En la familia, al compartir vínculos consanguíneos, nace un amor incondicional como a la propia carne. Un amor pleno de riqueza afectiva que allana el camino hacia la madurez en todas las relaciones necesarias en el crecimiento de las personas.
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Un amor incondicional se refiere al valor en sí mismo de la persona del hijo y solo por el cual merece ser amado, y cada ciclo de su vida es una asignatura a aprobar hasta el momento en que salen del nido… pero el amor no siempre madura hacia la incondicionalidad llegado este momento.
Aquí algunas actitudes que atentan contra el amor incondicional familiar que lo pueden convertir en cadenas que esclavizan:
- La sustitución del amor incondicional por los bienes familiares.
Corremos el riesgo de sobrevalorar los dones materiales que ponemos a disposición de nuestra familia gracias a nuestro trabajo, como el dinero, la alimentación, los gastos de educación académica, el vestido, los regalos y tantos otros bienes de consumo.
Es así cuando olvidamos que el amor incondicional es un don de nosotros mismos, de nuestro mismo ser a nuestros familiares y que las cosas materiales por muy necesarias o importantes que estas sean, no dejan de ser un sucedáneo en su ausencia.
- Obligar a los hijos a buscar amor incondicional en ambientes impropios y relaciones sociales.
Los hijos, ante la carencia afectiva y el amor incondicional en su familia de origen pueden buscar “amor de naturaleza familiar” en donde no se encuentra. Al hacerlo esperan lo imposible y el resultado puede ser una dolorosa frustración, o ser enganchados en ofertas lejos de la expectativa de una relación afectiva o amor honesto.
Como cuando se espera que el jefe o la secretaria puedan hacerla de padre, madre, esposa o esposo, hijo o hermano. Todas estas expectativas pueden llevar a la exasperación de la carencia y dependencia afectiva que dificultan las relaciones auténticamente personales.
- Sustraerlos a la identidad biográfica y esencial que tienen en familia, por los roles y funciones permanentes o accidentales que desempeñan en esta.
La identidad biográfica que somos radicalmente en nuestra familia no la puede diluir ninguna circunstancia, siempre seremos el cónyuge, padre o madre, hijo, hermano, tío, abuelo, nieto. Esta identidad personal familiar es esencial y biográfica y por ella merecemos amor incondicional.
Sin embargo, ciertos roles y funciones no permanentes pueden afectar los derechos de esta identidad , como cuando la hermana mayor, ante la muerte de la madre ha debido sustituirla, y solo es valorada por este rol al margen de su identidad familiar, sin darle oportunidad de sacar adelante un proyecto de vida.
- No entender que el amor incondicional debe buscar nuevas formas de ser y expresarse en cada nueva edad o ciclo de la vida familiar.
Por lo tanto, no pretender que los hijos se relacionen con sus padres según los contenidos y las formas de edades ya superadas.
Amarlo con un amor cuya incondicionalidad este llena de sentido y fundamento, no con un amor a ciegas, sino confiado y exigente.
Evitar la pretensión de ejercer con nuestros hijos adultos quizá ya casados, o, incluso, padres de familia, formas de autoridad del padre o de la madre que ya no corresponden.
Evitar permanecer en el papel y rol preeminente de padres de sus hijos con un amor condicionante, dentro del cual existe deseo de poder y cierta utilidad.
- Trastocar el amor incondicional con el afán de poder y la intención utilitarista al orientar a los hijos hacia el “casarse bien” o el “elegir una carrera rentable”.
La riqueza, el poder, la influencia y el prestigio social llegan a atentar directamente contra el amor incondicional cuando se orienta a los hijos a contraer matrimonio por las cosas de una persona y no por amor hacia ella, inculcando el obtener lazos de familia con poder de dominio y supremacía que tanto les atrae.
O bien, imponer mediante el chantaje una lucrativa carrera profesional, aunque no corresponda a su vocación.
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- La negación y el abandono de los nuestros.
Es el más oscuro recoveco donde se encuentran los peores atentados contra el amor incondicional. En el existen muchas modalidades aunque enmascaradas en términos insidiosos que niegan la pecaminosa injusticia del aborto, de las separaciones por egoísmo, al abandono de los niños hasta su adolescencia, y… a los ancianos, en un largo y tenebroso etcétera.
Para que nuestra sensibilidad no se adormezca cuando algún giro inesperado de las circunstancias nos impulse a justificar en nosotros lo que hasta ese día juzgábamos injustificable en “los otros”, la mejor prevención es afinar el amor incondicional a los nuestros y a su vida en las minúsculas ocasiones corrientes de cada día, encontrándolas o creándolas si hace falta.
Por Orfa Astorga de Lira.
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