La excesiva carga de deberes y actividades extraescolares a los niños…¿qué esconde?
Hace un tiempo se realizó esta fantástica campaña para tomar conciencia de la excesiva carga de deberes los niños en un sistema educativo como el nuestro que prima más la repetición que la indagación. En ella, de forma anónima, se transmitía a diferentes perfiles de adultos la cantidad de horas de trabajo que tienen que soportar.
Los escuchantes, bajo la falsa premisa de que quien se encuentra narrando el calamitoso horario y las dificultades que encuentra para tener una vida normal, se sorprenden emocionados al descubrir que la narración proviene de un niño y no de un cargo intermedio de una multinacional. A veces nos cuesta identificar los problemas cercanos por falta de perspectiva. Y es que la mayoría de las veces sólo nos rompe por dentro lo que es capaz de romper nuestros esquemas o estereotipos desde afuera.
En los medios saltó el debate sobre si existía o no un exceso de deberes para nuestros hijos. Eva Bailén encabezó una protesta al respecto y se hizo viral e internacional un magnífico artículo del profesor González Balanzá en el que confesaba que ante la sinrazón del exceso de deberes, optaba, de forma deliberada y argumentada, a hacérselos a su hija.
A partir de esto surgió otro debate interesante sobre si el problema de fondo para la racionalización de los horarios de nuestros hijos se debían estrictamente a la sobrecarga de deberes de la escuela o si, por el contrario, en el caso de disponer de cierto tiempo, existe la tendencia de los padres a colmarles de actividades extraescolares. Entre defensores y detractores de los deberes y de las actividades extraescolares no se llegó a un claro consenso que articulara una medida correctora definitiva. No obstante, a pesar de lo debatido y avanzado, uno de los problemas de fondo han quedado sin ser acometidos.
Si aceptamos como cierto que ante una reducción de deberes le sobreviene una carga de otro tipo de actividades extraescolares, debemos dar un paso más y concluir que el problema no es la naturaleza de lo que ocupa el tiempo, sino el propio tiempo. Los propios horarios que condicionan toda actividad y no sólo individual, sino de toda la familia.
En el artículo sobre la conciliación familiar y laboral hacía hincapié en la urgencia social de fomentar una cultura organizacional que contemple la conciliación y los rendimientos empresariales como compatibles y no contrapuestos. Aunque existe legislación y medidas que pretenden la conciliación, la gran piedra de choque sigue siendo la cultura organizativa. Esos esquemas aprendidos a nivel social por los cuales las cosas se hacen por inercia, porque siempre se han hecho así y que si bien nos ayudan en ciertos aspectos también nos limitan la visión de un mundo siempre más creativo y rico en matices.
Estas inercias son las que acaban transformando medidas de flexibilización de horarios en extender los horarios laborales a los horarios familiares. Estas inercias sociales son las que propician que los planes de conciliación y cualquier otra medida acaben por adaptar el proyecto familiar al trabajo y no al revés. En lugar de racionalizar los horarios del trabajo pasamos a racionalizar los tiempos familiares. Un amigo me explicaba que en su anterior empresa les premiaban al cabo del año con un viaje para toda la familia con la intención de que el trabajador tuviera las aguas apaciguadas en casa cuando se le requiriera mayor disponibilidad horaria por parte de la empresa. Un caramelo envenenado.
Si los espacios y los horarios de la familia quedan externalizados y copados por el trabajo, lo normal es que si quedan espacios y tiempos libres para los hijos ante una reducción de los deberes, estos tiempos sean colmados de actividades extraescolares para que estén ocupados.
Tal vez el debate sobre la cantidad de deberes y de actividades extraescolares, en el fondo revela la tiranía de la estructuración de horarios en el trabajo y de cómo condicionan la vida familiar. Tal vez refleja la ineficacia de las políticas de conciliación laboral y familiar. Tal vez el origen esté en haberle dejado los mandos de nuestra vida a lo que era un medio para la vida y no un fin.
En ocasiones, necesitamos perspectiva para rompernos y darnos cuenta de nuestras inercias sociales, del peaje en sombra en términos de vida que estamos pagando. Y lo peor no es eso. Es que ocupando los horarios de nuestros hijos por una cuestión funcional acabamos formando a futuros trabajadores, que no necesariamente personas, que acatarán calladamente y sin crítica esta inercia, esta cultura organizativa que nos acaba engullendo a todos silenciando las risas de los niños.