Una exposición sobre el Voto Colombino muestra la inesperada conexión entre el “pobrecito” de Asís y el Descubrimiento de América
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Cuando Washington Irving, el famoso escritor y diplomático neoyorquino, franqueó un 12 de agosto de 1828 las puertas de la única posada de Moguer, en Huelva (España), decidido a encontrar las huellas que quedaran del Descubrimiento de América, provocó un auténtico revuelo en el pequeño y decadente pueblo costero.
Con el paso de los siglos, tras numerosas tragedias y, sobre todo, a raíz de la invasión napoleonica, que destruyó todos los archivos que aún conservaba el Monasterio de la Rábida, los habitantes del lugar habían casi perdido la memoria de la gran aventura que fue el descubrimiento del Nuevo Mundo.
Nadie recordaba ya a Cristóbal Colón ni su gran gesta. Se habían olvidado de que Moguer fue la puerta obligada del Nuevo Mundo, de que sus ahora polvorientas calles habían sido el escenario de uno de los momentos más trascendentales de la historia. Que en Moguer tocarían suelo patrio también los conquistadores Hernán Cortés, Gonzalo de Sandoval y Francisco Pizarro.
Por ello, ver a un excéntrico y rico norteamericano estar dispuesto a dormir en el suelo, empeñarse en buscar a los descendientes de los hermanos Pinzón y recorrer el ruinoso claustro de la Rábida o buscar el desaparecido puerto de Palos, extasiado por pisar los mismos lugares donde el gran descubridor preparó su primer viaje, debió parecerles una especie de sueño.
Hoy, Moguer y Palos, gracias al insigne historiador, han recuperado plenamente la memoria de los Lugares Colombinos, que están a la espera de ser declarados Patrimonio de la Humanidad. Memoria especialmente importante por el papel que tuvo también la iglesia, y concretamente la orden franciscana, en la gesta: desde el apoyo decidido de los franciscanos fray Juan Pérez y fray Antonio de Marchena, astrónomo este último, desde ese centro cultural que era La Rábida, a la importancia espiritual del Monasterio de Santa Clara, el lugar donde cumplió el famoso Voto Colombino.
Este año se cumplen 525 años de este voto: cuando volvían del recién descubierto continente, dos de las tres carabelas (la Santa María se hundió en aguas de Santo Domingo), una terrible tempestad a la altura de las Azores hizo casi naufragar a la Niña. Los tripulantes, junto con Colón, pronunciaron un solemne juramento por el que se comprometían a hacer una especial peregrinación si salían con vida del terrible trance.
Cada 16 de marzo, las autoridades de Moguer encienden un cirio de acción de gracias en recuerdo del Voto, y reviven algunas de las escenas que se vivieron en la ciudad del Tinto a la vuelta de los marineros descubridores. También colocan una corona de laurel en el monumento al Descubridor.
El lugar elegido por Colón para cumplir el voto, el Monasterio de Santa Clara, acoge hasta el próximo 22 de abril una amplia exposición sobre el Descubrimiento: se trata de una muestra ideada por el sacerdote y director de Patrimonio de la diócesis, Manuel Jesús Carrasco Terriza.
La firma del Almirante sirve de punto de partida de la exposición, que recoge obras del siglo XVIII al XX dedicadas a la Santísima Trinidad; una de sus salas se inspira, precisamente, en la piadosa frase que escribía Colón en sus cartas: “Que Jesús con María sea nuestro camino”.
Otra de las salas está dedicada en exclusiva al Voto Colombino, y allí uno descubre que la carabela Niña en realidad se llamaba Santa Clara, por la devoción que los marineros de la época tenían a la fundadora italiana. La Santa Clara fue mandada construir en 1488 por el armador Juan Niño, uno de los grandes sostenedores de Cristóbal Colón, que le daría el nombre con el que el barco pasaría a la historia.
¡Quién sabe si santa Clara apadrinaría desde el cielo la protección de la nave y sus tripulantes durante la espantosa tormenta, para luego recibir su homenaje en el monasterio moguereño! En todo caso, parece claro que la obra fundada por el poverello de Asís también tuvo su parte en el Descubrimiento de América…