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¿Qué sienten los niños migrantes?

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Ana Sofía Ibarra Castro - publicado el 28/10/17
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La migración infantil no es una elección. Muchos menores sufren un auténtico luto.

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Los niños y niñas frecuentemente son el eje de muchas historias de migración: los padres eligen vivir en otro país para poder brindar a sus hijos una mejor calidad de vida y mayores posibilidades de desarrollo.

Sin embargo, la voz de los chicos rara vez viene escuchada y son muy pocos los casos en los que se les toma en cuenta respecto a las decisiones familiares. La migración infantil no es una elección.

Detengámonos por un momento y tratemos de viajar en el tiempo, regresando a cuando éramos muy pequeños. Tratemos de recordar cómo vivíamos los espacios en la casa de nuestra infancia. ¿Logramos evocar cómo eran nuestros lugares preferidos y aquellos que no nos gustaban tanto?

Teniendo en mente aquella mirada de niño, tratemos de ponernos en el lugar de los chicos que viven una migración. Cuando aún están en el lugar de origen, generalmente uno de los padres o ambos ya se han ido a vivir a otro país desde hace tiempo.

Los niños viven el dolor de la separación, de la ausencia y la distancia y frecuentemente se sienten abandonados, tristes y enojados, no obstante haya otras personas que se hagan cargo de ellos, como abuelas, tías, madrinas, etc.

Las ventajas de las nuevas tecnologías y de las redes sociales, que permiten una comunicación frecuente e inmediata, no pueden suplir la presencia y la relación con los padres.

En esta etapa, los niños necesitan un gran apoyo y tiempo para elaborar la llamada “pérdida ambigua” de uno de los padres o de ambos: se ha perdido la presencia, el contacto, las caricias, la cercanía, la cotidianidad.

Es un luto, porque hay una pérdida, pero al mismo tiempo el chico sabe que los padres continúan viviendo en un lugar lejano y todos sueñan con el reencuentro. Para los chicos, es muy difícil experimentar sentimientos ambivalentes de amor y odio, de culpa y vergüenza, de rabia y dolor. Y requieren de un espacio y de un tiempo para poder elaborar qué les pasa, porque el tema de la separación y de la pérdida se vuelven centrales en sus vidas.

Por otra parte, en la escuela y en otros ambientes, los chicos notan la diferencia respecto a los compañeros que viven con sus padres. Si no estamos atentos, pueden tener dificultades para gestionar sentimientos como el abandono, el aislamiento, la envidia, la vergüenza y la confusión.

Otro riesgo es que los padres que están lejos utilicen los bienes materiales y los regalos para tratar de cubrir el vacío y la soledad que pueden sentir sus hijos con la ausencia. Las personas que se quedan a cargo de los chicos tienen la gran responsabilidad de construir un vínculo de afecto y cariño para que puedan continuar sintiéndose reconocidos, queridos y valorados.

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El viaje

Después de un tiempo, que a veces puede convertirse en años, llega el momento de viajar para reunirse con la familia o con parte de ella. Resulta muy importante prepararlos para el viaje, no sólo a nivel práctico, sino también a nivel emocional, permitiéndoles expresar sus emociones y sentimientos, y ayudándoles a explicitar sus deseos y expectativas respecto a la aventura de mudarse a vivir a otro país.

Asimismo, suele suceder que los chicos tengan que volver a elaborar una pérdida: la de la relación con quien se ha hecho cargo de ellos, con los amigos y compañeros de la escuela y la pérdida de los puntos de referencia que han orientado su estar en el mundo.

El viaje hacia el nuevo país puede convertirse en el inicio de una aventura o de una pesadilla, dependiendo de cómo se lleve a cabo y de cómo viva el chico esta experiencia. Y no estamos hablando aquí de la dramática realidad que viven los niños refugiados o los menores no acompañados.

Reconstruir vínculos familiares y vivir en otra cultura

En realidad, los chicos tienen una gran capacidad de adaptación y para que puedan utilizarla es necesario sostenerlos durante el proceso migratorio.  Al igual que los adultos, cuando llegan al país de acogida, los chicos experimentan el shock cultural de enfrentarse a un mundo nuevo y a un estilo de vida muy distinto: cambian de ambiente familiar, casa, escuela, idioma, clima, costumbres, etc.

Además de aprender a vivir en otra cultura, los niños enfrentan también el reto de reconstruir los vínculos familiares, porque después de soñar el reencuentro, a veces durante años, suelen vivir una gran desilusión por la diferencia que encuentran entre lo que habían imaginado que sería estar de nuevo con su familia y la realidad de la convivencia, que suele ser muy distinta.

Basta pensar en las largas jornadas de trabajo de tantos padres de familia inmigrantes o al hacinamiento que sufren muchas familias.

Es fundamental el acompañamiento y el apoyo a las familias que viven un proceso de reunificación familiar, porque sólo así es posible garantizar el derecho a la familia de los niños.

Y en este proceso, es muy importante ponernos en el lugar de los chicos y escuchar su voz, ayudándoles a elaborar la experiencia de la migración y apoyándolos para que puedan encontrar los recursos y la motivación necesaria para lograr adaptarse a una nueva cultura.

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