Sufrimiento, maldad, enfermedad, por eso no estamos agradecidos. Damos las gracias porque nuestro Dios es suficientemente grande y bueno como para obrar incluso en esas circunstancias.
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Corrie Ten Boom, superviviente del holocausto, escribe en el libro El Refugio Secreto cómo de alguna forma logró hacerse con una Biblia en el campo de concentración que fue su único consuelo durante su cautiverio.
Los barracones estaban horriblemente infestados de pulgas, así que cuando una amiga de Corrie sugirió, citando Tesalonicenses, que dieran “gracias a Dios en toda ocasión”, Corrie se enfureció.
Pero su amiga insistió: “No dice ‘en ocasiones agradables’”. Así que, según cuenta Corrie: “Allí nos quedamos entre las hileras de camas y dimos gracias por las pulgas. Pero esta vez estaba segura de que Betsie se equivocaba”.
Pero Betsie no se equivocó. Más tarde descubrieron que, en gran medida, los guardias les dejaron conservar la Biblia porque no querían acercarse demasiado por el riesgo de infectarse con su plaga.
Yo también tengo un problema de infestación: Trastorno Obsesivo Compulsivo. Así que cuando mi director espiritual me sugirió que incluyera en mis oraciones “Gracias, Dios, por el cerebro que me has dado”, accedí a hacerlo, pero no es algo que pueda decir con sinceridad.
Quiero decir, ¿cómo es posible dar gracias a Dios por algo que te tortura?
Hoy estuve en misa intentando sentarme un rato con Dios, pero mi cerebro no daba descanso. “¿Y si es que ni siquiera crees en esto?”, me preguntaba. “¿Y si no amas a Jesús? ¿Y si no amas a tu marido? ¿Y si él no te ama a ti?”.
Todos esos “y sis” son típicos del TOC. Estoy acostumbrada a que surjan aleatoriamente en mi mente pensamientos indeseados –se trata únicamente de mi viejo sistema de alarma funcionando mal desde mi corteza orbitofrontal–, pero hacen tanto daño como si fueran reales.
La enfermedad mental tergiversa la realidad, te cuenta mentiras. Santo Dios, ¿cómo se supone que voy a ser agradecida por un cerebro que me cuenta mentiras terribles y aterradoras?
A veces tengo momentos de claridad durante los que veo los errores en el funcionamiento de mis propios cuerpo, mente y alma, y hace que mi necesidad de misericordia sea imposible de ignorar. Por eso puedo dar gracias.
Necesito recordar desesperadamente cuánto necesito a Jesús. Aunque, con más frecuencia, simplemente estoy enfadada: “Jesús, podría ser mucho mejor madre, mejor esposa, si no tuviera esto. ¿Qué evita que lo arregles?”.
Doy gracias por esa claridad pasajera, pero de cualquier modo intento recordar que Dios no me debe ninguna respuesta. Si está conmigo, obrando en mi vida, ¿no debería eso ser suficiente?
La historia de Corrie Ten Boom me recuerda que no necesitas saber cómo la voluntad de Dios usa algo para recordar que Dios puede obrar con cualquier cosa. Dios te lo dirá cuando lo necesites saber, si lo necesitas. Y quizás, a veces, no saberlo es parte del plan también.
Cuando digo plan, de ninguna forma estoy diciendo que Dios dañara mi cerebro e insertara este sufrimiento en mi vida para que yo, básicamente, cayera en sus brazos. El amor no hiere.
Sin embargo, el mundo que Dios nos dio está roto por decisión propia de la humanidad y Dios obra dentro de nuestro marco roto para que no se desaproveche nada. Dios permite la enfermedad, pero no la causa y, sin duda, no me abandona a ella.
Yo creo en esto, pero sigo cometiendo el error de pensar que tengo que entender exactamente cómo emplea Él y qué saco yo de esta prolongada y agotadora lucha.
La cuestión es que es fácil ser agradecido cuando has visto el bien que Dios ha sacado a partir del mal. Todo el mundo que conozco puede recordarme algún momento en que preguntaron a Dios dónde se encontraba y resultó que en realidad los estaba conduciendo en la dirección apropiada.
Esas historias son poderosas, pero recuerden que no necesitan entender la mente de Dios para tener paz. Es suficiente con saber que Dios está obrando. El cómo obra es secundario.
Es un alivio pequeño, pero probablemente es fundamental para ser capaces de dar gracias en todas las circunstancias, incluso en las agonías de una enfermedad mental.
El sufrimiento, la maldad, la enfermedad, por eso no estamos agradecidos. Damos las gracias porque nuestro Dios es suficientemente grande y bueno como para obrar incluso en esas circunstancias, para atraernos hacia Él.
Si yo necesitara conocer Su plan para que funcionara, tendría un gran problema, porque mi mente no es bastante grande para ver con la perspectiva de Dios.
A veces intentar comprender es un ejercicio vano y es entonces cuando suspiras, como hizo Corrie, das gracias a Dios por acompañarte y esperas a ver qué hará Dios. Quizás no lo descubras hasta el Paraíso, pero así está bien.