Desde los caprichos de los más pequeños hasta las crisis de adolescencia, desde las reglas de la vida familiar hasta las de la vida en sociedad…
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“No te chupes el pulgar, limpia tu habitación, sé amable con tus compañeros, no pongas el codo en la mesa, di buenos días a la señora, haz tus deberes, no llegues tarde a casa esta tarde, ten cuidado al cruzar la calle, no me hables en ese tono, ¡el móvil fuera de la mesa!”. Todos los días, los padres piden a sus hijos, pequeños o no tan pequeños, que les obedezcan. Ya sea en forma de orden, consejo, advertencia o prohibición, no es fácil hacerse oír…
“¿Qué podemos hacer para tener autoridad?”, pregunta esta madre desesperada que corre tras su hijo de 4 años, que ha vuelto al tobogán a pesar de su prohibición. “¡Pero tienes que estar dispuesto a ejercer tu autoridad!”, comenta con ironía Patrice B., padre de tres peques. “Estamos en una sociedad en la que queremos dar a nuestros hijos tanta libertad que a veces nos hacemos un montón de preguntas que nuestros padres nunca se habían planteado”, continúa diciendo. Entonces, ¿hay que dejarles decidir o debemos imponernos?
¿Qué es la autoridad?
Según define el diccionario Le Petit Robert, la autoridad es “el derecho a mandar, el poder de imponer obediencia”. Pero también es “la superioridad de mérito y de atracción que impone obediencia, respeto y confianza”.
“Con los niños pequeños, la cuestión de imponer ciertas reglas y de recibir obediencia sería solamente para proteger al niño”, precisa la psicóloga Pascaline Poupinel. “Conforme el niño va creciendo, debe poder evolucionar con cierta libertad de acción tras haber asimilado los límites”, añade. Ya no habría restricciones, sino discusiones, explicaciones sobre el sentido de los límites. “Para ello, los padres deben enfatizar el respeto al niño y la confianza mutua que resulta de ese respeto”, concluye nuestra especialista.
En otras palabras, la autoridad es:
– decir al niño que todavía es un niño y no un adulto
– explicarle que nosotros también fuimos niños y que respetamos la autoridad de nuestros padres
– decirle que cuando sea adulto decidirá también las reglas de su propia casa
– nunca humillarlo, porque es una burla a su condición de niño
La autoridad no es sinónimo de fuerza o poder
A la pregunta “¿Tienes autoridad?”, algunos padres o abuelos responden: “Sí, creo que soy autoritario”. Sin embargo, no hay que confundir estos dos conceptos. Una persona autoritaria usa la autoridad que posee sin establecer límites y sin permitir la contradicción. Tener autoridad implica poseer un conjunto de cualidades que permiten tener una influencia sobre los niños gracias a la cual el padre o madre consigue respeto, obediencia y atención… Y sin gritar, claro está.
“El poder sin autoridad es el autoritarismo del mandón. La autoridad sin poder, es la serenidad del viejo sabio”, decía el profesor Pierre Henri Tavoillot. En cualquier caso, la autoridad no es el ejercicio de un poder tiránico ni de la coacción a través de la fuerza. La autoridad se identifica con modelo y ejemplaridad. Es ante todo un acto de reconocimiento por parte de quien ha de obedecer. En su obra A quoi sert l’autorité ? [¿Para qué sirve la autoridad?], publicada en 2013, la psicóloga y educadora Véronique Guérin propone su visión de una autoridad educativa que evita precisamente los callejones sin salida del autoritarismo.
¿Para qué sirve la autoridad?
La autoridad es la guía en la que el niño sabe que puede confiar. Contrariamente a lo que se podría pensar, la autoridad no contradice la libertad, “todo lo contrario, ayuda al niño a adquirir una libertad auténtica”, comenta Pascaline Poupinel.
Es algo que les da seguridad: los límites recibidos tranquilizan más que restringen. También debemos mantener el rumbo y no ceder a nuestra ira. La frustración es una experiencia indispensable para el desarrollo del niño. Debe aprender a renunciar a la satisfacción inmediata de sus deseos. Esto le ayuda a desarrollarse, a estructurarse para hacerse responsable, independiente y autónomo. Los niños necesitan sentir resistencia a su alrededor, encontrar en sus padres una sensación de fortaleza y ejemplaridad.
¿Todo el mundo tiene autoridad?
“Por desgracia… no”, confiesa esta joven madre de 40 años con tono desanimado. La autoridad no es innata. Se merece, se gana. Es un aprendizaje tanto para el adulto como para el niño. “Sinceramente creo que tengo más autoridad hoy que hace unos años”, asegura Marie, madre de 4. “Sobre todo he comprendido que gritar y castigar constantemente era contraproducente. ¡Mis hijos terminaron por bromear comparándome con Hitler!”.
¿Por qué no es tan fácil?
Lograr obediencia no siempre es fácil. Hay varias razones que pueden intervenir:
- El miedo al conflicto
- La falta de confianza en uno mismo
- El miedo a que nuestro hijo deje de querernos
- El peso de nuestra propia educación
- La proyección de aquello que nos habría gustado recibir
- La admiración de los padres hacia sus hijos
¿Cómo establecer límites?
Nuestra especialista Pascaline Poupinel nos da algunos consejos:
Comienza por distinguir bien las prohibiciones sociales y las reglas de vida propias de cada familia.
Mantente inflexible en relación a las prohibiciones sociales. Recuérdalas a menudo y no solamente en el momento de las crisis, utilizando fórmulas sencillas: es así y no de la otra forma, y “es lo mismo para todo el mundo”.
Repite incansablemente “Ya te lo había dicho”, una fórmula que hace posible establecer esas prohibiciones como verdaderos puntos de referencia.
Decidid las reglas en familia que tengáis claro que conservaréis a largo plazo. Hacedlas evolucionar en función de la edad, la personalidad y las necesidades del niño.
Respeta el espacio de cada uno dentro de la familia y la diferencia generacional entre padres e hijos. No intentes ser el colega de tu hijo. Con ser aliados es suficiente.
Instaura reglas que garanticen la posibilidad de vivir juntos y que todos los miembros de la familia puedan respetarlas.
Define castigos razonables, realizables y no humillantes.
No dudes de tus capacidades ni de lo que exiges. A ti te corresponde transmitir la ley. El que te muestres inflexible no hace que seas un padre/madre de mentalidad cerrada.
Sé constante y claro.
Adopta una línea de actuación común con tu cónyuge.
No empieces con las negociaciones.
No intentes ganar obediencia con estrategias de engatusamiento.
No seas agresivo.
Si tuviéramos que escoger una frase para que nos guiara, sería la de Michel Serres, filósofo miembro de la Academia Francesa de la lengua: “La única autoridad es la que engrandece al otro”.