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La “decisión compartida” entre médico y paciente  

MEDICINE
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María Reales - publicado el 06/11/17
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Información y diálogo son la mejor receta para dar con el tratamiento adecuado a la enfermedad, valores y personalidad del enfermo.

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De vez en cuando sentimos malestar, nos duele alguna parte del cuerpo o creemos que estamos enfermos. Ante ello, la primera imagen que nos aparece en la mente es la del médico. Nos tranquiliza pensar que él sabrá qué nos pasa y cuál es el remedio. Ésta es una actitud aceptada y muy habitual porque la incertidumbre, de no saber qué le ocurre a nuestro organismo y de si puede ser algo grave, nos provoca una inseguridad que queremos superar lo antes posible.

La salud es uno de los temas que más preocupación nos suscita, pensando en la propia y en la de nuestros seres queridos. De ahí surgen expresiones tan populares como:  “la salud es lo primero” o  “que nunca nos falte la salud”.

La figura del médico siempre ha gozado de “buena salud” porque es esa persona, socialmente respetada y admirada, que sabe diagnosticar y curar enfermedades. Es el más capaz para borrar de nuestra mente la preocupación.

Con nuestro médico establecemos una relación de confianza basada, sobre todo, en la creencia de que él sabe más de nuestro organismo que nosotros mismos y que, de una manera u otra, nos sacará del apuro y sanaremos. En la mayoría de ocasiones es cierto pero no siempre es así.

La buena salud o la ausencia de ella traza una fina y frágil línea divisoria entre estar bien o estar enfermos. En ambos casos,  la capacidad de decidir y asumir la responsabilidad de nuestra salud es un derecho y, a la vez, una obligación.

La salud es una cuestión que nos  preocupa. La valoramos e incluso la regalamos como deseo en un brindis afectivo. “¡Salud para todos!”. En el fondo, estamos deseando fortaleza, seguridad e invulnerabilidad.

Actualmente, y gracias a Internet tenemos acceso a multitud de recursos e información para consultar y conocer sobre temas de salud.  Si bien es cierto que hay muchas fuentes que proporcionan datos fiables y rigurosos, otras no, y de acuerdo con las recomendaciones de los especialistas, bajo ningún concepto deberíamos caer en el error de auto diagnosticarnos  y seguir tratamientos sin previa consulta y prescripción médica.

Las campañas informativas para la prevención y promoción de la salud han conseguido grandes logros para levantar conciencia sobre cuestiones de salud pública e individual, por ejemplo, fomentando la práctica de hábitos saludables como la dieta sana, la práctica de ejercicio físico, el no consumo de drogas, tabaco y alcohol, etcétera.

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¿Qué me pasa, doctor?

Sin embargo, existe la otra cara de la moneda. Aparece con la enfermedad,  tomando el relevo a la salud. Entonces acudimos al profesional para saber qué nos está pasando y ponerle remedio. Poner nombre a ese malestar que nos complica la vida siempre resulta un alivio.

Tenemos datos para valorar el alcance de nuestra enfermedad y profundizar en sus síntomas y causas y, en consecuencia, saber cuáles son las alternativas de tratamiento y el pronóstico de la curación.

El paciente informado que se implica y participa activamente en su proceso de curación quiere, además, decidir con el médico cuál es el mejor tratamiento valorando los pros y los contras de la elección.

En los últimos años, el rol del paciente ha ido cambiando,  gradualmente, adquiriendo un protagonismo que antes no tenía. El replanteamiento de la relación entre “médico-paciente” basada, históricamente,  en un modelo paternalista donde  el médico decidía sin considerar la opinión del paciente ha caducado.

En consecuencia, los modelos de relación son más abiertos y participativos y dan la posibilidad de establecer un diálogo.

El profesional tiene la obligación de proporcionar información fiable y veraz, sugerir y ofrecer alternativas, dando la opción al paciente, en función de sus valores y preferencias, decidir conjuntamente el procedimiento a seguir.

Se trata de tener en cuenta al ya denominado “paciente informado” que, muchas veces a través de redes sociales, ha contrastado con otros pacientes síntomas y prescripciones. Es el paciente de nuevo orden que plantea dudas coherentes y que reclama que se le verbalicen los pros y contras de la prescripción médica.

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