulaciones.

Ellos saben que a Jesús no le gusta el engaño. Que es verdadero y auténtico. Que ama la verdad y le cuesta la mentira. Son palabras aduladoras, pero ciertas. A Jesús no le importa con quién habla, acoge a todos.

A mí me gustaría mirar como Jesús mira. Sin hacer distinciones. Sin quererme ganar el favor de nadie. Un corazón puro y verdadero. Un corazón sin doblez y libre.

Me impresiona lo diferente que es el corazón de los fariseos. La verdad es que prefiero al hijo pródigo que peca pero sin disfrazarse de bueno. Me gusta la adúltera que cae pero sin querer parecer otra cosa.

Si no somos ni siquiera capaces de ser honestos con nosotros mismos, ¿cómo vamos serlo con los demás y con Dios? Jesús detesta la hipocresía, la falsedad, la mentira.

Los fariseos son hipócritas. Tal vez piensan que el fin justifica los medios que nos permiten alcanzarlo. Sean estos legítimos o no. Sean verdad o mentira. Parece que el fin es lo importante.

Y entonces merece la pena usar todos los caminos para lograrlo. Incluso la mentira y la oscuridad. La murmuración y la crítica. Incluso el odio. Todo vale para quitar de en medio a este agitador llamado Jesús de Nazaret.

El que estaba aferrado al poder y a la posesión de la verdad ve en Jesús una amenaza. Es lo que pasa hoy también. El conservador es el que teme perder lo que tiene. El revolucionario quiere cambiar lo que ahora vive. Quiere mejorar. Yo temo caer en la hipocresía.

A veces temo que lo nuevo me saque de mi zona de confort, donde lo controlo todo. Y prefiero desvalorizar al que me habla de lo nuevo, antes que ponerme con honestidad frente a Dios y preguntarle: ¿Qué hago, Señor? ¿Cuál es tu voluntad?.

Veo a los fariseos y la imagen que me viene es la de cerrazón absoluta. Quiero estar siempre abierto y no cerrado. Quiero romperme y ser capaz de abrir el corazón a Dios. Quiero ser veraz y no vivir en la mentira. Quiero dejar que venga a mí Jesús cada día en lo nuevo y en lo viejo.

Le pido que limpie mi mirada para saber mirar a los demás sin sospecha, con limpieza, sin doblez. Quiero saber ver la belleza del otro. Saber descubrir lo que hay de verdad en aquel que me complementa. Quiero vivir en la luz.

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