Jerzy y Cyla se enamoraron tras el alambre de espino del campo nazi. Lograron escapar. Se reencontraron 39 años después… Una hermosa historia de amor nacida durante el Holocausto.
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Jerzy, de 62 años, aguarda impaciente en el aeropuerto de Cracovia. Está esperando el aterrizaje del avión procedente de Nueva York. Cyla viaja en ese avión. Su pequeña Cyla.
Jerzy lleva en la mano un ramo de 39 rosas. Una por cada año de separación.
Flashback. Invierno de 1943. Jerzy conoció a Cyla en un almacén de grano de Auschwitz. Llevaba prisionero en ese campo de concentración desde 1940, por haber formado parte de la resistencia polaca.
“Desde el primer instante, caí rendido bajo el encanto de su feminidad, de su sonrisa, de su rostro… —relata Jerzy durante una entrevista junto a Cyla en una radio polaca—. Paradójicamente, viví los días más bellos de mi vida mientras la muerte reinaba a mi alrededor”.
El amor en Auschwitz
Jerzy Bielecki recuerda muy bien el momento preciso en que vio llegar a un grupo de unas diez muchachas judías a la entrada del silo de grano. Todas morenas, más bien sonrientes, con aspecto un tanto divertido.
Estaban sorprendentemente pulcras en un lugar así: llevaban delantales blancos sobre blusas bastante limpias, con pañuelos atados en el pelo.
“Estupefacto, di unos pasos atrás al verlas. ¿Mujeres? ¿Aquí? No tenía ni idea de lo que iba a pasar en aquel momento. Una de las jóvenes me sonrió y me guiñó el ojo. Yo me sonrojé como un niño”.
Cyla Cybulska venía de un pequeño pueblo del este de Polonia. Había llegado al campo de concentración en enero de 1943 con toda su familia: sus padres, su hermana pequeña y sus dos hermanos. Ella fue la única que sobrevivió.
“Éramos unas cincuenta prisioneras instaladas, con vigilantes alemanas, en un edificio junto al silo. Fue una suerte inaudita. ¡Dormíamos en un sótano relativamente seco, sobre colchones de paja! —cuenta Cyla—. Debíamos lavarnos por la mañana y por la noche, era obligatorio por nuestro trabajo, que consistía en remendar los sacos de harina destinados al silo de grano del campo”.
Fue allí donde Cyla se enamoró de Jerzy, un joven polaco católico, uno de los primeros prisioneros de Auschwitz.
Jerzy fue arrestado cuando intentaba pasar por Hungría para atravesar Europa en un intento de unirse al ejército francés. El amor de los dos se encendió. Se las arreglaban para hablar durante las comidas en la fábrica gracias a la indulgencia de los guardias sobornados.
“Estaba loco por ella. Y podía ver que ella, por su parte, no era insensible a mis insinuaciones. Éramos como adolescentes en el banco de un parque robándonos besos mientras la muerte les rodeaba cruelmente”.
“Cyla, te sacaré de este infierno”
Un día, Cyla corrió llorando hacia Jerzy. Su mejor amiga acababa de ser fusilada por un agente de la SS. Apretó el gatillo apuntando a su nuca, así, sin ningún motivo.
“No llores Cyla, te sacaré de este infierno”, le prometió Jerzy. De inmediato, comenzó con los preparativos para la fuga.
“Algo hico clic. No habría tenido el valor de hacerlo por mí mismo. Sabía cómo terminaban las tentativas de evasión. Pero por Cyla y por nuestro amor estaba dispuesto a hacerlo todo, incluso lo imposible”.
Pidió a un amigo que le consiguiera un uniforme alemán, que fue recibiendo por piezas. Luego, consiguió un salvoconducto gracias a su posición relativamente privilegiada como prisionero germanoparlante.
Sin embargo, cuando su plan de evasión ya estaba listo, en mayo de 1944, las mujeres dejaron de venir a trabajar al silo de un día para otro. No sabía si Cyla seguía con vida.
Unos meses después, recibió una breve nota: “Jurek (diminutivo de Jerzy en polaco), mi amor, trabajo en la lavandería. Intenta encontrarme”.
Consiguieron volver a verse y luego, el 20 de julio de 1944, Jerzy tiene el tiempo justo para susurrar: “Mañana, un SS del departamento político vendrá a recogerte para interrogarte. Nos vemos mañana”. Cyla no hizo preguntas.
Al día siguiente, la joven vio ante la entrada a Jerzy… vestido con uniforme de Rottenfürher SS. Él saludó a la vigilante de guardia y se llevó a Cyla con paso decidido. Les quedaba mostrar un salvoconducto al guardia de la salida del campo… ¡y luego serán libres!
La separación
Después de nueve noches caminando, llegaron a la casa del tío de Jerzy. Para garantizar su seguridad, decidieron separarse.
Jerzy se unió a la resistencia polaca, Cyla se escondió con los campesinos en un pequeño pueblo.
Cuando terminó la guerra, Cyla no consiguió saber nada de su amante.
Un día le dijeron que él había muerto en una batalla. Desesperada, decidió marcharse a Nueva York para tratar de olvidar y comenzar una nueva vida.
Lo que ignoraba entonces es que la región donde se encontraba Jerzy fue liberada tres semanas más tarde que las demás. Cuando Jerzy logró liberarse por fin, ¡llegaba tres semanas tarde para buscar a Cyla!
La familia de Jerzy le dijo que Cyla habría muerto en un hospital de Estocolmo, desde donde debía salir para Estados Unidos. Lo que Jerzy no sabía es que era mentira. ¿Tal vez porque sus parientes no querían un matrimonio con una mujer judía?
39 rosas
Muchos años después, en la ciudad de Nueva York, Cyla es viuda desde hace varios años y madre de un hijo único. Estamos en 1982.
Cyla propone a su mujer de la limpieza, polaca, ir a tomar un café: una oportunidad única para charlar con una compatriota. Ella le cuenta su historia de amor y evasión del campo de Auschwitz.
¡Cuál es su sorpresa cuando la mujer le revela que una vez vio a un hombre contar exactamente la misma historia en la televisión polaca! Era el director de una escuela y se llamaba, si la memoria no le falla… Jerzy.
“No me lo podía creer ─relata Cyla─. Por fin encontré su teléfono: ‘¡Jurek, soy yo, tu pequeña Cyla!’. Cuando él escuchó mi voz, cuando le llamé al amanecer, comprendió de repente que se trataba de su amor de Auschwitz”.
Unos meses después, Cyla decide reunirse con él. Toma un avión en dirección a Cracovia. Jerzy la espera en el aeropuerto con 39 rosas en la mano… El amor renace, la emoción es inmensa. Pero Jerzy, que se casó después de la guerra, no quiere dejar a su esposa e hijos.
“Es el destino quien decidió que fuera así ─concluye Jerzy─, pero si se repitiera, no cambiaría nada”.
Cyla Cybulska (fallecida en 2006) y Jerzy Bielecki (2011) siguieron siendo amigos hasta el fin de sus vidas. Jerzy Bielecki recibió en 1985 la medalla de Justos entre las Naciones.