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¿Actúo por lo que pensará mi mamá?

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Dolors Massot - publicado el 14/01/18
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El apego desordenado a la madre perjudica la relación de pareja. Sutil o abiertamente invasivo, siempre daña y hay que cortarlo

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Mamá cuida de los nietos esa noche en que nos queremos ir a cenar solos. Mamá pasa la receta (y el secreto de la salsa) para ese plato que tanto gusta en la familia. Nadie como mamá para hacer según qué cosas: por la experiencia que acumula, por su disponibilidad, por su cariño, por su arte en la cocina o la decoración… Porque es “mamá”.

Las madres no desaparecen cuando uno emprende el vuelo y se casa. Madre no hay más que una. Pero a nadie le han dado un manual de instrucciones donde ponga a cuántos kilómetros del corazón ha de quedar el amor a mamá cuando nuestra vida se une para siempre a la de otra persona.

Mamá se queda en su casa, pero hay parejas en las que él o ella parecen desarrollar un cordón umbilical virtual sin precedentes. Es lógico que a mamá le cueste separarse de sus polluelos, como a las galllinas cluecas; y, sin darse cuenta, establece nuevas vías de conexión con su hijo o hija. Pero esto no implica que nosotros debamos seguir la ruta que ella propone.

La tercera en discordia

En algunas parejas, la mamá puede llegar a convertirse en un tercero en discordia. Ella o él le consulta cosas que no debería saber nadie más, sobre todo relacionadas con el terreno afectivo o en el plano de la acción común de una familia. 

Cuando la hija o hijo acude a su madre para que ella decida en el terreno de la pareja, aquel proyecto en común está en peligro de hacer aguas.

Algunos casos en los que es frecuente que la opinión de mamá aparezca más o menos conscientemente, y esté tentada de imponerla:

  • Habláis sobre el tipo de escuela al que queréis llevar a vuestro hijo. Mamá tiene claro que los nietos han de ir al que ella diga.
  • Buscáis una casa y no sabéis en qué área de la ciudad instalaros. ¿Cerca del colegio de los niños? ¿Cerca de vuestro trabajo? ¿Cerca de casa de mamá? Cuando se habla de la cuestión, mamá no admite otra opción que no sea la que a ella le va mejor.
  • Tanto el hijo como la hija tienen planes de tiempo libre con los amigos. Mamá quiere conocer esos planes y supervisarlos, porque no se fía de los amigos del yerno o nuera (una forma encubierta de no fiarse de él).
  • La mamá se adelanta y toma el mando de las actividades extraescolares.
  • La mamá hace notar su opinión sobre el modo de vestir de su hijo desde que está casado: sus palabras no dejan en buen lugar a la esposa. Un “últimamente vas…” puede ser letal. A partir de ese momento, tienes permiso para llamarla suegra.
  • La mamá opina sobre el número de hijos que debéis tener.

Efecto distorsionador

Bien porque tú lo descubres o bien porque alguien te hace caer en la cuenta, un buen día uno ve con claridad que mamá está informada de vuestra vida de pareja y de familia más allá de lo que le corresponde como madre y abuela. Eso es un paso importante: que uno sea consciente de que la mamá ejerce un efecto distorsionador sobre la pareja.

Es hora de aclarar las cosas. Hay que desactivar a la mamá interventora antes de que sea tarde.

 



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Estrategia para desactivar a la mamá interventora

En este punto existen dos líneas de actuación que siguen la estrategia militar más básica: uno, atacar de frente; otro; rodear al enemigo y sorprenderlo por detrás. 

La primera opción puede llevarse a cabo con una explosión y ruptura familiar.

La segunda conlleva algo de espionaje y traición, lo que suele conducir igualmente a la ruptura.

El auténtico culpable

Existe un tercer modo de acabar con la mamá interventora: fortalecer el amor. Pero, ¿el amor de quién?

La culpa de que exista la mamá interventora no es únicamente de ella. Es del hijo o hija que permite esa invasión. 

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La mamá interventora dejará de existir si el hijo o hija entiende que haber formado una pareja y una familia implica un proyecto de vida distinto al de su familia de origen y, por tanto, deja en un segundo plano a su mamá. Así de claro: un segundo plano.

La mamá interventora ha de recibir el mensaje con claridad y si es preciso con contundencia. Eso sí, hay que intentar no herir: se puede preparar una conversación con delicadeza, en la que solo esté presente el hijo o la pareja pero sea igualmente el hijo siempre quien le transmita el mensaje de parte de los dos con rotundidad. O sea, subrayado y en negrita. “Mamá, esto y esto NO es asunto de tu incumbencia”. En la cama de un matrimonio solo deciden él y ella. 

Asumir las consecuencias por el bien de la pareja

Hay que asumir que a veces romper con una mamá (temporal o definitivamente) implica problemas: quién recogerá ahora a los niños si ella, quién abonará parte de su educación, quién ayudará a pagar la hipoteca… Pero si para que no se presenten estos problemas mamá sigue mandando por encima de la pareja, piensa que tarde o temprano acabarás casado o casada con la hipoteca pero no con el cónyuge.

Así que lo recomendable es ser muy claro con uno mismo para definir qué entiende por matrimonio o pareja y quién decide en su alcoba. Luego trazar una línea de frontera (para saber dónde ha de quedar mamá).

Y, en tercer lugar, programar cómo -de común acuerdo- se le plantea esta situación a mamá sin que haya batalla. En el caso de que la haya, mamá ha de ver que vais a una.

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By fizkes | Shutterstock

El egoísmo de este tipo de mamás las lleva a estirar el chicle, pero en el momento en que se les recuerda cuál es su auténtico papel, se retiran. Si no lo hacen, es por culpa del hijo y el problema está en la pareja, no en ella. Si prevalece el egoísmo, es que no quieren de verdad a sus hijos: solo se quieren a ellas, y habría que decírselo así.

Situar a la mamá invasora en el lugar que le corresponde es liberador. Puede ser una pesadilla por unos días, pero acaba llevando aire fresco a una relación que de otro modo se deterioraría.

 

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