Nuestros hijos -sobre todo en edad adolescente- no necesitan que seamos sus amigos porque camaradas tienen muchos, papás solo dos y muchas veces ni eso.
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“Los padres pueden decidir ser amigos de sus hijos, pero tienen que ser conscientes de que los dejan huérfanos”.( Francisco Kovacs)
Está de moda entre algunos padres de la generación millennials creerse más cool al considerarse amigos de sus hijos. Se les hace muy in decir que se van de juerga con ellos, que beben juntos porque para eso son “amigos”.
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Muchas veces hasta se visten con el mismo estilo y actúan de igual a igual, entre otras cosas, para que ni ellos ni sus amigos piensen que son “mala onda”.
Total, de esta manera consideran que se ganan un lugar y la confianza de todos. ¡Qué peligrosísima actitud!
La psicóloga Alicia Banderas es con este asunto contundente: “Los padres no pueden ser amigos de sus hijos porque no son capaces de establecer dos aspectos fundamentales en la educación: poner límites y decir que no.”
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Este comportamiento, el de actuar de igual a igual, no es nada conviene.
Nuestros hijos necesitan fijarse en una figura que les aporte seguridad y establezca reglas. Adiós al tú a tú. Los límites claros son necesarios pues dan firmeza a la educación.
Es decir, los padres deben corregir a sus hijos con amor y mucha paciencia. Debemos estar presentes para guiar, educar y apoyarles; no para ser sus amigos. Tenemos que ser su punto de referencia y su contención.
Confianza no es lo mismo que amistad
Papás, si creen que ser -o sentirse- amigos de sus hijos es el camino para desarrollar su confianza y para que nos compartan sus cosas, esta actitud de “amistad” no es la vía para lograrlo.
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Está claro que con nuestros hijos debemos entablar una relación de amor sabia donde les ofrezcamos lo mejor de nosotros mismos para que ellos logren llegar a la plenitud; tener una comunicación abierta y sana para que ellos nos platiquen, nos compartan sus preocupaciones, miedos y todo lo que traen en su corazón; para que nos confíen sus secretos más íntimos y nos puedan decir todas sus inquietudes a sabiendas las consecuencias para bien o para mal que estas tengan.
Los papás -a base de mucha inteligencia, amor y paciencia- debemos lograr que nuestros hijos nos admiren de tal forma que logremos desarrollar confianza plena de ellos hacia nosotros.
Así lograremos ser la persona con la que invariablemente pueden contar pero eso no quiere decir que seamos amigos. La línea del respeto y autoridad no se puede pasar.
La presencia de un padre o de una madre no se compara con la figura de un amigo.
Los padres somos mucho más que eso y eso hay modelárselos reiteradamente para que ellos sientan seguridad en nuestra persona.
Ellos necesitan el referente de autoridad del padre y la madre, afianzarse de esas figuras que les brinden paz y certeza; que les hagan sentir que si el día de mañana cometen un error los papás estarán ahí de forma incondicional para guiarles, protegerles, contenerles y ayudarles a que rectifiquen cuando sea necesario.
Si cambiamos esa relación de padre/madre -hijo por convertirla en una de amigos les estamos dejando sin esa referencia de potestad que necesitan para crecer de forma autónoma, sana, segura y feliz.
La relación con un amigo es de “tú a tú”; con los padres no conviene que sea así, pero esto no quiere decir que esta no deba ser, como mencioné anteriormente, amorosa, cercana, tierna, abierta, flexible, amable, cordial, honesta, comunicativa, etc.
Papás, necesitamos devolver el valor a nuestra figura como personaje que aporta seguridad a nuestros hijos a los que toca poner límites amorosos para buscar su bien. Tengamos en cuenta que somos para ellos un referente situado en una escala jerárquica superior y no de igual a igual.
Así que, venga, ¡más padres y menos cuates!